Durante la administración del presidente Richard Nixon el complejo militar industrial y bancario acrecentó sus riquezas durante la guerra de Vietnam. Luego Nixon se ganó un plus luego de negociar con China popular un acuerdo estratégico frente a Moscú, pero cayó en desgracia por engañar a la justicia en el caso Watergate. Al renunciar, lo sustituyó de manera temporal su vicepresidente, el recién nombrado por el Congreso, Gerald Ford, ya que el anterior, Spiro Agnew, renunció al ser juzgado por corrupción. De Ford se decía que era un buen hombre, exfutbolista, pero que no podía comer chicle y caminar al mismo tiempo. Kissinger lo manejó a su antojo para mantener el apoyo a los dictadores subordinados a Estados Unidos.
Al ganar las elecciones presidenciales James Earl Carter, más conocido políticamente como Jimmy Carter, el advenedizo oficial de la Marina y exgobernador de Georgia, contó con el Partido Demócrata para enfrentar y resolver el descrédito de Estados Unidos dejado por los republicanos Nixon y Agnew en lo doméstico, golpeado por la victoria de Vietnam en el exterior. En verdad se trató de un triunfo homérico de su pueblo contra el aparato militar más grande del mundo: los estadounidenses lanzaron más bombas allí que durante toda la II Guerra Mundial, un gran negocio para ese complejo diabólico. Carter llegó sin el apoyo de la élite en medio de Washington patas arriba. Diferente a sus dos antecesores, Jimmy enarboló la bandera de los derechos humanos a través de múltiples acciones y por ello rechazó las dictaduras militares latinoamericanas. Y condenó las violaciones a los derechos humanos en esos países, y a sus gobernantes les exigió dar a conocer el paradero de miles de desaparecidos en la región. Elevó al rango de Subsecretaría el área encargada de los derechos humanos en el Departamento de Estado, muy activa en la Comisión Interamericana de Derecho Humanos, que hicieron perder grandes negocios en la región a su país, pero los valores morales debían prevalecer como lo dicta su Constitución y la Declaración de la ONU de 1948 . Se pasó del realismo político de Kissinger a una política exterior basada en la moral, esa moral propia de los estoicos, para que Estados Unidos saliera del fango criminal en que la dejó no solo Nixon, sino también la CIA , según el reporte Rockefeller, un Frankenstein viviente como dijo Harry Truman al conocer su contenido.
Carter, suave como persona y fuerte en sus creencias, tuvo a Cyrus Vance como secretario de Estado (política diplomática), y a Zbigniev Brzezinski (política estratégica) como su consejero de Seguridad, como articuladores de su política exterior y él arbitró sus diferencias. En 1977 declaró su adhesión total a los DD. HH. para plasmar su oposición a los golpes de Estado que avalaron sus antecesores en Brasil, Chile, Uruguay y Argentina, y se distanció de las tiranías caribeñas. El subsecretario de Estado Warren Christopher atendió América Latina (que luego se encargaría de negociar con los ayatolás de Irán la crisis de los rehenes de la embajada estadounidense meses antes del fin de su gobierno). Carter propició en Oriente Medio el primer acuerdo de paz, Camp David, entre Israel y Egipto, y eso le hizo ganar el Premio Nobel de la Paz. Criticó el apartheid en Sudáfrica; bregó por la democracia en Rhodesia y la formación del nuevo estado de Zimbabue y denunció las violaciones a los derechos humanos en países africanos. Estados Unidos votó en contra de préstamos a gobiernos militares en Argentina, Bolivia, El Salvador, Guatemala, Haití, Nicaragua, Paraguay, Brasil, Chile y Uruguay. Trató de restablecer relaciones con Cuba a principios de 1977, pero la intervención cubana en Etiopía se lo impidió porque La Habana estaba envuelta en la liberación de África. La firma de los Tratados del Canal de Panamá fue un gran logro y, sin importarle la opinión de sus conciudadanos, inauguró una nueva en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina (que ahora D. Trump desea torpedear para volver a la política del “big stick”). En la academia naval estudió español, visitó México y varios países de América del Sur, lo que le dio cierta sensibilidad por la región. Canceló la ayuda militar a Somoza en Nicaragua. Cuando este cayó, aprobó una ayuda por setenta y cinco millones de dólares al gobierno sandinista, pero su sucesor, Ronald Regan, la paró porque Managua se acercó a La Habana.
Carter antes había enviado al exagente de la CIA, Byron Vacky, como su delegado para intentar convencer a los militares de Guatemala y El Salvador de democratizar a sus países y dieran elecciones limpias. Los generales salvadoreños aceptaron y realizaron la reforma agraria. Con el triunfo del sandinismo en 1979 y la llegada del general Lucas García a la presidencia en Guatemala con elecciones amañadas, este enfrentó a los enviados de Carter y les dijo que combatiría la insurgencia a su modo, con o sin ayuda de Estados Unidos. Con la llegada de Ronald Regan a la Presidencia poco después la Casa Blanca se olvidó de los derechos humanos y apoyó el golpe militar dado al general Fernando Romeo Lucas García que dio el poder al general Efraín Ríos Montt, ambos de ingrata memoria. Carter, como es sabido, se volvió el mejor expresidente de Estados Unidos, pues realizó sendas tareas humanitarias en distintos campos en el plano internacional y doméstico.
En noviembre del año pasado murió de cáncer su esposa Rosalyn de 93 años con quien convivió 77 años. Él decidió internarse en un hospital especializado en geriatría para esperar sus últimos años en paz con ese mismo mal a sus noventa y nueve años, no lejos de su granja en Plains, Georgia. En su último cumpleaños recibió felicitaciones de más de cien países. Es el más longevo presidente de su país, cuyo dinamismo y tenacidad en las causas que él creía, ha sido ejemplar. Decidió cómo vivir y cómo morir al año a los cien años, luego de un año de la muerte de su esposa. Su legado es inmenso y ojalá los gobernantes del mundo tiendan a defender los Derechos Humanos como él lo hizo. Amén.
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