En las últimas semanas, varios acontecimientos políticos en nuestra hoy cada vez más evidente “aldea global”, han puesto de relieve la persistente desconfianza de algunos círculos de poder hacia la democracia. Entre ellos, cabe destacar la reacción a la declaración de culpabilidad, que frente a un jurado de doce ciudadanos –“sus pares”- recibió el virtual candidato a la Presidencia de los EEUU, Donald Trump, por utilizar -de manera ilegal- su dinero e influencias para tratar de ocultarle al público detalles acerca de su comportamiento y su carácter; al tiempo que “sembraba” falsas historias denigrantes sobre sus adversarios, en medios de prensa comprados. Más cerca de casa, también hay que hacer referencia a la reacción que ha ocasionado la aplastante re-elección del partido MORENA, “el partido de los nacos”, según sus detractores mexicanos, entre la que el polémico AMLO ha denominado “la gente Fifí” del vecino país, con amplia reverberación entre nuestra “mayoría de la minoría”. Y para rematar, el asombro de muchos ante el inicio de un segundo período presidencial de Nayib Bukele, que modificó la Constitución cuscatleca para lograrlo, por contar con el evidente apoyo de más de cuatro de cada cinco electores salvadoreños. Todo esto, en medio de crecientes tensiones entre el eje Rusia-China-Irán y la coalición “occidental” encabezada por los EEUU, en Ucrania, Palestina y Taiwán, que acercan peligrosamente al mundo a una ya no imposible conflagración global entre democracias y autocracias, que sería devastadora; y mientras que en Guatemala, nuestra ridícula oligarquía se empeña en descarrilar, “a puro tubo”, a un aislado Ejecutivo que desafía su persistente control de la sociedad guatemalteca, tratando de hacer realidad la deleznable noción de que aquí “la autoridad”, si se les subordina -como hace en primera instancia la Comosiama, pero en última, la KK- entonces, puede prevalecer sobre la norma, la Constitución Política de la República de Guatemala, nuestra CPRG…
En el primer caso, le resulta muy difícil a los guatemaltecos comprender el peso que en la sociedad y en la historia norteamericana tiene el sistema de “juicio por jurados”, piedra angular de su sistema judicial; porque aquí esa institución democrática se desterró desde que el Clan Aycinena la proscribió –“por peligrosa”- tras nuestra segunda guerra civil (1829-1839). En los EEUU, sin embargo, nadie puede ser considerado culpable sino hasta haber sido oído y vencido en juicio, frente a un jurado integrado por sus pares, otros ciudadanos como el sindicado, escogidos al azar, de manera que se propicie la imparcialidad. Pero una vez ese jurado se pronuncia, “más allá de toda duda razonable”, por unanimidad y tras agotarse los medios de apelación que el sistema permite, la aplicación de la Ley -con jueces que establecen no la culpabilidad, sino sólo el castigo legal aplicable- se torna implacable (sería interesante ver cómo le habría ido a Sinibaldi, a Benito y a otros pícaros locales, si aquí hubiesen sido juzgados por ciudadanos de a pie, en vez de por los jueces venales de los cuales “gozamos”). Por eso los apologistas de Donald Trump la tienen cuesta arriba al tratar de desprestigiar un proceso cuyo resultado dependió de esos ciudadanos de a pie, escogidos con supervisión de las partes en conflicto. Claro que los partidarios políticos de Trump, no lo ven así. Para ellos el asunto no ha sido jurídico, ocasionado por la conducta ilegal del sindicado, sino dizque político; dirigido a un líder mesiánico a quien de facto consideran -como lo considera él mismo- que debiera estar por encima de la Ley. Han logrado retrasar los juicios de otras sindicaciones mucho más graves: la posesión ilegal de secretos de Estado, cuyo uso doloso o irresponsable puede tener consecuencias fatales para esa Nación y para muchos inocentes; la coacción a funcionarios electorales “para que le consiguieran votos” en el crucial Estado de Georgia -según llamada telefónica que quedó grabada; y su grotesca incitación pública a los actos violentos en el Capitolio el 6 de enero de 2020 ¡para tratar de impedir por la fuerza la certificación de los resultados electorales! Estos partidarios, cuyo fervor por el candidato republicano es tal, que en boca de algunos de ellos, “seguirían apoyándolo aunque lo filmaran en TV disparándole a una octogenaria por la espalda en la quinta avenida de Nueva York”, nunca verán estos juicios como justos; porque su apoyo se basa, fundamentalmente, en una cuidadosamente cultivada solidaridad tribal, fenómeno sicológico particularmente vivo entre los anglosajones menos educados que se sienten invadidos por gente de color, esos que pasan por sus claramente porosas fronteras y a los que -según ellos- “sólo Trump puede detener”. Sienten que su mundo se derrumba y no porque ya no tienen hijos y porque ya no están dispuestos a recoger los tomates en las granjas, hacer las camas en los hoteles o limpiar letrinas en los edificios públicos, oficios aún necesarios -entre muchos otros- que sí hacen los migrantes, sino porque -creen ingenuamente- “los demócratas les han abierto las fronteras”. A ellos se suman los fundamentalistas del mercado -y otros grupos poderosos- que detestan apasionadamente la forma en la que el Presidente Biden ha estado intentando revertir la creciente -y desestabilizadora- concentración del ingreso y el patrimonio en la sociedad norteamericana, para regresarlas a niveles más compatibles con sus mejores épocas, por métodos en los que no creen. Consideran tales esfuerzos destructivos del sistema económico de libre empresa que junto a un antes sano sistema bipartidista, tan bien les ha servido por tanto tiempo; y ven en Trump -pese a sus bochornosas limitaciones y escándalos- el instrumento para preservar esa particular visión del mundo. Así que la polarización en los EEUU es aguda… aunque la democracia se defiende, amable lector. Pese a las ominosas encuestas preliminares, se avecina un despertar de quienes, aunque saben que las opciones no son en todos los casos las que idealmente preferirían, lo que está en juego es la supervivencia de su hasta ahora fundamentalmente exitoso y más que bicentenario sistema. Y por ello, cada vez más, gente lúcida, inteligente y con liderazgo, está luchando por impedir que encandilando a un electorado desprevenido, el peligroso bribón que ha llamado públicamente a Guatemala y a El Salvador “hoyos de mierda”, llegue de vuelta a la Casa Blanca…
