Por estos días, el movimiento punk, el último grito de autenticidad y rebeldía proveniente de la música rock (el grunge solo fue uno de sus derivados) está cumpliendo 50 años. Efeméride fatal para todos aquellos que en algún momento desearon “vivir peligrosamente, morir jóvenes y dejar un bello cadáver”, como era la consigna. Pero, Patti Smith la sacerdotisa suprema del invento, está por cumplir 8O, escribe libros de memorias que merecen los más importantes galardones literarios, es Comendadora de las Artes y las Letras de Francia, sus pinturas se exhiben en museos y galerías de demasiado prestigio y solo toma té acompañado de rebanadas de pan negro con miel orgánica. Cuesta creer que es la misma poeta atormentada y pobre, adoradora de los escritores malditos franceses, que hace medio siglo se paseaba por el Bowery, el camino público más antiguo en la isla de Manhattan, calle de desesperados, toxicómanos, alcohólicos y sin techo, hoy gentrificado, y escuchó una música un tanto extraña que provenía de un bar oscuro, sucio y deprimido. Eran Tom Verlaine, Richard Hell y demás miembros del grupo Television, intentando entretener a diez borrachos que se refugiaban del frio en el lugar. Entre canción y canción, recitaban versos de Rimbaud y Baudelaire, y la Smith creyó estar viviendo una experiencia sobrenatural, haber entrando de pronto a la dimensión desconocida: existía en la ciudad más gente como ella, eran cuatro o cinco, pero se sintió acompañada.
El lugar respondía al enigmático nombre de CBGB, en realidad las siglas de Country, Blue Grass, Blues, es decir, un bar de música ranchera, pero los Television cobraban barato o no cobraban y al dueño, el más tarde legendario Hilly Kristal, le daba lo mismo escuchar malos cantantes del género que fueran. De todas maneras, el público no era de los más exigente y por lo general se quedaba dormido después del primer trago. La Smith inmortalizó el lugar como la piss factory, el meadero, aunque en realidad el calificativo venía del nombre que ella le dio a la fábrica donde trabajaba antes de emigrar de Illinois a Nueva York, tema de su primera grabación.
La noticia pregonada por Patti Smith, como la buena nueva, corrió de boca en boca y de pronto en el lugar se fueron congregando seres de lo más extraño, deseosos de escuchar a Verlaine y a los muchachos de su banda. Entre estos, una rubia despampanante, vestida a lo Marilyn Monroe, cantante de una banda llamada los Stilettoes (tacones de aguja), que respondía al nombre de Deborah Harry, más tarde Blondie; y cuatro tipos bastante raros, aún para el lugar, desafiantes y pendencieros, que se hacían llamar los Ramones. La tribu no llegaría a 20 integrantes, pero hicieron tal ruido que se oyó por toda la ciudad.
Los siguientes en saltar al escenario y lanzar el grito de batalla fueron precisamente los Ramones, entre agosto y septiembre de 1974. Si Verlaine y Television eran oscuros y deprimidos, los Ramones eran todo lo contrario: rápidos, agresivos, sin matices ni adornos, la disfuncionalidad exaltada al máximo en los dos minutos que duraba una canción, apegados al rock más salvaje y primitivo, el de los grandes pioneros. Ellos abrirían la brecha para que entraran en escena bandas como Patti Smith Group, Johnny Thunders & the Heartbreakers, Dead Boys, The Voidoids, Blondie, Wayne County & the Electric Chairs, Mink DeVille, Talking Heads, The Dictators y hasta celebridades del under como The New York Dolls, Lou Reed, Iggy Pop y los Stooges, MC5, que buscaron refugio en el changarro. El CBGB agregó entonces a su nombre las no menos enigmáticas siglas OMFUG, que querían decir: “otras músicas para estimular paladares golosos”, más o menos traducido.
A decir verdad, ni la Smith ni los Ramones ni Television inventaron el punk, este siempre había existido, aunque nadie le hubiera puesto atención ¿Qué fueron bandas como The Sonics, The Trashmen, The Wailers, The Kingsmen, The Seeds, The Monks…?, que estaban ahí desde los inicios mismos de lo que llamamos rock & roll. Lo supieron, por ejemplo, Lux Interior y Poison Yvi, de los Cramps, que convirtieron sus vidas en un apostolado a la búsqueda de las bandas más excéntricas y ruidosas que habían sonado ente los años 50 y 60 del siglo pasado. La colección que lograron es impresionante y afortunadamente pudieron rescatar y difundir una buena parte de esta, que editaron en varios volúmenes por puritito amor al punk. Tampoco lo inventaron los Saicos del Perú ni los Monjes de México ni los Blue’s Men de Argentina ni los Castells de Guatemala…, aunque participaron del espíritu.
Punk quiere decir cualquier cosa, término utilizado en el argot gringo para designar perdedores, vagos, desempleados, delincuentes de poca monta… El bautizo se lo debemos a Legs McNeil y Gillian McCain, unos adolescentes que frecuentaban el CBGB y, presas del entusiasmo por la nueva música que estaba naciendo, comenzaron a publicar una pequeña revista que se convirtió en la voz del movimiento. La revista se llamaba Punk y otros periodistas tomaron el término para calificar a los grupos que surgían del bar.
Legs McNeil y Gillian McCain son también los autores de un libro monumental, Por favor, mátame. La historia oral del punk. Luego de leerlo a uno se le cae toda idea romántica y preconcebida que pudiera tener sobre el movimiento. Es una obra construida, como su nombre lo indica, a partir de cientos de voces, que dan su testimonio sobre cómo se fue construyendo y autodestruyendo toda esta escena rebelde, anárquica, opuesta a todo lo convencional, musicalmente intensa, y con brotes de sinceridad y hasta de belleza en medio del ruido, el caos y la decadencia. Es de cierta manera un libro sobre la corrupción de los ideales más nobles que atravesaron los conflictivos y atormentados años 70. Todo el mundo habla desde la derrota y la rabia, mientras los autores solo se dedican a escuchar cómo se perdieron las batallas, cómo el dinero y la droga fue pudriendo todo aquello.
Medio siglo después, queda afortunadamente la música, que sigue y seguirá sonando como si hubiera sido concebida el día de ayer.
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