No cabe la menor duda que el actual gobierno sufre acoso permanente, mayor a cualquier otro de la era democrática. El listado de evidencias es enorme y aumenta día a día. Los persistentes ataques tienen como base el no ser la opción preferida en el proceso electoral del año pasado. Los golpes aumentan de intensidad, en la medida que el propio equipo de gobierno abre la guardia y deja en evidencia una diversidad de flancos que son aprovechados por los detractores.
En la vida pública no es suficiente decir que se hacen bien las cosas. Es necesario ser coherente a lo largo del tiempo y a pesar de los avatares, y especial, demostrar con hechos el sentido de las palabras. Además, a pesar de querer demostrar que se puede gobernar con otros instrumentos, y no los tradicionales o utilizados en forma recurrente por las anteriores administraciones, el arte de gobernar implica tomar decisiones en todo tipo de circunstancias, y aún a pesar de los constantes episodios de amedrentamiento. Gobernar implica tomar riesgos en forma permanente, ser incómodo (las decisiones no son concursos para quedar bien con todos); también ser racionales, pero también oportunos (se toman ahora, porque los vientos políticos nunca son ni favorables ni lo contrario).
Gobernar también implica tener claro dónde se está parado, en qué tipo de terreno y en qué condiciones. En el caso actual, quien gobierna está en minoría y debe tener claro cómo usar esa condición. Querer dominar la cancha no es posible, pero tampoco es opción ser invisible, inservible o simplemente actor utilitario (al servicio de otros). Este parece ser el caso del papel de los diputados del partido “oficial”, quienes recientemente avalaron al elección de los magistrados (CSJ y Salas de Apelaciones) en un escenario donde sus votos solo sirvieron para avalar una nueva cohorte cuyos hilos de control político van por otro lado; es decir, votaron en favor de la conveniencia de otros (las redes oscuras que controlan la justicia); por lo que no podrán meter ni las manos en los momentos cruciales que seguramente se experimentarán en los próximos meses. ¿Lograron alguna correlación favorable? ¿Impulsaron la elección de algunos magistrados decentes? ¿Tendrán derecho de picaporte en casos donde el ejecutivo resulte implicado? Tal parece que la respuesta a esas preguntas en No. Entonces, si su voto fue inútil, ¿por qué salen públicamente celebrando la votación y planteando que será de beneficio para la sociedad?
La compra de voluntades (sacar las chequeras), ofrecer el erario público para continuar el saqueo o promover el cogobierno con el hampa no son las únicas opciones para mantenerse a flote. Tampoco lo es el silencio o no sacar a luz los desmanes de las anteriores administraciones. Pero igualmente no es opción justificar que las tropelías de los otros impiden el movimiento y obligan a la inacción. Entonces qué queda: pues gobernar a sabiendas que nada de lo que ahora ocurre es sorpresa, factor que en política es inexistente.
La franja para gobernar es estrecha, pero existen condiciones, aunque estas sean dispersas y frágiles. El asunto está en descubrir los hilos que susciten cierta continuidad, detonen procesos y especialmente resultados (aunque sean unos cuantos) y no permanecer el permanente estado de atrofia.
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