Como en El Salvador la popularidad de Nayib Bukele anda por los cielos, las élites dirigenciales de por aquí, la clase política y buena parte de los medios aplauden y llaman a imitar sus medidas. Una de ellas es la rebaja de aranceles a todos aquellos bienes que tienen que ver con la inseguridad alimentaria salvadoreña. Y le decimos «inseguridad», porque en el vecino país ya no se producen ni piloyes. Las razones de ello bien ameritan más espacio que el de esta simple columna.
Pero vamos al tema de los aranceles y la relación con el quehacer productivo de un país. El salvadoreño Luis René Cáceres es, a mi juicio, el economista centroamericano más prolífico y de sustento empírico que he conocido. Publica constantemente en las revistas especializadas de cobertura internacional.
Hace unos años presentó un trabajo anónimo para el concurso del Banco de Guatemala Manuel Noriega Morales. Como era de esperarse en esos recintos, el estudio no pasó ni las primeras de cambio, simplemente porque el discurso de Cáceres es muy distinto al que manejan los tecnócratas de por allí. El estudio se titula Determinantes del Crecimiento Económico de Guatemala. Este escribiente, estando al frente de la Revista Ciencias Económicas, publicó un extracto, (Agosto 2018), el que puede buscarse en el portal del Colegio de Profesionales de Ciencias Económicas.
Cáceres demuestra que la reforma económica de mayor profundidad implementada en Guatemala fue la comercial; además de la reducción de aranceles a las importaciones, abarcó otras medidas como la eliminación de cuotas a las importaciones, y la simplificación de trámites, entre otras.
Sin embargo, afirma el Maestro Cáceres, la economía de Guatemala muestra la particularidad de una persistente tendencia declinante que empezó en los años noventa. Precisamente cuando todas estas medidas liberalizadoras estuvieron en su auge ideológico y político.
Lo anterior, añade, es sorprendente en vista de la abundancia de recursos externos que ingresan al país en las últimas dos décadas. Y ello, principalmente, debido a la exportación de gente y el influjo de las remesas, e imagino que de otros dolarucos de actividades no muy ortodoxas por ahí.
Cáceres afirma que la liberalización comercial se llevó a cabo de manera indiscriminada sin tomar en cuenta los posibles impactos adversos sobre la producción nacional. Por lo tanto, lejos de promover la eficiencia y la productividad, todo ello condujo a la pérdida de crecimiento anual. Y como él no habla superficialidades, lo demuestra con la ayuda de la econometría, que es la disciplina que utiliza datos estilizados, proveniente de modelos económicos y supuestos. Además, en cada estudio que publica se sustenta en abundante bibliografía de autores especializados.
La comercial es una parte de un conjunto de reformas, de las que no hablaremos aquí, sino interesa el uso indiscriminado del arancel, procediendo a un desmonte arancelario para facilitar la importación. Domina aquí entonces la Cámara de Comercio, sobre la de Industria y el Agro, gracias a la preciada divisa y abundancia de dólares, que en el mediano y largo plazo se irán extinguiendo, con el agravante de que ello llegará en un escenario de plantas industriales destruidas o desmanteladas, y un agro decaído, provocando así serios efectos en la seguridad alimentaria del pueblo.
Las propuestas serias de política alternativa van totalmente en contra de lo que pareciera estar de moda por los voceros e ideólogos de la clase política y élites comerciales. La recomendación es que para alcanzar una buena dinámica económica se requiere de un mínimo de protección a la industria y la producción nacional. Hoy, con una adecuada institucionalidad de competencia y de protección al consumidor, sería una fórmula poderosa.
El Maestro que citamos aquí bien dice que la globalización y la liberalización económica no es un precepto divino, sino que debe verse como la ven muchos países, como una oportunidad. Debe combinarse con medidas astutas buscando el empleo digno.
Todo ello me recuerda también a otro gran Maestro del tema: Alfredo Guerra Borges. En su libro Guatemala: 60 años de historia económica (1944-2004), habla del agro, y bien distingue entre la gran plantación palmera y azucarera, de alta productividad hoy, y el sector tradicional de fincas pequeñas, dedicadas a la producción de comida. La productividad de estas últimas es muy baja. Y las propuestas apuntan a que con medios modernos de producción y acceso a las fuentes de crédito y asistencia técnica, estas mismas fincas pueden ser altamente productivas. Guerra afirma que tales unidades <<por siglos han sido los parias de las instituciones políticas y económicas de Guatemala>>.
Todo ello es también un tema que linda con la cuestión agraria, que sigue siendo hoy otro de los grandes tabúes dentro del ambiente de comercialismo, rentismo y divisa barata que ha acomodado a la economía guatemalteca; y que tendrá un somatón de película en el futuro, sin lugar a dudas.
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