El Estado se derrumba, pero aun así nos controlan

Jorge Mario Rodríguez

diciembre 11, 2024 - Actualizado diciembre 12, 2024
Jorge Mario Rodríguez

Uno de los desafíos más serios que enfrenta la humanidad contemporánea es la caotización de la política: esta ha perdido toda referencia al bien común para convertirse en una actividad que cae cada vez más bajo. Los “líderes” de la actualidad no creen en la política en su sentido normativo, ni mucho menos en la democracia. A estos no les importa crear un estado de caos. Dicha caotización no es casual: es un dispositivo de gobernanza, una manera de dominar dentro de la confusión.

El Estado ha estado derrumbándose, como lo ansiaban los neoliberales. Esto no ha llevado, sin embargo, a ningún sentido de libertad que pueda apuntalar la acción humana valiosa. El desplazamiento del Estado ha llevado al desarrollo del autoritarismo. Las figuras de autoridad -en nuestro caso la señora de Gerona- no tienen empacho en vulnerar las normas de la más básica civilidad. El caos sirve para que el poder pueda operar a sus anchas.

Este es el error del pueblo norteamericano a la hora de elegir a Donald Trump para la presidencia. Es muy difícil pensar que una elite de billonarios se va a preocupar de brindar bienestar a los blancos pobres. Lo que se avizora es un profundo desmantelamiento del Estado bajo las ocurrencias más descabelladas. Los votantes norteamericanos van a ser el plato principal de los que creen sus salvadores.

Un ejemplo de lo que está por venir es la cruzada que los billonarios Elon Musk y Vivek Ramaswamy están organizando para desmantelar al Estado norteamericano.  La agencia a cargo de este proyecto ya se denomina, con un giro orwelliano, “Departamento de Eficiencia Gubernamental”. Sin duda, va a ser la oportunidad para avanzar en las misiones antidemocráticas de la derecha irracional de la época.

El Estado se desmonta y el autoritarismo se fortalece. ¿Cómo así? Lo que se hace cada vez más claro es que el Estado ya se reduce tan solo a la tarea de controlar a la población. Más aún: el Estado puede encogerse porque el control lo ejercen las corporaciones tecnológicas. En esta dirección el historiador liberal Tymothy Snyder notaba que el actual fascismo se encuentra en los algoritmos. Estas entidades manipulan la sociedad de una manera que supera a la simple propaganda. Y, como lo demuestra el seguimiento de Luigi Mangione, el presunto homicida de Brian Thompson, CEO de UnitedHealthcare, todos nuestros movimientos están bajo control.

Así las cosas, las redes de vigilancia y represión se han instalado en el mundo digital. La obsesión con la seguridad se convierte en un motivo para controlar cada movimiento. Estas estructuras de vigilancia se consolidaron con la reciente epidemia del covid-19. David Lyon, un reconocido estudioso de la vigilancia tecnológica, recuerda que un nuevo brote de la pandemia se puede identificar a partir del análisis de las aguas de desecho. Se vive en un perfecto panóptico digital. El panóptico, se recordará, es un medio de vigilancia carcelaria ideado por el filósofo inglés Jeremy Bentham en la que el guardia puede ver a los internos sin que pueda ser visto por ellos.

Al control se suma el acoso. Un reporte reciente del Citizen Lab en Toronto evidencia este hecho con relación a la represión digital transnacional de las mujeres que trabajan en favor de los derechos humanos. No es raro, entonces, que muchos periodistas norteamericanos anticipen la maquinaria que se desplegará en el gobierno de Trump para poder acallar a los que protestan en contra de la maquinaria fascista de aquellos que, además, se arrogan el papel de protectores de la familia.

Estas redes han hecho posible que se instaure una sociedad indiferente a su propio destino. Por lo general, los procesos interactivos (nunca comunicativos) que se realizan en las redes sociales hacen posible la manufacturación de “consensos”. Los demás focos de descontento pueden desarticularse por medio de la represión directa. Para el efecto, pueden servir los mecanismos de espionaje hechos posibles por programas que se instalan en nuestros dispositivos sin que medie una acción deliberada por nuestra parte.

Se acosa a las personas de diferentes maneras, se les vigila y se les manipula con la información que se consigue en las redes. Se puede llegar a penetrar las cuentas sociales de los familiares de los “sujetos de interés”.  Las redes sociales no permiten que escapemos. La situación cada vez se vuelve más compleja debido al progresivo poder que se maneja en las redes sociales y a la creciente disponibilidad de mecanismos de vigilancia para quien pueda pagarlos.

Los vientos llegan a Guatemala con la terrible idea de que todos los empleados públicos sean registrados a través del reconocimiento facial. Pero eso ya es otra historia, la de un clavo más que nos sujeta a nuestra precaria vida. Al final, otra ocurrencia de los obnubilados por el hype de la tecnología.

A la memoria de Luis Aceituno

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