Dentro de los anuncios que hiciera el ministro de Economía de Argentina, dos días después de la toma de posesión de Milei como presidente resalta el siguiente: “No se licitará obra pública y se cancelan aquellas que no hayan comenzado. Caputo lo definió como “uno de los principales focos de corrupción del Estado” y agregó: “Con nosotros eso se va a terminar”. Hace menos de dos semanas, en su disertación en el International Economic Forum of the Americas, Milei se mostró muy complacido de su Plan Motosierra contra la obra pública, especialmente porque “eliminamos la obra pública de cuajo, algo de lo cual estoy profundamente orgulloso, siendo que la obra pública es una gran fuente de corrupción, de robo, a la cual me imagino que toda persona de bien debiera oponerse”. Tener un objetivo claro y una estrategia bien diseñada no garantiza el éxito en este tipo de asuntos, menos en un tema como la construcción de obra pública en donde existen tantos intereses creados; en donde la política y los negocios se mezclan de formas opacas y peligrosas; en donde la corrupción resulta ser el lubricante que aceita la maquinaria estatal; y en donde se comprometen multibillonarias cifras de fondos públicos.
Aunque muy pronto para saber si Milei logrará alcanzar su objetivo, no queda duda que en este tipo de asuntos siempre es mejor tener un objetivo claro y simple, que uno difuso y complicado. Dentro de algún tiempo podrán decir que Milei fue demasiado intransigente con su objetivo, que debió haber adoptado una postura más conciliadora, que no debió haberse limitado a una sola opción. Como sea que el experimento resulte, de lo que no se puede criticar a Milei es de tener sus objetivos claros. Para hacer frente a problemas perversos como los que afloran en la construcción de obra pública en países subdesarrollados, con débiles Estados de Derecho, debilitado y cooptado servicio civil, poderosos intereses políticos regionales (los gobernadores, en Argentina), inexistentes sistemas de planificación y evaluación de las inversiones públicas, corrupción generalizada y litigiosidad exacerbada, se necesitan tener objetivos claros, estrategias bien diseñadas, capacidad de adaptación, pragmatismo, decisión y buena fortuna. Independientemente de la opinión que uno tenga del actual presidente argentino y qué tan identificado se sienta con su particular visión económica, lo que no puede negarse es que Milei tiene claro su objetivo en esta materia. El plan detallado de acciones diseñadas para alcanzar ese objetivo, la estrategia, puede adoptar muchas formas distintas. Lo importante es que, dada la simplicidad, claridad y posibilidad de medición y seguimiento del objetivo central, es mucho más fácil meterse en un “laberinto cuya estructura está concebida para desconcertar a quien intenta penetrar en él”, como diría Borges.
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