La discusión sobre nuestro pasado nunca va a parar y para seguir en esas les recomiendo dos nuevas obras históricas casi novelas. La primera está escrita por Gorge Lowell, Christopher Lutz y Wendy Kramer, que tratan sobre el altivo conquistador y brazo derecho de Hernán Cortés: Atemorizar la tierra: Pedro de Alvarado y la conquista de Guatemala, 1520-1541. F&G Editores, Guatemala 2016 es una de ellas.
Sus retratos al óleo del rubio dan una imagen de gran donaire del conquistador, que causó gran impresión entre los nativos de estas tierras y lo llamaban Tonatiuh. Es la imagen de héroe de los criollos de vieja cepa colonial. En el despacho de nuestra alcaldía capitalina desde 1960 pendía la gran pintura del conquistador implacable, que el alcalde Quiñónez lo descolgó por su connotación racista. Otro cuadro similar se ve en la Casa Popenoe, en Antigua Guatemala, pintado por Juan José Rosales en 1808. También en el Club Guatemala hay otro a la entrada, no muy cerca de las fotos de sus ex directores criollos de la misma cepa, cuando estos representaban la élite chapina, ahora venida a menos. En 1524 Alvarado sufrió un flechazo de los pipiles en su pierna que lo dejó cojo “por cuatro dedos” y para siempre, mientras su ferocidad hacía de las suyas en esta tierra.
En “Atemorizar la tierra”, frase que escribió a Cortés para someter a sangre y fuego a los nativos de Guatemala luego de quemar a los señores del pueblo kaqchikel, se rebelaron enseguida y en represalia arrasó la tierra como en su momento hicieron los tiranos J. R. Barrios, Lucas y Ríos Montt. “Atemorizar la tierra” pone carne de gallina a quien lee el libro porque ilustra el genocidio que se practicaba entre los conquistadores sobre los pueblos nativos ya afectados por terribles enfermedades. Los tres historiadores tomaron como fuentes también el Memorial de Sololá; Anales de los kaqchikeles y otras crónicas.
Cuando Alvarado y sus parientes arribaron a Guatemala (que significa monte donde salta el agua, referido al volcán de Agua cuyo cráter era una laguna), las enfermedades traídas por ellos (viruela, tifus, sarampión) hacían ya estragos en Mesoamérica: de veinticinco millones de habitantes en el centro de México pasaron a quedar solo dos. Y en Guatemala, de dos millones, sobrevivieron ciento veinte mil habitantes. Una debacle total para los vencidos, mientras los virus pasaron a Sudamérica y causó la muerte de más del noventa por ciento de los habitantes nativos durante las siguientes décadas.
No contento Alvarado con sus enormes riquezas obtenidas a la caída de Tenochtitlán y disfrutarlas en Guatemala con un alto salario como su gobernador, decidió emprender en 1534 una travesía marítima por el Pacífico rumbo a Perú tras oír las noticias de la riqueza encontrada entre los Incas por Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Ambicioso, codicioso, avaricioso, en dicha empresa gastó gran parte de su fortuna, nos cuenta Lovell en su reciente libro “Muerte en la nieve: Pedro de Alvarado y la conquista de los Andes, Editorial Sophos 2024, pues construyó en Iztapa una flota de doce naos. Esclavos negros e indígenas sellados con fuego transportaron desde Veracruz todos los aparejos necesarios para construirlos. En esa labor murieron decenas de nativos y esclavos negros al llevar en sus espaldas anclas, cañones y todas las herramientas pesadas al estuario guatemalense, mientras Guatemala aún estaba en total desorden debido a los levantamientos del pueblo kachiquel porque Alvarado los había engañado. Los trabajos acuciosos de Adrán Recinos resaltan como fuente histórica de Lovell para este tremendo episodio. En Iztapa se embarcó con cientos de esclavos negros y nativos y llegó al puerto de Realejo en Nicaragua, en cuyo estuario terminó de construir sus naos y a la vez robó otros barcos de españoles, conocido por irrespetar la ley. Se hizo de más hombres allí y emprendió viaje hasta llegar a lo que ahora estaría cercano a Guayaquil. Deshizo aldeas nativas de pueblos costeños que no estaban sujetos al imperio inca, como sucedía en las costas sudamericanas, pues sus dominios estaban en las montañas. A los sobrevivientes los usó de peones en su aventura para atravesar montañas altísimas llenas de nieve con la idea de llegar a Quito. Extraviado bajo la nieve, donde murió la mitad de expedicionarios atraídos por el oro del reino de Quito, pensando que Almagro y Pizarro no habían llegado a esa parte. En la aventura el irresponsable llevó a su mujer doña Luisa y a su hija Leonor de diez años. Fue un error atravesar las montañas en los meses más fríos del año bajo el Chimborazo, que se eleva más de seis mil metros. Alvarado casi muere de calenturas… Sobrevive y negocia con Pedro de Almagro, que se anticipó a ocupar Quito, y negociaron que Alvarado volvería a Guatemala a cambio de una fuerte suma de oro, en retribución de sus gastos. Eso se confirmó cerca de Lima donde se encontró con Francisco Pizarro, el pequeño tuerto. Le vendió sus barcos y los parientes Alvarado se quedaron allí. Él empero volvió derrotado y asumió por poco tiempo su gobernación en una Guatemala, que para él era pequeña para sus ambiciones. Pizarro mataría a Atahualpa y Moctezuma murió por una pedrada de los suyos: ambos tuvieron en sus manos el Tahuantinsuyo inca y el mundo mexica. Los días de Alvarado terminaron cuando se hizo de nuevo al mar pues en México cerca de sus playas encontró la muerte desilusionado, tal como aparece medio encorvado y triste en su estatua hecha en el siglo XIX en Badajoz, su pueblo natal.
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