La socialdemocracia y los principios católicos: ¿Contradicción o Complemento?

Mariana Rohrmoser

marzo 4, 2025 - Actualizado marzo 3, 2025
Mariana Rohrmoser

La semana pasada, en mi columna de opinión, hice referencia a las descalificaciones de orden ideológico que en últimos años se suelen verter entre los ciudadanos de este país e inclusive a nivel mundial, con la única finalidad de dividir a la población, implantándose narrativas para incrustar agendas y supuestamente defender valores.

Concretamente el presente artículo busca abrir un espacio de diálogo y reflexión, desmontando la idea que existe una contradicción irreconciliable entre ambas doctrinas: la socialdemocracia y el catolicismo.

En ese sentido, intentaré probar cuánto tienen en común dichas corrientes y sus respectivos principios, haciendo ver el ruido y la confusión que causan, cuando mal se interpretan, con el único afán de destruir y separar a la población, cuando muy posiblemente sean posturas análogas que tengan más elementos en común y de mucha coexistencia.

Estimado lector, no estoy pretendiendo mezclar la gimnasia con la magnesia, sino más bien, probándole cuan manipulados pueden estar muchos, enfrentándoles bajo supuestas ideologías, que, por esencia, quizá lo único que pretenden es hacer el bien y buscar la equidad.

En la política actual, es común escuchar que la socialdemocracia y la religión católica son incompatibles. Sin embargo, si analizamos los valores fundamentales de ambas doctrinas, encontraremos más puntos de encuentro que de conflicto.

La búsqueda de justicia social, la promoción del bien común y la dignidad humana, son principios compartidos que permiten a una persona católica sostener una postura socialdemócrata, sin traicionar su fe.

La socialdemocracia se basa en la idea que el Estado, a través de los tributos que recibe de la población y el desarrollo que se produce de los mismos, debe garantizar condiciones equitativas para que todas las personas tengan acceso a derechos fundamentales como la salud, seguridad, educación, justicia y trabajo digno.

Es decir, nada se percibe gratis, pues es la inversión de lo que se paga con impuestos.

¿Quién podría negarse a esto?

Dicha visión coincide con la doctrina social de la Iglesia, encontrándose muchas encíclicas que enfatizan la necesidad de proteger a los más vulnerables y asegurar un orden económico más justo.

El cristianismo, enseña que la dignidad de la persona está por encima de cualquier sistema económico y que la solidaridad es un deber moral. La socialdemocracia, al buscar reducir la desigualdad y promover políticas de bienestar, responde precisamente a esta necesidad de construir sociedades más justas.

Uno de los puntos de debate entre ciertos sectores católicos y la socialdemocracia es el rol del Estado. Mientras algunos creen que la caridad debe ser una acción individual o comunitaria, la socialdemocracia sostiene que el Estado debe ser un actor activo en la protección de los derechos sociales.

Pero ¿acaso no es también una responsabilidad colectiva garantizar que ninguna persona quede desamparada?

Haciendo referencia al mensaje del Papa Francisco en Fratelli Tutti (2020): “La política no debe someterse a la economía ni esta a los dictados de un paradigma eficientista. Hoy más que nunca necesitamos una política que piense con visión amplia y que lleve adelante un replanteo integral.”

Lo anterior, pareciera reforzar que el Estado tiene un papel legítimo en la regulación económica y la protección de los más débiles, algo que la socialdemocracia promueve.

Es muy posible, que la más comunes y frecuentes tensiones entre aquella doctrina y los principios de la Iglesia católica surjan dentro de la moral pública, como la educación sexual, los derechos reproductivos o la diversidad.

Sin embargo, esto no significa que toda persona que se proclame a favor de la socialdemocracia deba adherirse a una visión contraria a la fe. La clave está en la priorización del bien común y la defensa de la dignidad humana, algo que tanto católicos como socialdemócratas, pueden respaldar.

Además, dentro del mismo catolicismo hay diversidad de posturas y muchas figuras cristianas han trabajado en favor de reformas sociales sin renunciar a su fe. En América Latina, la Teología de la Liberación ha abogado por la justicia social desde una perspectiva cristiana y en Europa, líderes demócratas cristianos han construido modelos de bienestar social compatibles con la doctrina católica.

En concreto, la idea de buscar más convergencias que diferencias, quizá debiese imperar en un mundo cada vez más polarizado, siendo esto fundamental para dejar de atacar posturas ideológicas que, al analizarse con profundidad, comparten más elementos comunes de lo que suele reconocerse.

Como dicho está, la socialdemocracia y los principios católicos coinciden en aspectos como la dignidad humana, la justicia social y la solidaridad. Sin embargo, muchas personas, ya sea por desconocimiento o por influencias de discursos polarizantes, confunden la primera hasta con el comunismo.

¡Error garrafal!

En ese sentido, es de suma importancia destacar con claridad, que la socialdemocracia, en su esencia y fundamento, es nada más lejano al comunismo.

A diferencia de este último, que aboga por la abolición de la propiedad privada y la planificación centralizada de la economía, la socialdemocracia cree en un sistema mixto, donde el mercado y el Estado coexistan, para garantizar equidad, sin eliminar la libertad económica.

Esta distinción es clave para evitar prejuicios infundados y reconocer que una sociedad justa, no necesita radicalismos, sino soluciones equilibradas que integren principios de solidaridad y libertad.

En conclusión, considerarse una persona católica y socialdemócrata no sólo es posible, sino que puede ser una forma coherente de vivir el Evangelio en este mundo moderno.

Valores como la justicia, la solidaridad y la defensa de la dignidad humana son principios que ambas corrientes comparten. Por ello, más que verlas como opuestas, podemos entenderlas como complementarias en la construcción de una sociedad equitativa, justa y en donde los derechos se respeten con vehemencia.

La pregunta clave no es si la socialdemocracia y el catolicismo pueden coexistir, sino más bien, cómo podemos hacer que trabajen juntos para el consolidar la democracia y el bienestar de la ciudadanía.

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