En el año 452, tras arrasadora campaña sobre las Galias al frente de sus hordas de cientos de miles de flecheros montados, Atila, el Huno (“y donde pise su caballo, no volverá a crecer la hierba”), amenazó saquear Roma; entonces la ciudad más poblada del mundo, con unos 800 mil habitantes. Quería tomar por esposa a Honoria, la poco honorable hermana del Emperador Valentino III, y reclamar como dote, la mitad del imperio romano de Occidente. Había sido contenido por los visigodos y los burgundios, entonces mercenarios de Roma, en “los campos de Catalunia” (hoy Francia), pero no había fuerza militar similar, propia o alquilada, en Italia, por lo que el camino hacia la más que milenaria ciudad de Rómulo y Remo estaba abierto.
Valentino, débil y titubeante, encabezando un imperio en proceso de desintegración, no era capaz de enfrentarlo; aunque tampoco quiso abdicar, a favor de un buen guerrero. Entonces, ocurrió algo inesperado: el Papa, León I, salió al encuentro del “azote de la civilización”, para persuadirlo, “por misericordia”, de desistir. Después del encuentro, algunos dirían que el increíble resultado fue prueba “del poder de la oración”; otros, que enterado de un brote de peste en la gran ciudad y presionado por la falta de suministros y la proximidad del invierno, el temible rey bárbaro, calculadoramente, prefirió detenerse y volver temporalmente a pertrecharse en su bastión; al sur-suroccidente de donde hoy queda Ucrania. A los pocos meses, ya al este del Danubio, en un abigarrado festín nupcial y echando sangre, sospechosamente, por nariz y boca, de súbito, según se dijo, Atila cayó muerto sobre un charco de sus propios fluidos. Al margen de si murió por causas naturales o asesinado, lo cierto es que pese a la inacción del Emperador, tras la intervención “del sumo pontífice”, Roma, “por un pelo”, se salvó una vez más…
Visto desde este ominoso 2024, el casi increíble desarrollo socioeconómico del mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial es evidente que ha sido fruto de la errática pero pacífica alternancia en el poder, en las naciones “de Occidente”, de tres grupos políticos: los conservadores moderados, los socialdemócratas moderados y los liberales; aunque casi siempre con otros nombres, compitiendo electoralmente. En otras palabras, esta era de creciente esperanza de vida, espectacular desarrollo tecnológico, relativamente pacífica globalización y creciente prosperidad en términos absolutos y relativos, ha sido posible porque en las naciones de Occidente ambos extremos del espectro político, en la práctica, han sido –democráticamente– excluidos del poder; mientras este último se ha ejercido en diferentes momentos, por las diferentes corrientes moderadas de todo el espectro político, a gusto de las volubles mayorías de los electorados. En “Occidente”, en otras palabras, ha habido tolerancia para casi todo, excepto para la intolerancia extrema. Se llama democracia…
Pero ese cuadro está bajo asedio: por una parte, Rusia y China plantean un desafío autocrático exterior. Tras haber consumado la perestroika (re-estructuración) que las acercó a los sistemas económicos capitalistas y a la prosperidad material; pero habiéndose negado, “en la praxis”, al glasnost (transparencia) que las hubiese llevado a la democracia política, ambas otrora potencias comunistas, son hoy bastiones de un peculiar capitalismo “dirigido”, de Estado, controlado autocráticamente. De hecho, son, funcionalmente, regímenes fascistas “de izquierda”, en curso de colisión con las democracias liberales. El fascismo “de derecha”, por otra parte, ha tenido un re-surgimiento al interior de Occidente. La pérdida de confianza en la democracia y la creciente aceptación entre gruesos sectores de un electorado desencantado -el ser humano siempre quiere más- de planteamientos basados -como en los años treintas del siglo pasado- en (i) “el hombre fuerte”, (ii) la intolerancia hacia cualquier discrepancia con sus ortodoxias y (iii) la simpatía hacia la militarización abierta o solapada de la sociedad, ya no son sólo provincia de las prejuiciosas, egoístas y atrasadas élites tercermundistas; ahora se manifiestan en el corazón mismo de Europa, en Israel y hasta en los propios EEUU. Así, exponentes de ese pensamiento iliberal, como Orban, en Hungría; Marie Le Pen, en Francia; o Donald Trump, en los EEUU, exhiben sorprendente afinidad sicológica o hasta descarada admiración, por déspotas como Putin, Xi Jinping o Kim Jong Un. Sobre esa ilusoria base, Trump, por ejemplo, anticipa “terminar con la guerra de Ucrania” en cuestión de días y retirar unilateralmente el apoyo defensivo de EEUU a toda Europa, porque según él, los europeos son “unos tacaños” que se aprovechan de la supuestamente ingenua generosidad norteamericana…
