El Premio Nobel de Literatura

Luis Aceituno

octubre 11, 2024 - Actualizado octubre 11, 2024
Luis Aceituno

Sully Prudhomme, Theodor Mommsen, Bjørnstjerne Bjørnson, Frédéric Mistral, José Echegaray… son nombres que en la actualidad nos dicen nada o muy poco y, sin embargo, fueron los primeros ganadores del Premio Nobel de Literatura, que empezó a concederse en 1900. La mayoría eran poetas y se les reconocía por méritos como su “elevado idealismo, su perfección artística y una rara combinación de las cualidades tanto del corazón como del intelecto”, ​o por ser “el más grandioso maestro con vida del arte de la escritura histórica”,  o como un “tributo a su poesía noble, magnífica y versátil”, o “en reconocimiento a la originalidad fresca e inspiración verdadera de su producción poética, la cual refleja fielmente el escenario natural y espíritu nativo de su gente”.

Don José Echegaray, que fue el primer escritor de habla hispana en recibir el galardón, en 1904, era más bien dramaturgo, aunque menos conocido en el ámbito que su hermano Miguel, famoso este por sus comedias y zarzuelas, muchas de ellas clásicas del repertorio de las compañías teatrales españolas que recorrían América Latina, como La casta Susana, El sombrero de plumas, La rabalera, Gigantes y cabezudos… El nombre de don José más bien nos llegó por sus detractores, es decir, la mayoría de los escritores vigentes en la España de principios del siglo XX. Unamuno, Valle Inclán, Baroja, Machado… lo detestaban y doña Emilia Pardo Bazán estaba en verdad escandalizada de que se le haya otorgado semejante premio a semejante autor. Echegaray era el escritor oficial del que había que huir como la peste, el Ministro de Hacienda de Alfonso XIII. Sin embargo, era brillante como matemático y economista e hizo importantes aportaciones en las materias, pero la consagración le llegó por la literatura, en donde siempre fue considerado un autor de segunda, muy pero muy por debajo, digamos, de su contemporáneo Rubén Darío, el gran transformador de la lengua castellana a finales del siglo XIX.

En verdad, el Nobel de Literatura comenzó a adquirir la importancia y la consistencia que hoy le concedemos con la adjudicación del premio, en 1907, a Rudyard Kipling, cuya importancia y calidad no se ponían en duda. Recibió el galardón en “consideración de su poder de observación, originalidad de imaginación, virilidad (sic) de ideas y un talento extraordinario para la narración que caracterizan las creaciones de este autor famoso a nivel mundial”.

Luego de Kipling, si bien la lista sigue poblada de ilustres desconocidos, o de autores cuya obra no ha logrado trascender hasta nuestros días, bien podríamos rescatar, y con honores, nombres como los de Maurice Maeterlinck, Rabindranath Tagore, Romain Rolland, Knut Hamsun, William Butler Yeats y hasta don Jacinto Benavente, el segundo español en recibir el premio, ganado en 1922 “por la feliz manera en que ha continuado las tradiciones ilustres del drama español”.

Está también el caso de la escritora Selma Lagerlöf, primera mujer en recibir el Nobel de Literatura, en 1909, escasamente conocida y leída fuera de su ámbito geográfico en la actualidad, pero que en su momento fue una de las autoras suecas más populares a nivel global con su Saga de Gösta Berling, convertida en ópera como El caballero de Ekebú y en una película protagonizada por Greta Garbo.

Luego, ya entramos en territorio conocido, con muchos autores considerados en la actualidad clásicos contemporáneos: Henri Bergson, Thomas Mann, Sinclair Lewis, Pirandello, Eugene O’Neill, nuestra Gabriela Mistral, Hermann Hesse, André Gide, T.S. Eliot, William Faulkner,  Bertrand Russell y si nos saltamos algunos para no hacer la lista interminable, pues Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez,  a los que se agregan en nuestro territorio Octavio Paz, Mario Vargas Llosa y, por qué no, José Saramago.

Mi lista personal de autores en los que me interesé por el Nobel y se quedaron ahí como una revelación: Heinrich Böll, Eugenio Montale, Odysseas Elytis, Elias Canetti, Joseph Brodsky, Naguib Mahfuz, Wisława Szymborska, Imre Kertész, Jon Fosse

Autores a los que quiero mucho y que conquistaron el Nobel: la mayoría de las dos listas anteriores, más Ernest Hemingway, Albert Camus, Ivo Andrić, Jean-Paul Sartre, Samuel Beckett, Vicente Aleixandre, Isaac Bashevis Singer, Dario Fo, Günter Grass, Harold Pinter, Doris Lessing, Bob Dylan, Peter Handke, todos estos forman parte de mi mitología personal, independientemente del premio.

Ahora le tocó el turno a la escritora coreana Han Kang, de quien conocía un cuento, pero que leyendo sobre ella me ha caído muy bien. Me quedan como materias pendientes sus novelas La vegetariana, La clase de griego y, sobre todo, Actos humanos, que toca temas que me la hacen cercana como guatemalteco: la violencia política, el exterminio, la represión, la dictadura… La descubrí hace unos años en una antología de nueva literatura coreana: Por fin ha comenzado el fin, recopilada por su correligionaria Eun Heekyung, en donde me acerqué por primera vez a las letras de ese país asiático. Ahí tiene un relato que se ha convertido en un clásico: Los frutos de mi mujer, que le sirvió como base a su novela más difundida: La vegetariana, cuya traducción al inglés mereció el Premio Man Booker International en 2016.

Han Kang, como muchos autores que han ganado el Nobel, se confiesa deudora de Borges, un escritor al que no le otorgaron el premio por puritita mezquindad, a mi parecer, como no se lo otorgaron a Rulfo ni a Cardenal ni a Parra, para hablar de los más cercanos. Escritores cuya influencia ha sido capital. No solo en nuestra lengua, como se ve. 

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