Pequeñas anécdotas sobre las instituciones cumple 50 años. Algunos lo consideraran el disco más extraño de Charly García, otros la obra maestra de Sui Generis y otros más, el disco más importante que produjo el rock latinoamericano en los años 70. Hay algo de todo eso, un disco raro, genial, accidentado, desconcertante, atormentado, mucho más significativo medio siglo después que lo que pudo serlo en su momento, cuando la crudeza e inmediatez de la realidad que retrata impedía apreciarlo en toda su complejidad.
Para comenzar, un disco bisagra que cierra la intensa y brillante trayectoria de Sui Generis y anuncia lo que vendrá después, al menos para Charly García, ese niño prodigio del piano, con oído absoluto, que en algún momento cambio los Nocturnos de Chopin por el rock and roll y creó, junto a su compañero de colegio Nito Mestre, esa fulgurante y efímera asociación, que en cuestión de dos o tres años nos entregó un cúmulo de canciones que se quedaron para siempre.
Vida fue el primer disco de Sui Generis, lanzado en 1972. Una obra emblemática de la música popular argentina que llegó a vender en el momento de su aparición 250 mil copias, que rompieron las barreras que frenaban la difusión masiva del rock cantado en castellano, sin contar con ningún tipo de maquinaria publicitaria, más allá del boca a boca. Una producción casi artesanal de un pequeño sello dedicado a lo que en aquel entonces se denominaba como “progresivo”, conducido por un ex editor de libros que había renovado el panorama de la literatura y las ciencias sociales en Argentina, Jorge Álvarez, y un ex cantante de pop radicalizado, líder de La Pesada del Rock and Roll, Billy Bond.
El lanzamiento de Vida de Sui Generis, coincidió además con la recuperación de la democracia en Argentina, luego de 18 años de dictaduras, con el regreso de Juan Domingo Perón y con cierto clima de libertad que le permitió al rock afianzarse y salir del atolladero.
El rock and roll en América Latina era un género proscrito. Condenado por derechas e izquierdas, reducido por la industria a mero entretenimiento, perseguido por la iglesia y las dictaduras militares, marginado de los foros donde florecía el llamado canto nuevo; música banal, aculturada, propia de drogadictos, indiferente a las realidades sociales…
En medio de ese panorama desolador, Vida, un disco de rock a pesar de todo, se convirtió de pronto en el estandarte de una generación, si bien demasiado joven para la radicalización política, sí harta de represión, autoritarismo, dictadura, persecución, censura y moral nacionalista y cristiana. Una película como La noche de los lápices (Héctor Olivera, 1986), que utiliza sus canciones como banda sonora, da cuenta de la importancia que el disco llegó a tener para la resistencia juvenil, como fiel portador de sus angustias, sus incertidumbres, sus rebeliones, su tristeza, su necesidad de belleza y poesía.
Tanto Vida como el subsiguiente Confesiones de invierno (1973), son discos que se apoyan en la sencillez más absoluta. Aún si ya se presienten fugas hacia sonoridades electrónicas más complejas, la base es esencialmente el piano, la guitarra acústica, la flauta… muy en la onda de Crosby, Stills, Nash & Young, si se quiere. Las letras son naturales, sinceras, en algunos momentos al límite de la inocencia, pero provistas de una profundidad poética, que las hace sonar extrañas, casi marcianas, en un panorama en donde la canción popular se encuentra secuestrada por grupos como Abracadabra, Iracundos o Los Galos. Por otro lado, está el canto comprometido, demasiado encuadrado en el folklore andino, serio, grave, militante, cuyas letras rehúyen el humor, la ironía, el juego de sentidos.
Charly está consciente de que no son buenos tiempos para la lírica y quiere romper con todo. Está harto del éxito y la fama, de esa imagen de trovadores amables que han construido alrededor de Sui Generis, de los sonidos acústicos, de las sinfonías para adolescentes. Invierte las ganancias de Vida y Confesiones de Invierno, en un equipo a la altura de las grandes bandas progresivas (Emerson, Lake & Palmer; King Crimson; Premiata Forneria Marconi…): un moog y un arp string, entre otras sofisticaciones que Billy Bond le lleva de Nueva York, y se decide a dar un salto tan definitivo y letal como el practicado muchos años después desde el noveno piso de un hotel.
La grabación de Instituciones, como era el nombre original del álbum, fue accidentada, errática y peligrosa. Como las grandes obras de ruptura, el resultado no fue necesariamente a lo que Charly quería llegar, que era un disco conceptual a la manera del Freak Out! de Frank Zappa, el Tommy de los Who o el mismo Sgt. Pepper de los Beatles. Su objetivo era la crítica de las instituciones del Estado, que sostenían un régimen caduco, cuya única respuesta a las demandas sociales de libertad y justicia eran la represión, la cárcel o la desaparición. No era música de protesta, tal y como se entendía en ese momento, tampoco un llamado a la insurrección de las masas. Era poner al desnudo la descomposición del orden establecido, a través de la densidad del sonido y de unas letras que atacaban de frente entidades de control como la familia, la escuela, el ejército, el sistema de justicia, la censura.
