Las elecciones son uno de los pilares fundamentales de cualquier democracia. Estas, le debiesen permitir a los ciudadanos ejercer su derecho a elegir a sus representantes, a definir el rumbo de su país y, en última instancia, a modelar sus vidas. Sin embargo, es esencial recordar que las elecciones tienen consecuencias profundas y duraderas. En nuestro país, la realidad que enfrentamos hoy es el resultado de décadas de decisiones políticas que han sido tomadas por líderes mercantilistas, quienes han construido un sistema político-económico-social caracterizado por la cooptación del Estado. También es fundamental recordar que a estos “líderes” los escogimos nosotros; precisamente quienes hoy sufrimos las consecuencias.
Durante años, hemos sido testigos de cómo ciertos sectores han logrado infiltrarse en las estructuras del poder, utilizando prácticas corruptas y clientelistas que han desdibujado la línea entre lo público y lo privado. Estos políticos, en lugar de actuar como verdaderos representantes de la ciudadanía, han priorizado sus propios intereses y los de sus aliados económicos, perpetuando un ciclo vicioso de dependencia y corrupción. Las consecuencias de este fenómeno son evidentes: desigualdad social, pobreza, falta de acceso a servicios básicos, infrestructura deplorable y una desconfianza generalizada hacia las instituciones.
El sistema que se ha cimentado a lo largo de las décadas no solo es robusto, sino que también está interconectado. Las redes de poder que se han tejido a lo largo de los años son difíciles de desmantelar. Por lo tanto, un cambio de rumbo por parte de un nuevo gobierno, por bien intencionado que sea, representa un desafío monumental. Romper con estas estructuras requerirá un esfuerzo titánico, no solo en términos de políticas públicas, sino también en la reeducación de la ciudadanía sobre su papel en la democracia. Los ciudadanos poco entienden de esta construcción de país, y mucho menos del reto que para un gobierno bien intencionado es el intentar cambiar el rumbo de décadas de fortalecimento de un sistema perverso. Al no ver resultados inmediatos y tangibles, se resignan a concluir el haber llevado una vez más al poder a más de lo mismo; otro gobierno que por ser el menos peor de la lamentable selección de posiblidades, resulta siendo aun peor que su antesesor. Esta es una realidad de la cual no podemos escapar y solo esperamos que el presidente Bernardo Arévalo y su gobierno estén detenidos en esta monumental batalla y no en la ruta a convertirse en una más de las decepciones democráticas guatemaltecas.
Es crucial entender que cualquier intento de reforma enfrentará una resistencia feroz. Los actores que se benefician del status quo no se rendirán fácilmente. Utilizarán sus recursos y conexiones para obstaculizar el cambio, manipulando la opinión pública y socavando la legitimidad de un nuevo liderazgo. Esto se traduce en un panorama donde la transformación se percibe no solo como una tarea monumental, sino como una misión casi imposible. Un gobierno bien intencionado que intenta desmantelar un sistema arraigado en las mafias enfrenta un reto monumental que no puede abordar solo. En este proceso, la ciudadanía juega un papel crucial, y su compromiso debe ser tanto paciente como crítico. Es fundamental que los ciudadanos exijan rendición de cuentas sin caer en el extremismo del rechazo absoluto, pues la desconfianza ciega puede socavar los esfuerzos de cambio. Al mismo tiempo, un apoyo incondicional puede llevar a la complacencia y a la falta de vigilancia sobre las acciones del gobierno. La clave radica en un acompañamiento constructivo, donde la ciudadanía mantenga un diálogo abierto, apoye iniciativas positivas, pero también demande transparencia y resultados claros, entendiendo que la transformación de un sistema tan complejo es un proceso largo y a menudo lleno de obstáculos. Solo con este equilibrio se podrá construir un camino hacia una sociedad más justa y libre de la influencia corruptora de las mafias.
En conclusión, las elecciones tienen consecuencias que se extienden mucho más allá del día de la votación. En nuestro país, el legado de décadas de políticas mercantilistas ha creado un sistema que se sostiene sobre la cooptación del Estado. Un cambio de rumbo es no solo necesario, sino urgente. Sin embargo, para lograrlo, necesitamos desmantelar estructuras profundamente arraigadas y enfrentar una resistencia considerable. Solo a través de la participación activa y consciente de la ciudadanía podremos abrir el camino hacia un futuro más justo y equitativo. La tarea es monumental, y la historia apuesta en nuestra contra. En lo personal, sigo paciente y comprometido con el cambio; solo espero no ser defraudado una vez mas.
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