Cualquier reflexión política de lo que sucede en nuestro bello y complicado país no puede dejar de asumir la realidad de lo que se ha denominado “riesgos existenciales” de la humanidad. Los caminos para entender a Guatemala se complican por la neblina moral y política que envuelve al mundo. La crisis ambiental, el preocupante desarrollo distópico de la tecnología o el siempre presente peligro de una hecatombe nuclear no son temas que deban ignorarse si se quiere encontrar un futuro que no se localiza en las estrellas, sino en nuestras decisiones.
Nos hemos encerrado en un ambiente intoxicado por la extraña obsesión del fascismo: esa fascinación con el color de la sangre coagulada. Ciertamente, una ideología de la muerte no se preocupará demasiado de la afirmación de Toby Ord de que el reto crucial de nuestro tiempo es asegurar el futuro de la humanidad. Al final, no sería una gran tragedia que los débiles desaparecieran. Después de mí, el diluvio.
La lucha contra las huestes fascistas se hace difícil por la velocidad de los cambios que crean una sensación de caos. Hace pocas semanas estábamos seguros que el atentado contra Donald Trump proveía el combustible para impulsar el triunfo arrollador del millonario neoyorquino. Se podía sentir, en nuestro medio, la alegría intimidante de los siervos guatemaltecos de la oscuridad. Pero poco después, la renuncia de Joe Biden provocó que la figura de Kamala Harris se agigantara con la celeridad propia de estos tiempos. Y ahora se puede sentir la urgencia de las huestes corruptas para evitar que cualquier rayo de luz, así sea tenue, pueda iluminar al país.
La situación caótica hace que el descaro se convierta en el signo de la época. Trump ha dicho que su llegada al poder librará a los norteamericanos de acudir de nuevo a votar. Ya sabemos lo que significa esto para los embrutecidos partidarios guatemaltecos de ese desquiciado.
Los entusiastas partidarios de la corrupción en Guatemala han uncido su carro a la política del descaro y saben que deben actuar de inmediato para asegurar sus planes. Pero esto solo puede hacerse actuando con base en la violación de escrúpulos que, de todos modos, en su fuero interno nunca serán visibles.
Creo que esta es la perspectiva que debe asumir el gobierno guatemalteco y los movimientos sociales democráticos para tratar con un grupo de forajidos en pleno ejercicio golpista. Por decirlo en términos cercanos a Weber, el diablo nunca va a pactar en medio de las tinieblas. El uso de recursos institucionales sería recomendable si se tratara de grupos con un mínimo sentido de las reglas y valores del juego democrático. Pero estos no conocen ni la dignidad de los otros ni la de ellos mismos.
Los corruptos han multiplicado sus esfuerzos golpiasta porque saben que el mundo se les puede acabar y la deriva del descaro se muestra propicia para actuar de manera temeraria. El reciente incidente con la vicepresidenta Karin Herrera, pinta a esos grupos de cuerpo entero. Estos actos no deben verse con indiferencia, puesto que la falta de respuestas les da pábulo a las intenciones sombrías de estos grupos. Cuando uno se enfrenta a las fuerzas de la corrupción en Guatemala, en este caso, las pandillas que dominan la USAC, uno debe entender que se enfrentan a seres infrahumanos, incapaces de la mínima racionalidad moral. Es inútil querer explicar la acción de estos grupos porque, sin duda, lo único que no hacen es pensar. Maquinar para crear la incertidumbre y el caos no es pensar.
Lo recomendable en este momento es tomar ventaja de la confusión de las fuerzas fascistas en los Estados Unidos. Es necesario aprovechar este momento para atacar sin piedad a esa masa de larvas que se nutre de las heridas del país. Este ataque debe ser acelerado, a juzgar por la inestabilidad del ambiente general. Y el actual gobierno tiene un papel evidente e ineludible en este esfuerzo nacional.
Parece mentira que tenga que aclarar que de ningún modo esta columna está motivada por alguna inquina contra el gobierno. Lo que me preocupa es que se pierda lo que menos abunda: el tiempo. Hay que tomar conciencia plena de la situación y actuar de manera concertada para salir de este abismo que se abre a nuestros pies. Aun cuando seamos solo un actor pequeño en un escenario global, se debe luchar por cumplir la parte que nos corresponde como parte de un mundo que aspira a la vida.
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