Hablar de lo político es complicado, aun cuando se encuentra implícito en todo lo que
pensamos, sentimos, decimos y hacemos. Siendo así que se hace presente en cada
entorno donde nos desenvolvemos (familiar, social, político, económico o cultural), y que
tiene impacto hasta en una pequeña decisión como: decidir qué comer o beber, en que
gastar lo que ganamos, en donde opinar o debatir, o a donde ir para pasar el tiempo.
Decisiones que tienen fondos y formas que se construyen desde el reconocimiento
histórico de los que estuvieron atrás de nosotros y lo que conlleva en el presente reflejado
en el “Ser y Estar” de cada uno.
Es político porque todo depende del “poder”, no importa de qué tipo (espiritual,
económico, social, domestico o cultural) un poder que no ha sido equitativo e inclusivo, y
se reconoce en la historia, una que pesa y se ve presente en una sociedad marcada por
el dolor, la ira, el resentimiento y las diferencias, reflejada en estereotipos, sesgos, roles y
prejuicios hacía el actuar de todas y todos, pero en especial de nosotras como mujeres
carentes de poder.
Y esta historia pesa más, cuando como mujeres nos adentramos a espacios no
reconocidos para “mujeres”, donde el rol que se nos ha asignado se ve interrumpido por
nuestros deseos, sueños y anhelos, y que no importa el doble o triple esfuerzo que
impliqué introducirnos en estos ámbitos que no han sido “creados para nosotras”, pero
que con claridad queremos ir sanando a través del cambio, y así, ya no pesé ser “mujer,
joven o indígena”.
Por lo que, se plasma el vínculo político con el sanar histórico el camino que vamos
trazando en estos senderos de altas y bajas. Debemos de ir profundizando en que “no”
queremos repetir la historia y que lo único que se quiere es cambiar las realidades para
nosotras y las futuras generaciones.
Donde quedarse en casa no sea un sacrificio personal y profesional, que nuestras
abuelas, madres, hijas y nietas puedan sentirse libres en decidir si quieren atender y crear
un hogar, o ser ellas quienes guíen ese hogar a través de la administración de los bienes,
recursos y decisiones; donde no pese el ego y machismo de alguien que se siente inferior
por no ser la cabeza del hogar, y no se habla para minimizar el valor del hombre, sino
para entender que existe un complemento y que ninguno es más que el otro, que somos
portadores de valores, principios y creencias que deben mostrarse con claridad.
Donde tengamos la libre opción de decidir qué comer, vestir y sentir, que no sea
desvalorizado un pequeño gusto como lo puede ser disfrutar una simple uva, sentir su
dulzura, su sabor y su esencia, donde ese placer de sentir que podemos y tenemos
derecho de disfrutar.
Donde podamos tener voz y voto en espacios de toma de decisión, que no se nos
nieguen la oportunidad de cuestionar, debatir y proponer por intimidación de herir
susceptibilidades machistas, que ese proceso de sanación propia pueda orientar la brújula
de aquellos que arrastran una nula interiorización histórica en la que el bienestar común,
colectivo y honesto no son parte de ellos.