Hace poco recordaba aquellas anécdotas que alimentan los recuerdos de esos seres que ya trascendieron a la otra dimensión y que permanecen en lo más profundo de la mente y del ser. Cuando se cuentan y escuchan historias, relatos y vivencias, permite que nos adentremos en el reconocimiento de lo que hemos perdido u olvidado, como lo son la memoria, el tiempo, el respeto y la palabra.
Para muchos será irrelevante comprender el fondo de lo que se quiere hablar, puesto que es más fácil hablar de lo material, tangible y visible, que de aquello que es difícil percibir, explicar o tocar, aun cuando son el reflejo de nuestras acciones y decisiones.
Quizá para nosotros como jóvenes no ha sido notable o relevante el olvido de esas pérdidas, porque no han sido parte de nosotros o al menos no les hemos dado el valor que merecen, pero para nuestros abuelos y abuelas pesan cada día del tiempo restante de su larga vida.
Cuando se hace mención, el “respeto” manifestado en un saludo, una acción o decisión hacia los mayores, es impresionante. El “valor” que tenía “la palabra” para el cierre de tratos, trueques o acuerdos que se daban entre dos o más personas, es aún más sorprendente, porque en la actualidad el respeto y la palabra son poco visibles.
Lo vemos desde pequeñas expresiones en nuestro día a día como un “buenos días”, “con permiso”, “perdón” o “muchas gracias”, expresiones que ya no significan nada, y que no se escuchan con frecuencia, quizá en las comunidades logremos palparlo con más sentido de pertenencia.
Pero la pérdida o detrimento de la palabra y el respeto en la juventud, es un reflejo de la sociedad actual, donde la inmediatez y la superficialidad a menudo prevalecen sobre la profundidad y la autenticidad en las interacciones humanas. Es alarmante ver cómo expresiones simples de cortesía y respeto, como un saludo sincero o un gesto amable, han perdido su significado y frecuencia en nuestras vidas.
Recuperar estos valores es fundamental para construir una sociedad más consciente y empática. Podemos comenzar por fomentar la educación en valores desde temprana edad, enseñando a los niños y adolescentes el valor de la palabra dada, el respeto hacia los demás y la importancia de la honestidad y la sinceridad en nuestras acciones y palabras.
Además, es crucial promover espacios de diálogo y reflexión, donde se pueda discutir y analizar el impacto de nuestras palabras y acciones en los demás. Esto nos ayudará a cultivar una cultura del respeto mutuo y la empatía, donde la palabra tenga un peso significativo y sea un reflejo fiel de nuestros valores y principios.
Asimismo, debemos fomentar el ejemplo desde las figuras de autoridad y referentes en la sociedad. Los líderes, educadores, padres y personas influyentes tienen la responsabilidad de ser modelos de integridad y respeto, mostrando con sus acciones el valor de la palabra cumplida y el respeto hacia todos los individuos, sin importar diferencias de edad, género, origen o cualquier otra característica.
En última instancia, la recuperación de estos valores no es solo una responsabilidad individual, sino un compromiso colectivo que requiere el esfuerzo y la participación activa de toda la sociedad. Es hora de revalorizar la palabra y el respeto como pilares fundamentales de una convivencia armoniosa y consciente.
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