No puedo entender cómo en este continente pueden darse procesos electorales que se contrasten tanto: en Estados Unidos el dúo Kamala Harris y Tim Waltz está lleno de alegría y sus electores transmiten una electricidad contagiosa porque forman un élan de fuerza para frenar a los raros Donald Trump y Bruce Vance, weirdos, fenómenos, que solo son buenos para lanzar feos epítetos y diatribas raciales contra Kamala y los migrantes. La población anda alegre porque con Kamala y Waltz tienen la posibilidad real de librarse de Trump en el futuro, pues sus años en la presidencia comprueban que dejó la economía mal parada así como las instituciones, se elevó el crimen (incluyendo los que él cometió como dijo Waltz) y sembró el caos y la división, además de vulnerar el Estado de Derecho. Kamala dice que no va a volver atrás, y que en lugar de sembrar división, va a gobernar para todos los estadounidenses.
En contraste, en Venezuela sucede lo contrario: la desilusión de los millones de venezolanos que en un momento creyeron que las recientes elecciones servirían para dar un cambio a un país a la deriva que en una década perdió un setenta por ciento de su economía, reflejado en la producción de petróleo que de 2.7 millones diarios que producía, bajó en el último año a ochocientos mil barriles, mientras su industria manufacturera colapsó porque no hay créditos y hay trabas para los empresarios de todo tipo. Además, en ese período salieron siete millones de venezolanos y se han desparramado por América del Sur y Estados Unidos. El día de las elecciones la estructura político-militar y el Partido Socialista gobernante estaban confiados en ganar porque controlaban todo lo que era posible controlar. Pero de pronto vino la sorpresa: la derrota era masiva: hasta la burocracia y otros fieles votaron diferente. Se suspendió el recuento de votos y nadie supo nada durante dos horas en la noche de las elecciones. Vino la mano de mico. Al día siguiente el tribunal electoral chavista proclamó a Maduro como ganador, pero se negó a presentar las actas del escrutinio por razones obvias, aunque la Casa Blanca no levantará las sanciones, pues es más grave perder el gobierno a la clica gobernante. Por tal motivo por el cual los presidentes de Colombia, Brasil, Chile y de México le han pedido que las haga públicas. Pero se niega y negará. Es más, ha vuelto a reprimir al pueblo, a los jóvenes que han salido a manifestar de nuevo, mientras la comunidad internacional sabe que la dictadura militar no le permitiría a Maduro salir porque el pastel de los generales lo toman los grandes beneficiarios de la dictadura ´militar´y serían los grandes perdedores. Eso ni Bolívar ni Hugo Chávez lo aguantarían si estuvieran vivos. Cristina de Kirchner, amiga sincera de Chávez, pidió a Maduro que las publicara para respetar el voto del pueblo, por respeto al legado de Chávez. Y la respuesta la dio el mismo factotum de la dictadura: el militar Diosdado Cabello, presidente del Congreso, lanzó acusaciones impropias a la señora Kirchner. ¡Qué vergüenza!
Entretanto, EE UU apoya la mediación de México, Brasil y Colombia para una “transición” en Venezuela. Eso abonará alegría y optimismo a su pueblo, como la hay ahora entre los demócratas y republicanos anti Trump en Estados Unidos porque hay que avanzar para mejorar el bien común como quiere la mayoría de venezolanos.
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