Charly nunca había tenido una filiación política conocida, es más se mantenía a distancia de los círculos de la militancia izquierdista, su radicalización en ese sentido se debe sobre todo al conocimiento, vía Jorge Álvarez, del escritor David Viñas, con quien mantuvo una estrecha relación por aquel entonces, vital en su acercamiento a la realidad argentina y al arte y la literatura.
Sui Generis -ya convertido en cuarteto con la incorporación de Juan Rodríguez, ex baterista del núcleo de la Pesada y de cantantes como Leo Dan, y de Rinaldo Rafanelli, ex bajista de Color Humano- entró al estudio de grabación en la segunda mitad de 1974, uno de los semestres más agitados y oscuros de la política argentina. Juan Domingo Perón, presidente de la República, había muerto el 1 de julio de ese año, dando paso al gobierno de su esposa Isabel, quien instaló la Ley de Seguridad Nacional, que inauguraba la persecución de ciudadanos por razones “ideológicas”. Por otra parte, la desaparición del líder agudizó las contradicciones dentro de su partido. El ala izquierda se concentró en los Montoneros, que de la militancia pasaron a la acción directa, y el ala derecha en la macabra Triple A, Alianza Anticomunista Argentina, una organización paramilitar del exministro peronista José López Rega, destinada a exterminar oponentes políticos o simples sospechosos.
Instituciones, tal y como había sido concebido por Charly, tenía todas las de perder. Esto lo comprendió Álvarez, reconocido desde sus tiempos de editor como un militante de izquierda, quien le temía no solo a la censura sino a que la violencia comenzara a tocar a círculos culturales considerados contestarios. En pocas palabras temía por la integridad de los músicos, ya que si bien en los ambientes militantes se les calificaba como hippies irresponsables comprometidos con nada, era muy probable que la Triple A los vieran como enemigos del régimen, disidentes, antisociales peligrosos, lo que equivalía casi a una condena de muerte.
Álvarez comenzó por el título del álbum e intentó suavizarlo agregándole lo de Pequeñas anécdotas…, luego trató de convencer a Charly de cambiarle la letra a ciertos temas y, por último, de dejar fuera dos canciones que atacaban directamente al ejército: Botas locas y Juan Represión. Esto para Charly rompía la coherencia conceptual que él buscaba en la obra y montó en cólera, acusando a Álvarez de censor y de atentar contra su libertad artística y de criterio. “Esas canciones apuntaban a la policía y al ejército. Publicarlas era mandarlo preso. García se enojó conmigo porque creía que lo censuraba. En realidad, le estaba salvando la vida. Él era un niñato con escasa preparación política, y no comprendía la dimensión de lo que estaba haciendo”, declaró años después el productor al diario Página 12.
Publicado el 16 de diciembre de 1974, Pequeñas anécdotas sobre las instituciones resultó ser un álbum descaradamente progresivo, en el mejor sentido de la palabra, es decir adelantado en todo a su tiempo. Si bien en algún momento pretendió ser algo así como Las seis esposas de Enrique VIII de Rick Wakeman, una obra que Charly idolatraba, el resultado es indefinible, tiene que ver con todo (de Robert Fripp a Chick Corea) y a la vez no tiene que ver con nada, es genuino, no pudo haber sido concebido en otro lugar ni momento, ni tampoco por otros músicos. Es la declaración de independencia de García, su primera incursión en un territorio que con los años se convertirá en algo para él demasiado propio: la experimentación. Si lo juzgamos a partir de la primera intención, la de ser un disco conceptual con una narrativa coherente, pues sí es un álbum más que fragmentado, retaceado, un collage medio dadaísta, que salta de un lado a otro, pero esto es lo que le confiere su magnífica fuerza, lo que lo ha hecho sobrevivir hasta los días actuales, sin sonar desfasado, como otros intentos de rock progresivo latinoamericano.
Las letras que un principio eran directas y claras, comprometidas por llamarlas de alguna manera, se oscurecen y se vuelven cripticas, a ratos demasiado. Pero esto más que robarles la rabia con la que fueron concebidas, las dota de una rara belleza. Una obra extraña, la gran revancha de Charly contra la dictadura. Un disco en donde fracasó la censura militar, perdieron los músicos, pero ganó ampliamente la poesía, que es lo que sobrevive. A todo.
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