En un país donde las perspectivas ideológicas y de institucionalidad dominan las realidades y vivencias de las comunidades del territorio nacional, nos encontramos en una encrucijada que, lejos de impulsar la integración y progreso, divide y margina aún más.
Esta falta de conexión con las realidades de las comunidades nos deja con “líderes” que, aunque poseen espacios de incidencia y de toma de decisión, se encuentran aislados de las problemáticas que se enfrentan a diario. Los cambios que intentan incentivar estos “líderes” se limitan por su carencia de interés de conocer la diversidad de contextos y realidades, o de ver más allá de su entorno acomodado y descontextualizado, restringiendo el desarrollo integral de la población meta a la que se enfocan.
Los pueblos indígenas y las comunidades rurales enfrentan una doble lucha: superar los desafíos inherentes a su entorno y hacerlo bajo la sombra de una gobernanza que frecuentemente ignora sus necesidades y prioridades. La falta de representatividad efectiva, consciente y con visión colectiva refleja la necesidad de un relevo intergeneracional de conocimiento y experiencias. Esto permitirá la inclusión de nuevos cuadros con convicción y visión integral en los diferentes espacios.
Suele ser desalentador debatirse en la encrucijada de seguir remando contra corriente en la soledad o dejar de luchar contra un sistema que minimiza el criterio y la capacidad. La búsqueda de un desarrollo colectivo se vuelve un reto y frustración por la poca motivación y respaldo que se tiene alrededor. Aún con la estigmatización de nuestras capacidades y la constante minimización de nuestra sabiduría ancestral debemos de buscar a esa otra minoría aislada y unir esfuerzos, para ir reconociendo la necesidad de valorar el poder de nuestras voces, territorios, historia y capacidad de adaptación y resistencia.
Esta encrucijada de ser minoría no debe ser vista como un obstáculo insuperable, sino como una oportunidad para reivindicar derechos, fortalecer y transformar el cambio intergeneracional. La lucha por la justicia, la igualdad y respeto es un camino arduo, que solamente con convicción, objetivos colectivos y plurales, es posible convertir esta encrucijada en un punto de inflexión que permitirá construir un futuro donde cada voz cuente y florezca en igualdad de condiciones.
Enfrentar esta encrucijada requiere un cambio de paradigma. La inclusión y el reconocimiento de las minorías deben traducirse en acciones concretas y sostenibles. Es momento de que los “líderes” salgan de sus burbujas y se acerquen a las realidades de todas las comunidades del país. Solo así, comprendiendo y valorando la diversidad, se podrá integrar a todos en el camino hacia el progreso.
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