El otro día vi a medias un documental de la británica BBC sobre la aparentemente misteriosa Corea del Norte. Lo vi a medias, porque por más esfuerzos que hice, no pude soportar la estupidez e hipocresía que vomitaba sobre una realidad voluntariamente distorsionada por el encopetado “mundo occidental” que se considera el ombligo del mundo civilizado.
Con un tono fingidamente neutral y objetivo, el documental era en realidad un proyectil ideológico para dinamitar cualquier posible atribución de normalidad y de humanidad a ese país, violándonos el cerebro con la idea de que en realidad se trata de un absurdo país hermético, donde la población vive oprimida y gobernada por un poder omnímodo de tipo dinástico que impone una tonelada de reglas de conducta esclavizantes para sus ciudadanos, convertidos en hormigas pseudo-humanas que desconocen por completo las virtudes esenciales del mundo libre y democrático.
Nunca he estado en Corea del Norte, pero como viví seis años (desde 1984 hasta 1990, un año después de la caída del muro) en la República Democrática Alemana (RDA), país hasta cierto punto similar a la República Democrática de Corea, puedo juzgar de la cantidad de distorsiones que tuve que escuchar antes y después de la reunificación con la Alemania Federal (reunificación que fue más bien una anexión) sobre el socialismo real, falsedades que no correspondían con la realidad, pues eran una burda caricatura construida por el mundo “libre” occidental para desprestigiar a ese Estado y ponerlo de rodillas.
Las conquistas sociales reales en favor de los trabajadores y los márgenes concretos de libertad que ello significaba eran cualitativa y cuantitativamente mayores que los existentes en el universo capitalista, y menciono a título de ejemplo solo cuatro derechos humanos universales que en el capitalismo siguen siendo una utopía: los derechos universales a la salud, a la vivienda, a la educación y al trabajo.
En mi caso, por ejemplo, siendo profesor universitario, ganaba como todos los profesores universitarios en la RDA, el equivalente más o menos a 1,300 dólares al mes. El alquiler de una vivienda cómoda con dos dormitorios costaba 90 dólares (por ser extranjero, pues para todos los alemanes oscilaba entre 30 y 60 dólares). El gasto de comida para dos personas era de 200 a 300 dólares mensuales, otros gastos eran de 150 dólares, y al final, podía ahorrar un mínimo del 40% de mi salario mensual. Pero si se trataba de una pareja en la que ambos trabajaban, podía entonces economizarse largamente el 80 o 90% de los ingresos comunes.
Los obreros calificados, en cambio, ganaban una base de 2,500 dólares, el doble del salario intelectual, porque su trabajo implicaba más esfuerzo físico y horarios más restringidos. Y bueno, ni mencionar los derechos específicos que tenían las mujeres y los niños, las libertades de ocio y de vacaciones, el acceso a actividades recreativas y culturales de alto nivel a precios bajísimos, y la posibilidad de viajar toda la familia cada año durante tres y cuatro semanas a cualquiera de los numerosos países de la esfera socialista.
Desgraciadamente, a pesar de que la RDA era el décimo país más industrializado del mundo, su poca competitividad ante el capitalismo en el plano internacional y las dificultades cada vez mayores de inversión social en el plano interno, sumado al derrumbe de la Unión Soviética, significó el final de aquel Estado, así como la caída de la casi totalidad de los países que practicaban el modelo soviético.
¿A qué viene todo esto? Viene al caso porque personalmente me revienta escuchar en la radio, en la televisión, en los diarios y en las redes sociales, el bombardeo ideológico y la guerra de sanciones económicas e incluso de intervenciones militares que los países denominados ricos u occidentales implementan contra los países del tercer mundo y contra países en vías de desarrollo, sobre todo cuando estos intentan desarrollarse de manera independiente.
