“…Un domingo de tarde … seis filas a cada lado (ya se sabe que los domingos la autopista está íntegramente reservada a los que regresan a la capital), poner en marcha el motor, avanzar tres metros, detenerse…el calor de agosto se sumaba a ese tiempo a ras de neumáticos para que la inmovilidad fuese cada vez más enervante. Todo era olor a gasolina, gritos destemplados …, brillo del sol rebotando en los cristales y en los bordes cromados, y para colmo la sensación contradictoria del encierro en plena selva de máquinas pensadas para correr”. El magistral relato de Cortázar, La autopista del sur, de 1964, que narra un colosal atasco en la autopista entre Fontainebleau y París un domingo por la tarde, parece cada vez menos una ficción y más una crónica de la vida cotidiana. Algunas cosas cambian con el tiempo, pero otras permanecen tan inamovibles como los autos atrapados en una autopista congestionada. Prueba de ello es que el anterior párrafo y las principales ideas del resto de este texto, publicadas en ElPeriódico en el lejano 2016, siguen siendo tan vigentes hoy como lo fueron entonces.
La urgencia por resolver los problemas de movilidad no debe convertirse en justificación para cualquier tipo de intervención, especialmente aquellas que no responden a un análisis técnico riguroso de la movilidad urbana. No toda inversión en transporte es sinónimo de progreso, sobre todo cuando se priorizan proyectos llamativos pero ineficaces sobre soluciones estructurales. En diversas ciudades del mundo, han proliferado lo que se conoce como Gadgetbahns, sistemas de transporte tecnológicos o innovadores en apariencia, pero que en la práctica no resuelven los problemas de movilidad y terminan siendo ineficientes, costosos y desconectados de la red de transporte masivo. Este tipo de soluciones suelen atraer atención mediática, pero rara vez logran desplazar una cantidad significativa de pasajeros ni generar cambios estructurales en la dinámica del tráfico. La novedad en materia de transporte puede ser un espejismo cuando lo que realmente se necesita es una infraestructura funcional, bien planificada, técnicamente sólida y financieramente sostenible.
En aquella columna de 2016 se advertía sobre los riesgos de persistir en un modelo de movilidad basado en el automóvil, pero en la última década, lejos de corregirse, ese modelo ha seguido fortaleciéndose. La expansión y reconfiguración de calles para dar más fluidez a los vehículos privados ha terminado abaratando aún más el uso del automóvil y la motocicleta, incentivando su compra y saturando aún más el tráfico. Mientras tanto, la falta de inversión en transporte masivo bien diseñado ha empujado a miles de personas a depender de su propio vehículo, consolidando un esquema donde la movilidad privada es la única opción viable. La solución al problema de congestión radica también en reconocer que el modelo de expansión urbana descontrolada ha hecho inviable cualquier sistema de movilidad eficiente. Sin una política clara de ordenamiento territorial, Guatemala seguirá atrapada en una paradoja en la que cualquier inversión en infraestructura de transporte terminará siendo insuficiente para la demanda creciente.
Las soluciones deben obedecer un orden de priorización basado en los corredores de mayor tránsito, la interconectividad con otras modalidades de transporte y la rentabilidad de los proyectos en términos de su capacidad de mover grandes volúmenes de personas de manera eficiente. Sin embargo, en lugar de atender estas prioridades, a menudo se privilegian soluciones que avanzan con gran espectacularidad pero que, en el fondo, no llevan a ninguna parte. Como un funambulista que cruza la ciudad sobre un cable tenso, desplazándose sobre la arteria más congestionada sin tocar nunca el suelo, desviando la atención de todos respecto del problema principal. Como si bastara con elevarse sobre el caos para no ser parte de él.
Proyectos que llenan de entusiasmo a los no conocedores y capturan la imaginación de quienes anhelan cambios visibles y proyectan la ilusión de modernidad, pero su sostenibilidad financiera es incierta, su integración con el resto del sistema es forzada y, con el tiempo, terminan siendo monumentos a la improvisación más que a la transformación urbana. Antes de comprometer fondos en intervenciones con impacto limitado, es imperativo reconocer que deben analizarse con detenimiento todos los criterios técnicos relevantes y riesgos asociados, priorizando soluciones bien fundamentadas y diseñadas. «En una maratón, nada se gana con salir desbocado en los primeros kilómetros de un recorrido largo cuando no se tiene la preparación ni un plan de carrera. Con estos proyectos sucede lo mismo que con quienes corren el Medio Maratón de Cobán creyendo que basta con las ganas y un arranque acelerado. El regreso de Carchá a Cobán sigue demostrando, a quienes insisten en ese error, que puede más la buena preparación y la estrategia que la impaciencia.
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