A pesar de la abrumadora evidencia científica sobre el cambio climático y el hecho de ser la mayor emergencia existencial que confrontamos como humanidad, el negacionismo climático persiste, se amplifica y se consolida debido a una combinación de factores ideológicos, económicos y políticos. La relación entre el negacionismo climático, la extrema derecha y el fundamentalismo religioso (particularmente el neopentecostalismo) es multifacética y se puede analizar desde varias perspectivas.
Las empresas transnacionales de combustibles fósiles en combinación con las industrias extractivas en la agricultura y la minería, tienen un interés económico directo en minimizar la percepción de la gravedad de la crisis climática y la crisis de la biodiversidad. Estas empresas han financiado campañas globales de desinformación para sembrar dudas sobre la ciencia climática.
Los grupos de presión relacionados con industrias contaminantes, tanto transnacionales como nacionales, ejercen una fuerte influencia en la política, financiando a políticos y partidos que promueven la desregulación, el extractivismo, el crecimiento económico infinito y, de paso, niegan la ciencia climática. Aunque haya un poco de enseñanza universitaria sobre estos temas, poco o nada de esto se filtra a la esfera pública o los círculos de expertos/as encargados/as de las políticas públicas. El discurso público está saturado de ignorancia.
Encima de todo, la extrema derecha, grupos llamados “libertarios” y muchos conservadores de vieja y nueva cepa, abogan por una menor intervención gubernamental y promueven la libertad económica. Claro, el Estado en Guatemala no es ni ha sido nunca una fuente consistente de políticas públicas racionales y coherentes con la visión constitucional del bien común y del cuidado del medio ambiente. El Artículo 97 de la Constitución Política de Guatemala sobre el “Medio ambiente y equilibrio ecológico” suena muy bonito:
El Estado, las municipalidades y los habitantes del territorio nacional están obligados a propiciar el desarrollo social, económico y tecnológico que prevenga la contaminación del ambiente y mantenga el equilibrio ecológico. Se dictarán todas las normas necesarias para garantizar que la utilización y el aprovechamiento de la fauna, de la flora, de la tierra y del agua, se realicen racionalmente, evitando su depredación.
Pero el Estado en Guatemala ha fallado en la implementación de estos principios constitucionales. Las políticas climáticas a menudo requieren regulación e intervención estatal acompañada de una buena dosis de voluntad y audacia política, lo cual se percibe como una amenaza para los principios neoliberales impuestos por el cacifismo: el extractivismo a ultranza, la certeza jurídica, la estabilidad macroeconómica, las zonas económicas especiales, los tratados de libre comercio, etc. Por eso en Guatemala no hay todavía una Ley de Aguas, Ley de Desarrollo Rural Integral, Ley de Competencia, etc. La compra de la política por intereses empresariales, lo que la CICIG llamó “el pecado original de la democracia”, se ha encargado de todo esto.
Aunque siempre debe haber un cuestionamiento crítico y fundamentado hacia las instituciones científicas como, por ejemplo, las universidades, existe hoy una desconfianza generalizada hacia los/as científicos/as y las instituciones educativas públicas entre algunos sectores de la extrema derecha y sectores cristianos, particularmente entre evangélicos neopentecostales, basada en teorías de conspiración y la ideología de la posverdad. Esto se ha exacerbado por la banal politización y privatización de la ciencia y el escepticismo hacia cualquier cosa que se perciba como un consenso impuesto por “expertos” de tendencia liberal o “globalista”. El rechazo al conocimiento racional es todavía más virulento si los discursos adoptan posiciones abiertamente emancipadoras que son vistas como “radicales” y “marxistas”.
Los medios de comunicación afines a la extrema derecha y ciertos centros de pensamiento han promovido activamente el negacionismo climático. Utilizan tácticas de desinformación, presentando a los científicos climáticos como alarmistas, exagerados o radicales. La mayor concesión que hacen es decir que el cambio climático es una simple teoría, no un hecho comprobado, tal y como también lo hacen con la evolución natural, el heliocentrismo, la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica y hasta los viajes a la Luna. Para la Sociedad de la Tierra Plana*, por ejemplo, es un falso dogma de la ciencia actual considerar que nuestro planeta es redondo y que gira en torno al Sol.
El desafío del cambio climático se ha convertido, entonces, en un tema altamente polarizado, donde las posturas a menudo muy ignorantes y desinformadas se alinean con las posturas de la extrema derecha y las iglesias fundamentalistas que ve en ellas un soporte ideológico de su cruzada ideológica restauradora. En este contexto, la extrema derecha adopta una postura de negacionismo como parte de una identidad y estrategia política más agresiva. El negacionismo climático, de la mano con el rechazo a la teoría crítica de la raza y del género que, en Estados Unidos, están siendo acusadas de ser “woke”, pueden generar nuevos Giordano Brunos y Copérnicos, en el sentido de que aquellos que defienden estas ideas pueden enfrentar la misma resistencia, persecución y rechazo que experimentaron estos históricos pensadores por sus ideas revolucionarias.
