Cuerpos sin Lugar se formó después del Terremoto del 76 en la Antigua Guatemala. Integrado por un grupo cercano de amigos lectores, entusiastas por la música y el cine, que pronto pasamos de espectadores a creadores y escritores. Uno de ellos era Luis Aceituno, a quien conocí en el colegio y clasifiqué como aficionado al rock, tras presenciar su actuación en el escenario una noche cálida, con abrigo gris grueso, cantando Something de los Beatles.
Nuestros primeros escritos colectivos como grupo aparecieron en la revista Brújula de la Facultad de Ingeniería en septiembre de 1978, donde Luis Aceituno participó con su cuento La huida, que inicia con la siguiente línea: “Caminabas como corriendo perseguido por tus fantasmas”, y relataba el miedo de ser perseguido en la noche, con la atmósfera contaminada, “respiraste el aire podrido que aumentaba en tu bodega respiratoria la parte del petróleo que te corresponde”, hasta sentir la mano podrida que alcanzaba su espalda, impidió captar la luz verde, y con gran pánico encaró al esqueleto que le gritó: “¿Quién eres?”.
Nos hicimos amigos, compartimos libros y sueños, en grupo planeamos marcharnos a París, hacia donde partimos dos en la vanguardia, para terminar en otra parte. Luis tardó más en iniciar el viaje, pero se quedó en París una década. Nunca perdimos el contacto, y cuando volvió, se quedó la primera noche en el sofá de la sala de nuestro apartamento en la zona uno, donde nos encontró instalados con dos hijas, y fue como si nada hubiera sucedido, reanudamos la costumbre de las largas veladas hablando de libros y juntándonos eventualmente con los demás integrantes del grupo de Cuerpos sin Lugar, disperso debido al éxodo de los ochenta por todo el mundo.
El primer manifiesto del grupo apareció en El Imparcial el 22 de febrero de 1979, donde se nos mencionó a Luis Aceituno, Vinicio Álvarez, Ángel Arturo Gaitán, Gustavo Rosales, Silvia Arévalo, a mi hermano menor y a mí. Fuimos más, pero en esa primera ocasión, esos fueron los nombres que figuraron, y cada jueves llenábamos la página literaria con ensayos, poemas, cuentos breves, donde los de Luis eran siempre inquietantes, y los titulaba de manera llamativa, como: Ana Rosa está detrás de la ventana, El pájaro había volado, Última tarde, o Despertar de un joven inocente.
Escribíamos con pasión, ilusionados, y celebrábamos nuestros nombres en tinta de imprenta. Luis escribía a mano, con letra grandota, y luego venía la pesadilla de pasar los textos a máquina para llevar a Guatemala el conjunto listo para entregar al editor.
También hicimos teatro, Luis Aceituno escribió la obra El hombre de la valija, y los amigos nos aprendimos los parlamentos y fuimos actores. El día del estreno, ya al final, alguno de los protagonistas no decía lo suyo, y yo me incorporé y expresé que ya me había aburrido, y me dirigí a la salida. Entonces, el autor salió corriendo, persiguiéndome por el escenario, reclamándome que le había echado a perder la obra. Y para nuestra sorpresa, el público aplaudió, porque era teatro del absurdo, e hicimos el saludo tradicional de despedida, todo perdonado.
Fueron tiempos dichosos.
Luis se despidió de la vida el pasado domingo, y los amigos lo sentimos y recordaremos, porque eso de no tener lugar tenía mucho que ver con el sentido de lo pasajero de la vida.
El último de nuestros manifiestos se publicó el 29 de enero de 1981, se titulaba Yea Yea Yea, en homenaje a John Lennon asesinado. El relato de Luis Aceituno de entonces se tituló Un pájaro desertó de madrugada, y las primeras dos líneas decían: “Que John Lennon se murió. Que a nosotros qué nos importa. Y yo pegando los recortes de prensa en la pared de mi oficina”, y continuaba explicando el nudo en la garganta, tal y como sentí yo al enterarme de la pérdida el pasado domingo.
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