Estos países llamados “occidentales”, que no son más de 30 o 40 de los 190 que hay en el planeta, son los que realizaron su inmensa acumulación primaria de riquezas gracias a sus actividades invasoras y a sus violentas empresas coloniales de explotación y expoliación, y son los que, bajo la batuta de los capitales financieros más agresivos del mundo, quieren ahora imponer un modelo de productividad, de vida, de creencias y de costumbres a ciertas culturas y regiones del planeta que no se acoplan a sus intereses y manipulaciones, como es el caso, entre otros muchos, de la vilipendiada Corea del Norte.
Que allá en Corea todos obedecen a un señor que nadie ha elegido y que dirige con férrea autoridad los destinos del país, decía el documental. Pues salvo que uno sea idiota, podemos constatar que exactamente lo mismo pasa de una forma u otra en los países monárquicos y no monárquicos que hay en el mundo. Hay 44 países monárquicos en el mundo, entre monarcas absolutos y monarcas constitucionales, cuyos retratos los niños tienen que tragarse en cada escuela, y de allí pa´lante, el resto de sus vidas. Y bueno, donde no hay monarcas, hay regímenes republicanos con presidentes a la cabeza que a menudo son incluso más déspotas que un monarca.
Que en Corea no hay independencia de poderes entre el Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial, y el mediático (la prensa), afirma el documental. No me hagan reír. Ni siquiera en Francia, ni en España, ni en los mismos Estados Unidos, hay independencia absoluta de poderes. En grados diversos, uno de esos poderes es el hegemónico frente a los otros tres.
Que la inmensa mayoría de la gente en Corea aprende a amar a su jefe de Estado, quien es visto como el padre de la nación, y se le rinde pleitesía con mucho fervor, un fervor inexplicable para personas de otros países. Pero todo el mundo con dos dedos de frente constata que el culto a la personalidad es moneda corriente en otros muchos países, desde los Estados Unidos, pasando por Rusia, por Ucrania, por Marruecos, por Arabia Saudita, y no digamos en países de América Latina.
Que la gente trabaja como bestia, como hormiguitas disciplinadas. ¿Y qué otra cosa vemos en los países capitalistas? ¿Para qué se vive en el ampuloso Occidente, y no digamos sobre todo en los países del tercer mundo que pertenecen a la esfera occidental, si no es para trabajar como mulas de carga por lo menos ocho horas diarias, y cada vez con más prisas y exigencias, ansiedades, angustias, frustraciones y suicidios? Yo dudo sinceramente que en Corea del Norte la gente viva tan atosigada por el trabajo como en los países occidentales. Cuando yo vivía en el socialismo de la RDA, la mera verdad, el trabajo era “cool”, por decirlo así, uno se tomaba su tiempo, pues el trabajo era también un lugar de socialización y de intercambios enriquecedores humanamente. La prioridad no era ser productivo, sino sentirse a gusto en el trabajo dentro de márgenes mucho más amplios y flexibles que en el capitalismo.
Podríamos seguir así, desnudando aquel remoto y bello país (supongo que es bello, como prácticamente todos los países, excepto Liechtenstin, que no tiene acceso al mar, ni diversidad étnica, ni ejército propio, y creo que tampoco tiene un equipo de fútbol), y descubriríamos que tiene cosas simpáticas y originales, pero estas no nos las mostrarán en las noticias y en los documentales occidentales, pues de lo que se trata es de afear y criminalizar a ese país y a ese régimen (que ha logrado crear su propia bomba atómica para asegurar sus fronteras y su independencia) como hay que criminalizar a los palestinos, a los rusos, a los árabes, a los migrantes, a los negros y a todos los indios siux y aztecas que ponen en cuestión el sacrosanto principio de superioridad cultural y étnica de los Estados cuya divina autoridad ha sido esparcida por el dios cristiano sobre ciertos pueblos privilegiados en Norte América, en la Alemania nazi y en el actual Oriente Medio. Que Pachamama los agarre confesados.
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