Aunque este texto suene como una despedida hecha a la carrera, definitivamente no lo es. Ni siquiera es una despedida. No llevo ni un año aquí. Solo es un alejamiento de los mismos desastrosos titulares. Creo que luego de leer semana tras semana lo mismo y luego, opinar sobre ello, me desgasta y lo desgasta a usted, estimado lector. Cambiemos un poco ese ritmo.
Antes que elPeriódico cerrara sus puertas, fui fiel lector de cada columna habida y por haber en el medio; una de ellas la he mencionado una y otra vez. Incluso intenté convertirme en columnista ahí con el afán de querer imitar tal texto. Cosa que nunca logré. Cabe recalcar que el enlace a la extinta columna de la que hablo, ya no existe. Desapareció como por arte de magia. Nada más tengo un vago recuerdo de haberla leído, de haberla compartido a uno de mis mejores amigos, y decirle: “leela, no conozco a la autora, pero te la comparto”. No tengo idea si él se recuerda, o si en realidad la leyó y fingió decirme que estaba “interesante y llena de razón”. Tiempo después, escribí un texto algo parecido en una revista que visito de vez en cuando, y en donde pasé toda mi adolescencia escribiendo cosas sin sentido. No logré igualar nunca lo leído.
Cómo bien lo he explicado una y otra vez, nunca se me dieron los números. No fui hecho para eso. No tengo idea cómo en el último año de bachillerato, junto a dos de mis mejores amigos, logramos ganar la feria de ciencias con un proyecto hecho de la noche a la mañana. ¿Funcionó? Sí. Pero de una forma falsa y malévola. Y así, de un día para otro, terminé “estudiando” Ciencia Política sin el afán de hacerme fan de House of Cards o escribir sobre “esas” desastrosas situaciones. “Estudio” donde estudio por decisión propia. Nadie me obliga. Nadie tampoco me obliga a seguir este camino, pero si alguna vez tuviera que elegir de nuevo, escogería exactamente el mismo. He conocido a personas increíbles que siguen siendo parte de mí, y siento lo mismo con respecto a este espacio: no lo dejaría atrás por nada.
Comencé a escribir y me formé sabiendo absolutamente nada a los 15 años. Nada de lo que escribía en los medios me alegraba, mucho menos era “vendible”. Pero no me arrepiento; terminé en este espacio publicando junto a personas a quienes admiro profundamente.
¿Quién le hubiera dicho a la persona que “fui” que, algún día, estaría escribiendo junto a figuras como Méndez Vides o Luis Aceituno? Solo por mencionar a algunos. Recuerdo cuando conocí a Méndez Vides en una FILGUA. Con mucha vergüenza me acerqué y le dije: —»Mucho gusto, ¿me podría firmar mi libro?» Él, con una sonrisa, respondió: —»Claro, ¿para quién?» —»Para Marcos». —»Mucho gusto, Marcos», dijo él. Nunca imaginé que, años después, estaría escribiendo en los mismos espacios que ellos. Vaya sorpresa. Y ahora resulta que hasta leemos los mismos libros adolescentes sin algún tipo de vergüenza.
No he terminado la universidad. Ni siquiera la he empezado para ser sincero. Lo único que sé es que ya estoy dentro. ¿Cómo es posible saberlo todo a los 18, pero nada a los 21? No tengo la más mínima idea. Tampoco tengo 21 años. Así que aquí estoy, tratando de darle respuesta a tal incógnita que me atormenta por las noches. De hecho, a veces pienso que no se trata de haber llegado a un lugar predeterminado, sino de los desvíos inesperados que uno toma. Y hoy, al menos solo por hoy, elijo seguir caminando por este oscuro sendero, aunque sea del todo incierto. Tal y cómo se menciona en la cita que encabeza esta columna, nos componemos de las decisiones que tomamos y, más aún, de quienes caminan junto a nosotros mientras las tomamos. Así, al estilo de Machado.
Me siento tan lejos de tener certezas como lo estaba cuando empecé a escribir. Así que, para usted, lector que me ha leído, para aquellos que siguen aquí después de estas líneas un tanto dispersas, les agradezco.
“How can a person know everything at 18 but nothing at 22?”
Nothing New (Taylor’s Version), Taylor Swift & Phoebe Bridgers
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