Al interior de los EEUU, la virulencia del impulso neo-fascista, a caballo de la facción “MAGA” del partido Republicano, es verdaderamente preocupante. La Corte Suprema de Justicia (CSJ), recientemente “renovada” con magistrados vitalicios que colocó Trump, acaba de “sentar jurisprudencia” que le da poderes cuasi-monárquicos a la Presidencia, a través de una sentencia dictada con claro corte partisano, de 6 a 3. Con ello, el Presidente de turno queda “inmunizado” contra cualquier persecusión penal, por crímenes que haya podido cometer “en ejercicio de sus funciones” (lo cual tiene a Trump “risa y risa”, por su posible efecto en varios procesos judiciales que tiene abiertos; pero Nixon debe estar revolcándose en su tumba, porque esta resolución de la CSJ no se había emitido aún a fines de los 60’s, lo que habría hecho imposible su humillante defenestración, tras el escándalo del “Watergate”). Este fortalecimiento de la Presidencia imperial, además, se suma a la clara imposición de la moral ultra-conservadora a una mayoría que la rechaza; como por ejemplo, en el caso de la derogatoria de Roe vs. Wade, la jurisprudencia que por más de medio siglo ha gobernado de manera racional y moderada, el escabroso tema del aborto; ahora injustamente intrusivo en la vida privada de las mujeres adultas. O la negativa a considerar razonables restricciones a la adquisición privada de armas de fuego, asunto que pese a ser deseo abrumadoramente mayoritario -y lógico frente a la trágica proliferación de incidentes de matanzas en lugares públicos a manos de algún loco armado- se le ha negado a la mayoría ciudadana. Aunque el actual gobierno dista mucho de no merecer críticas, sobre todo en materia de disciplina fiscal, el contraste entre lo que significaría una nueva Presidencia del prejuicioso, ignorante e insolente candidato MAGA, con cualquier opción demócrata en este momento, no puede menos que caracterizarse como dramática. Trump, además de amenazar romper la septuagenaria alianza de las naciones “de Occidente”, ha insinuado que no reconocerá un resultado electoral adverso, que quiere “ser dictador por un día”, que se inclina por tener algún tipo de poder vitalicio ¡y hereditario! y que “hará pagar” con retribuciones “legales”, a sus enemigos; por reales o imaginarias acciones “injustas” en su contra. Como ha dicho Biden: esta eleccción en los EEUU, para la Democracia, es una disyuntiva “existencial”…
Pero el partido Demócrata no ha estado a la altura de las circunstancias. Temiendo ser “la imagen espejo” del hoy irreconocible partido de Lincoln, para asegurarse de no tener un candidato que aunque halagara a sus bases más radicales, fuera “demasiado izquierdista” para el electorado general, incurrió en prácticas poco democráticas al “escoger” entre Hilary y Bernie Sanders, en el proceso anterior. Para el actual proceso, la dirigencia del partido también inhibió agresivamente el desarrollo de sus elecciones primarias -orillando a la salida del partido a Robert Kennedy, Jr., por ejemplo- y forzando una incontestada candidatura de Biden, pese a ominosos indicios de que al buenazo de Joe ya le estaba quedando grande el tacuche, por razones de edad y de salud. El resultado de estos “pecados” anti-democráticos del partido Demócrata les está pasando factura a ellos; pero también, desafortunadamente, a su nación y por sus inevitables consecuencias, al mundo. Todas las encuestas indican que el peligro de un ominoso retorno de Trump a la Casa Blanca, en competencia contra Biden, es muy alto. Y únicamente “pasarle la estafeta” a Kamala Harris, es tres cuartos de lo mismo. Al fin y al cabo, en la dupla oficial, la Presidencia de Harris ya está “incluida”, en el caso de que los temores por la salud de Biden se materialicen. A estas alturas del proceso, por otra parte, una “mini-Primaria express” y su concomitante “Convención Abierta”, equivale a “cambiar de caballos a medio río”, con “toda la diligencia a merced de las corrientes”; aunque revitalizaría al partido y podría resultar en enormes sorpresas positivas. Por el descuido de los principios, ya no queda salida fácil. Si Biden renunciara y facilitara el proceso, pasaría a la Historia como el Presidente que realmente “salvó” a la democracia, encargándole a un guerrero más joven, una menos difícil derrota de Trump y la consolidación del su legado. Si el viejo líder se niega a hacerlo, no obstante, la dirigencia partidaria tiene de todas maneras la obligación moral de intentarlo, aún en contra de la voluntad de su querido jefe anciano. En última instancia, no obstante, el veredicto final lo tendrá en sus manos el votante norteamericano. Quien sea que resulte el candidato demócrata, el votante tendrá que escoger entre democracia y autocracia, entre consolidar su probado sistema de pesos y contrapesos, o entrar en el ámbito de una impredecible ruta autoritaria. Y ese veredicto tendrá consecuencias en todo el mundo, incluyendo en esta olvidada parroquia tercermundista; en donde las fuerzas más regresivas, las que se aferran a nuestra pesada herencia semi-feudal, están contando con un empujoncito exterior para concretar sus intentos golpistas. Aunque al Presidente Arévalo, con las armas legales que le confiere nuestra Constitución, todavía le queden las 7/8 partes de su mandato, para afianzar -aún en el caso de una administración trompista en la Casa Blanca- el hasta ahora incompleto retorno del verdadero Estado de Derecho y de la Auténtica República Democrática (ARDE) a Guatemala…
Tags: Bernardo Arévalo Corte Suprema de Justicia desarrollo socioeconómico Donald Trump MAGA