De hecho, los/as científicos/as que defienden la existencia del cambio climático antropogénico, ya no digamos quienes más concretamente identifican la crisis climática con el desarrollo y expansión global del capitalismo, enfrentan una considerable y extremadamente bien financiada oposición política y económica desde Estados Unidos hasta Guatemala. En muchos lugares esta resistencia ha llegado al punto de la censura y la persecución profesional. Climatólogos como Michael Mann, autor del gráfico del “palo de hockey” que muestra el aumento de las temperaturas globales, han enfrentado acoso y ataques personales. Todo esto ejemplifica cómo nuevas ideas científicas, sobre todo las más críticas y rupturistas, se ven atacadas y condenadas vehementemente por intereses establecidos. Nada nuevo en esto excepto que ahora el ataque es parte del auge de nuevas formas de fascismo que amenazan toda forma de pensamiento crítico.
Tomemos en cuenta que la extrema derecha a menudo tiene vínculos estrechos con intereses económicos tanto transnacionales como nacionales, en Guatemala diríamos intereses cacifistas, que se benefician de la continuidad del uso de combustibles fósiles y la desregulación ambiental en nombre de la libertad de mercados y los derechos de la gran propiedad y el gran capital a la “certeza jurídica” y la “estabilidad macroeconómica”. Políticos y partidos de extrema derecha reciben financiación y apoyo de estas industrias para desplegar campañas mediáticas, políticas y, ya en el poder, legislativas o ejecutivas que contrarresten el avance de una ilustración climática, un despertar ambiental y un compromiso con los/as más pobres. Esto es lo que hace en Guatemala, por ejemplo, la Red Atlas que opera por detrás del “think tank” Instituto Fe y Libertad y de activistas de la derecha radical como Gloria Álvarez. El Instituto Fe y Libertad dice que la “misión del Instituto Fe y Libertad es promover el florecimiento humano mediante la promoción de la libertad individual y los principios judeo-cristianos.”**
La extrema derecha a menudo habla de la soberanía nacional como coraza para la defensa de ideas paleolíticas y proyectos políticos reaccionarios y se opone a acuerdos internacionales que demandan cumplimiento con estándares sociales, ambientales y ecológicos modernos que el Estado de Guatemala ha sido cooptado para violar. Por ello, desde la perspectiva de la extrema derecha, las políticas climáticas globales, como el Acuerdo de París, constituyen una amenaza globalista e incluso “marxista” a la soberanía nacional.
La extrema derecha utiliza el negacionismo climático como una herramienta para movilizar a su base electoral, una horda de votantes a quienes no solo se les ha negado la educación o el trabajo, sino que se les ha subjetivado con burda propaganda y espectáculo mediático, presentando la acción climática como una amenaza a los empleos precarios y los valores cristianos que deben defender. Argumentan que las políticas climáticas perjudican a la clase trabajadora, al empleo rural y a la inversión extranjera directa que se ahuyenta por temor a la regulación pública.
No es casual, por tanto, que la extrema derecha tienda a promover valores tradicionales, patriarcales, dogmáticos y vea en las políticas climáticas, que a menudo requieren cambios significativos en el estilo de vida y la economía, una amenaza a estos valores. Careciendo de fundamentos teóricos y científicos válidos y verificables, el negacionismo climático a menudo se entrelaza con teorías de la conspiración que sostienen que el cambio climático es un invento comunista o globalista para controlar a la población y limitar las libertades individuales y los principios religiosos. Nada toca más hondo entre los grupos subalternos de donde emerge la gente que llena las iglesias o las campañas políticas que los preciosos valores religiosos por la simple razón de que muchas veces no les queda absolutamente nada más a que asirse en este mundo. Quienes los/as despojan, también los/as manipulan.
El negacionismo climático es un fenómeno complejo, influenciado por intereses económicos, ideologías políticas y estrategias de desinformación. La relación con la extrema derecha se basa en la convergencia de intereses económicos, narrativas ideológicas y tácticas políticas. Combatir el negacionismo climático requiere un enfoque multidimensional, interseccional y articulado que aborde simultáneamente la educación, la transparencia, la justicia social y la coherencia política. La recuperación del pensamiento indígena así como la adopción de la perspectiva del Buen Vivir ofrecen rutas ambientales y climáticas viables para el futuro.***
* Ver https://www.bbc.com/mundo/noticias-37954365
** Ver mi blog “La Red Atlas en Guatemala” en el siguiente enlace – https://marcofonseca.net/2018/11/21/la-red-atlas-en-guatemala/
*** Ver el comentario de Jorge Mario Rodríguez, “El pensamiento indígena frente el desafío Ambiental”, https://www.epinvestiga.com/opinion/el-pensamiento-indigena-frente-el-desafio-ambiental/
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