Las dos palabras que empieza con c y más preocupan en la actualidad, hasta el punto de agotar por tanta insistencia, son competencia y corrupción, que de alguna manera se han fundido hasta trastornar los límites de la realidad.
Competir en el mercado es algo natural, inspirado en crear o encontrar soluciones relevantes. La industrria de las máquinas de escribir se terminó con las computadoras, así como los discos musicales y hasta la piratería de los DVD murieron con la tecnología digital y las aplicaciones. De eso se trata la competencia, de encontrar mejores soluciones que elevan a las empresas hasta que otras más ingeniosas descubren algo mejor y las derrotan. Eso es competir, pero en Guatemala hay quienes andan discutiendo que hay que contar con una ley de competencia que excluya la necesidad de crear, para repartir los beneficios con quienes no han logrado inventar nada nuevo. Eso no sería util para progresar, sino una media que estanca y atrasa, como regresar a los tiempos de los minifundios con la superpoblación actual.
En el mercado, los nuevos inventos destruyen a quienes no innovan, porque las nuevas soluciones son la manera natural de competir, lo otro es imponer, limitar, retroceder, y por eso hay que ser muy cuidadosos cuando se habla de ley de competencia.
La corrupción es una palabra peor, que cansa y es confusa, porque tiene muchos significados. Corrupción es que un empleado de compras de una empresa cualquiera sea favorecido con un cheque particular por elegir a un proveedor equis, aparte de su sueldo y de las ventajas al cliente. Eso no es libre competencia, sino corrupción. Y no es justo, y muchos lo hacen, y no se consideran corruptos.
La mala costumbre de las comisiones y la falta de etica arruina la competencia. Es el origen de la corrupción, que luego llega al Estado o deviene de sus prácticas deshonestas.
La libre competencia es un asunto de inteligencia, de oportunidad, pero dentro de los límites de la ética. Se trata de ser creativos para encontrar mejores soluciones, porque así se progresa, mientras que limitar a los exitosos para beneficiar a quienes no han podido descubrir algo nuevo, es corrupción de la mala. La única manera de detener tales intentos es con el rechazo social y la entereza de individuos correctos.
Hay que empezar desde dentro, no forzando con leyes para quitar a los exitosos su capacidad de innovar, sino favorecer con la educación y la inteligencia a la masa para que la competencia pueda sucederse.
Hay gente interesada en obligar a consumir por cuotas, bueno o malo, frijol limpio o con gorgojos, sin poder elegir. Cuidado, la corrupción se está moviendo de manera peligrosa.
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