O, para decirlo menos metafóricamente, de lo abstracto a lo concreto. Porque las vaporosas nubes, las inefables nubes algodonadas que representan esculturas fantásticas pero inasibles, no son sino la abstracción volátil de partículas microscópicas cuya realidad aflora a nuestro entendimiento sólo cuando se materializan en forma de gotitas, gotas y goterones que anegan nuestros sentidos para deleite y desgracia de nuestra existencia. Las palabras que utilizamos son algo similar, nos hacen vivir arropados por un cúmulo de representaciones que no son sino abstracciones acumuladas que adquieren sentido solamente cuando se concretizan en el mundo material, es decir, cuando bajan del cielo a la tierra.
De allí la insistencia de artistas, filósofos, antropólogos y psicólogos en recordarnos que el lenguaje es solo un mapa o una representación abstracta del territorio, pero no es el territorio en sí. Y en subrayar que el mundo marcharía probablemente mejor si tuviéramos clara conciencia de este fenómeno, porque nuestra mente mágica o infantil (no conceptual) tiende a confundir el mapa con el territorio o la fotografía del menú con la comida, orillándonos a comernos un pedazo de cartón como si se tratara de una manzana, o a defender a muerte algún símbolo querido contrapuesto a otro símbolo igualmente vaporoso.
El caso es que palabras o sustantivos que parecen evidentes y unívocos (o sea, que tienen un significado claro y único) como “patria”, “nación”, “libertad”, “democracia”, “soberanía”, “independencia”, “dictadura”, “riqueza”, “éxito”, “dignidad”, “justicia” etcétera, al no tener una equivalencia en el mundo material como cosas u objetos palpables, sino más bien como conceptos o nociones, por más que nos esforcemos en poblarlas de significados precisos, serán siempre solo eso: representaciones, símbolos, nubes o ídolos de algo que existe, pero que está más allá o más acá del lenguaje verbal. Y, sin embargo, se trata de realidades o territorios que no pueden existir o ser percibidos si no es a través de las palabras, o sea, a través de analogías.
Por eso es importante tomar en cuenta esta dicotomía que existe entre la experiencia conceptual y la realidad sensible, entre nuestra subjetividad perceptiva y la objetividad del mundo, porque ambas constituyen las dos caras complementarias y paradójicas de una misma moneda. La realidad “objetiva” está así compuesta o dividida en niveles lógicos distintos que son los niveles distintivos del lenguaje heredado o aprendido para aprehenderla. Estos niveles no son “reales” en sí mismos, sino que son invenciones lingüísticas que nos permiten navegar por el mundo sin estrellarnos contra los arrecifes.
Hay una frase que me gusta y que ilustra lo que quiero decir: “El otro lado del río parece siempre más verde” (que puede también formularse al revés: “El otro lado es siempre peor”). Porque expresa de forma gráfica el desfase que existe entre las realidades concretas y las percepciones o impresiones abstractas, desfase que desgraciadamente tomamos cada vez menos en cuenta, lo que nos lleva a confundir cada vez más la realidad-real con las representaciones producidas por el lenguaje, ya sea por el lenguaje recibido y aprendido en nuestra cultura o país, o más precisamente -en relación a lo que está aconteciendo ahora en Gaza y en Ucrania- a través de los periodistas y publicistas encargados de bombardear nuestros cerebros con una versión o interpretación reduccionista o falsa del mundo en el que vivimos, pero sobre todo, del mundo en el que no vivimos.
Como uno de tantos ejemplos, concluiré evocando la experiencia que viví al decidir irme a trabajar a un país “comunista” como era la República Democrática Alemana, donde residí desde 1984 hasta después de la caída del Muro, en 1991. El porqué tomé semejante decisión lo he contado ya en otros artículos, pero fue sobre todo por curiosidad, porque quería conocer lo que podríamos llamar el otro lado del río que, en este caso, la prensa occidental, los ideólogos y hasta mis amigos afirmaban que era poco más que la materialización del infierno, una prisión donde las almas se retorcían de aburrimiento, falta de libertad y carencias. Pero bueno, como el espacio se acabó, si les interesa saber lo que sigue, los invito a leerme la semana que viene.
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