La ética en el ámbito del servicio público es fundamental para el correcto funcionamiento de una sociedad democrática. El comportamiento de los funcionarios no solo impacta en la gestión pública, sino que también afecta la confianza y la opinión que los ciudadanos tienen sobre el gobierno y de cualquier institución pública. De acuerdo con el objetivo 16 de Desarrollo Sostenible propuestos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la integridad es fundamental para la construcción de sociedades justas y equitativas y que los funcionarios rindan cuentas de su actuación[1].
La corrupción representa uno de los mayores retos que enfrentan los gobiernos a nivel global. Cuando los funcionarios públicos se comportan de forma poco ética, se facilita la aparición de prácticas corruptas que pueden socavar las instituciones y disminuir la confianza ciudadana. Según Transparency International, la corrupción no solo afecta el desarrollo económico, sino que también socava la democracia y la justicia social[2].
Es preciso reconocer la moderación en el comportamiento de los servidores públicos, ya que implica actuar con prudencia y equilibrio. En momentos de crisis o conflicto, la habilidad de un funcionario público para permanecer calmado y mesurado puede ser crucial para resolver problemas de manera efectiva. La moderación abarca no solo el proceso de toma de decisiones, sino también la forma en que estas se transmiten a la ciudadanía.
En este contexto, es relevante examinar las relaciones amorosas que pueden surgir entre funcionarios públicos y su personal subordinado. Aunque este tema genera debate y controversia, aquí lo abordaré desde una perspectiva feminista.
Desde hace años varias autoras feministas como Simone de Beauvoir, Millet, Rubin, Segato, entre otras, han destacado las implicancias radicales de lo amoroso en relación con la subjetividad, haciéndose cargo de que la organización del amor bajo el patriarcado está fuertemente estructurada por el sistema de sexo/género, contribuyendo a la subordinación de las mujeres[3].
Así pues, la noción del amor romántico, utilizado para ocultarse y justificar el «me enamoré de una subordinada en el trabajo«, contribuye a ocultar las dinámicas de poder que también están presentes en las relaciones amorosas, lo que a su vez reproduce actos de desigualdad.
Las relaciones amorosas que puedan surgir en el ámbito laboral entre funcionarios públicos y subalternas son totalmente disímiles. Un funcionario público ejerce una autoridad que coloca a la persona subordinada, especialmente a las mujeres, en una posición de dependencia. Esta asimetría de poder puede crear un ambiente donde la persona subordinada se sienta obligada a aceptar propuestas románticas o sexuales, incluso en contra de su voluntad. Por lo tanto, desde una perspectiva feminista, esta presión implícita se considera una forma de violencia de género que refuerza la desigualdad.
Las relaciones de poder también pueden afectar la toma de decisiones en el ámbito laboral. Un funcionario público que sostiene una relación romántica con una subordinada podría sentirse inclinado a favorecerla en cuestiones como promociones, asignaciones de proyectos o evaluaciones de rendimiento. Esto no solo mina el principio de meritocracia, sino que también puede generar desconfianza entre los demás miembros del equipo. De tal cuenta, que la equidad en el entorno laboral no se favorece, y estas relaciones la comprometen.
Además, es importante considerar cómo estas relaciones afectan la cultura organizacional en las instituciones públicas. La percepción de favoritismo puede desmotivar a otros empleados, en especial a las mujeres. Esta situación puede crear un ambiente inadecuado donde las mujeres pueden dudar en expresar sus opiniones o en perseguir sus metas profesionales, perpetuando así un ciclo de desigualdad. La escasez de representación femenina en roles de liderazgo se ve agravada por estas dinámicas, ya que las mujeres pueden ser sistemáticamente marginadas de oportunidades debido a vínculos personales que no deberían existir.
Desde una perspectiva feminista, también es relevante considerar el mensaje que se envía a la sociedad cuando se normalizan estas relaciones. La creencia de que un servidor público puede entablar una relación amorosa con una persona bajo su mando sin enfrentar repercusiones fortalece la percepción de que el poder masculino es natural y permitido. Este tipo de actitudes no solo alimenta los estereotipos de género, sino que también distrae de problemas más profundos vinculados a la equidad de género.
Es necesario contar con políticas claras sobre relaciones laborales para prevenir conflictos de interés. Las instituciones públicas deben establecer y hacer cumplir normas que prohíban este tipo de relaciones, garantizando así un entorno laboral seguro y equitativo para todas las empleadas y empleados, ya que la implementación de estas políticas no solo beneficia a las mujeres, sino que también fomenta un clima laboral más saludable y productivo.
La desigualdad de poder, el potencial de favoritismo, el efecto en la cultura organizacional y los mensajes que se transmiten son elementos que mantienen las relaciones de poder desiguales, donde muchas mujeres en situaciones vulnerables pueden sentirse presionadas. Es fundamental que el gobierno central aborde estas circunstancias no solo para salvaguardar a las mujeres en el trabajo, sino también para garantizar que tengan acceso a oportunidades de nombramiento y ascenso sin ser objeto de ningún tipo de violencia.
[1] Puede consultarse en: Promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas
[2] Puede consultarse en: Índice de Percepción de Corrupción
Báez, Teresa; González Barrientos, Marcela; Godoy, Denisse; Campos Tamara;; Rodríguez María I. Amor romántico, feminismo y poder: repercusiones subjetivas en la pareja contemporánea. Universum vol.37 no.2 Talca dic. 2022.