La elección de Claudia Sheinbaum a la Presidencia de México, resultó también en una inexplicable reacción de incredulidad en muchos círculos -que como aquí- inmediatamente gritaron ¡fraude! En sus “burbujas” de opinión -sus “chats” de WhatsApp, sus círculos sociales cerrados, sus fuentes usuales de información- la superioridad de sus opiniones políticas se considera tan obvia, que era impensable creer que las encuestas no estuvieran manipuladas y que el pueblo “fuera tan tonto” como para votar por alguien que los lleva “camino de Venezuela”. Pero México, como virtualmente toda la América Latina (y pese a que en mayor medida que otras naciones hermanas ha experimentado grandes conmociones sociales y políticas, una cruenta Reforma Liberal y una desgarradora Revolución), tampoco ha podido construir, en más de doscientos años de vida independiente, una sociedad en la que la mayoría de sus ciudadanos se considere parte de un cuerpo social razonablemente inclusivo y solidario. Y por eso un gobierno que ha subido apreciablemente el salario mínimo y multiplicado las ayudas sociales con crecientes e inocultables transferencias de riqueza hacia la mayoría socialmente desfavorecida, estaba destinado a ganar el voto de esa mayoría a la que la oposición no le ofreció nada nuevo, aunque sea cierto que es más importante “enseñar a pescar que regalar pescado”. Es verdad: AMLO no combatió exitosamente al crimen organizado, no detonó un nuevo “milagro económico” y tiene una preocupante inclinación a erosionar los contrapesos institucionales a la concentración del poder; pero creó el entorno socio-político en el que una exitosa superación de esa tríada de problemas, cree la mayoría que podría ser ejecutada por su sucesora. Y el pueblo mexicano votó por esa esperanza…
En El Salvador un nuevo caudillo centroamericano, tras cambiar institucionalmente las reglas del juego para lograrlo, se apoyó también en su seducción de una abrumadora mayoría de su electorado, para iniciar un controversial segundo mandato institucional. Y pese a estar cerca de las antípodas ideológicas del caso mexicano, la fórmula esencial para obtener ese poder fue la misma: persuadió a un pueblo cansado de tantas decepciones, que él representa la esperanza en un mejor futuro… y vaya que persuadió. Combatió convincentemente al crimen y a la anterior corrupción, se desembarazó de ataduras que limitaban su capacidad de aumentar el gasto social en un entorno fiscal precario y con una efectiva estrategia de comunicación, movilizó a su sociedad en dirección al cambio y a la modernización… con la aprobación de cuatro de cada cinco salvadoreños en capacidad de votar. Así que si calificamos a AMLO de “populista de izquierda”, podríamos calificar a Bukele de “populista de derecha”, aunque no tan radical como el argentino Milei y su “economía de motosierra”; otro fenómeno del que si bien no se pueden derivar grandes augurios del registro histórico, sí ha logrado también concitar el fervor cuasi-religioso de los fundamentalistas del mercado en aquel país austral. Y todo esto porque los latinoamericanos, en general, aún no hemos aprendido el delicado arte de los equilibrios políticos, tolerantes y moderados, que en el primer mundo llevaron a sus sociedades al balance entre las compensaciones sociales y la eficiencia económica; a crear vastas redes de asistencia social y sólidas clases medias, sin amenazar con matar a “la gallina de los huevos de oro”…
Cabe reflexionar que por todo eso, hoy Guatemala tiene una oportunidad especial. Su electorado también votó por una esperanza. Pero el Presidente Arévalo no ha escogido la ruta mesiánica. Es de talante conciliador y moderado. Prudentemente, se ha colocado, también, en el marco internacional, del lado de las corrientes moderadas del primer mundo, lo que le garantiza el apoyo externo más efectivo que nuestro país puede lograr. Pero aquí el peligro es otro: esa misma moderación ha permitido que sus enemigos radicales burlen las reglas del juego democrático, para maniatarlo; para eventualmente, procurar su defenestración. Sus enemigos, además de estar en perpetua campaña para desprestigiarlo, están a la expectativa de que un cambio en la Casa Blanca, a fines de este año, les facilite la ejecución de un plan golpista en constante evolución. Un entorno mundial de creciente autoritarismo dentro del propio primer mundo, reminiscente de los regímenes autoritarios que proliferaron en la década de los 30’s del siglo pasado, los envalentonan. Así que aquí también nos aproximamos a una confrontación entre la autocracia y la democracia. Aunque bien harían, tirios y troyanos, en tomar nota de que en un Estado de Derecho, la autoridad (aunque sea la KK) no está por encima de la norma, nuestra CPRG. Y que medidas de liderazgo audaz, que aún puede tomar un Presidente a quien le faltan las 7/8 partes de su mandato, son capaces de crear el fervor popular con el que el cambio hacia la democracia auténtica, se vuelve no sólo necesario y deseable, sino indetenible…
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