Exilios y migraciones

Luis Aceituno

julio 12, 2024 - Actualizado julio 11, 2024
Luis Aceituno

Participé el domingo pasado en la Feria Internacional del Libro en Guatemala, junto a Ana Lucía Mendizábal, periodista cultural de larga data, y Leonel González, médico, escritor y lector acucioso de la literatura de viajes, en un conversatorio sobre Literatura guatemalteca y migración.

La migración, que es el tema central de la Filgua este año, puede entenderse también en el caso de la literatura como exilio o destierro y hasta como mal-estar, inquietud, fuga, errancia… cuestiones estas que han marcado desde la raíz las letras nacionales: qué son el Popol Vuh, La historia verdadera…, la Rusticatio mexicana, El cristiano errante, sino libros desplazados de su origen, de su lengua, del lugar de su quietud.

Un buen ejemplo sería El señor Presidente, una de las obras capitales de nuestras letras. Asturias comenzó la novela en Guatemala en 1923. Un año después se la llevó con él París, donde descubrió el Popol Vuh y el Surrealismo, y a partir de estos hallazgos la continuó trabajando. Para escucharla y apropiársela, se las contó noche a noche a sus amigos en el café de la Coupole y así la fue construyendo, deambulando entre el sueño y la vigilia, hasta que se la trajo otra vez a Guatemala en 1933 y la escondió en agujeros entre las paredes durante la dictadura de Ubico. De ahí la sacó para llevársela con él a México en 1945, en donde la publicó un año después. La primera versión definitiva es la de 1952, publicada por Losada en Argentina. La primera edición guatemalteca (o más bien centroamericana) es la de Educa de 1974, si no estoy mal, medio siglo después de haber sido concebida.

Asturias no solo es el mayor escritor nacional, sino el paradigma del escritor errante. Durante la mayor parte de su vida anduvo de aquí para allá, con sus manuscritos en la maleta. Impedido, por razones políticas y mezquinas, de vivir en su país, construyó su propia Guatemala a través de sus libros, pero no solo la erigió para él sino para todos nosotros. Gerald Martin, su más importante estudioso, hace referencia, en una entrevista con Ana Lucía Mendizábal para eP Investiga, al nacionalismo del escritor. A pesar del destierro y el exilio, Asturias fue un gran patriota, llevaba a Guatemala en el habla, en el aliento, en la respiración, en la sangre.

Hay exilios exteriores, lo que parecería una tautología, sino los hubiera también interiores, como en el caso de Cesar Brañas, un gran escritor nacional que decidió migrar hacia sí mismo. Brañas y Asturias se encontraron en París en 1926 o 1927, un momento de gran esplendor en la ciudad luz para el arte y la literatura del siglo XX. París acogía a todos los exiliados, a todos los tránsfugas, a todos los desterrados y perseguidos del mundo. Brañas, que además fue uno de los más grandes lectores que hayan existido en este país, se encontraba ahí en su propio elemento, con una libertad absoluta para vivir, leer, escribir, divagar… Pero, decidió regresar a Guatemala por algún compromiso familiar o amoroso. Asturias y Luis Cardoza y Aragón insistieron por todos los medios para que se quedara y floreciera como poeta, para que su inmenso talento fuera reconocido más allá de las fronteras patrias.

Brañas escogió regresar de todas maneras y frente a una realidad poco dada a la creación, repleta de dictaduras, represiones, maledicencias e intrigas, se encerró no solo en su casa sino, como dije, en el interior de sí mismo. Construyó una biblioteca inmensa que le permitió abstraerse de la realidad ambiente y para aislarse aún más, decidió quedarse sordo para no escuchar el barullo.

Desde la soledad y el recogimiento escribió, sin embargo, una obra bastante sólida, que el mismo se empeñó en esconder, publicándola en pequeñísimas y sencillas ediciones personales, más bien destinadas a los amigos. Desde una pequeña oficina en el diario El Imparcial, hizo del periodismo cultural y de la difusión de la obra de los demás un apostolado. Se negó al mundo y a las futilidades de la figuración, pero es posible, y lo esperamos, que se haya llegado a conocer a sí mismo. Quién sabe.

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