Édgar Gutiérrez
El presidente Bernardo Arévalo asumió la presidencia bajo fuego cruzado. La artillería más poderosa la ha manejado la fiscal general Consuelo Porras. Hasta ahora el gobernante ha soportado estoico los cañonazos, respondiendo apenas con escaramuzas legales sin consecuencias. Se guía por el principio de respeto de la institucionalidad del Estado. (El Estado carece de institucionalidad funcional, entonces propiamente dicho es el apego a su arquitectura normativa, bajo el espíritu de que ese sacrificio político será un referente histórico para fortalecerlo.)
Aunque el mandatario tiene base legal para destituir a la fiscal general, además del abrumador apoyo popular y el compromiso internacional complementario, ha optado por una estrategia más compleja, lenta y, digamos, de formas diplomáticas para alcanzar la gobernabilidad democrática. Por tanto, requiere de su parte un aparato de gestión política más sofisticado.
También la suya es una apuesta de alto riesgo. En el escenario pasivo, ha perdido brillo su autoridad, provocando un desencanto relativo entre las mayorías, según lo refleja la encuesta de Cid-Gallup de hace un par de semanas. A ese cuadro se suma que el guatemalteco promedio solo percibe las novatadas de la nueva administración central, el enquistamiento de la burocracia gris que sirvió a los aborrecidos últimos dos gobiernos y la parálisis general del aparato público. (Además es un gobierno huérfano de estrategia de comunicación política.)
En un escenario activo, los enemigos leen el camino de la gobernabilidad elegido por Arévalo como signo de debilidad. Los más radicales poseen instinto de hienas: creen oler miedo en el Palacio. Una raya menos de radicalidad les dice: solo hay que sentarse cómodos en el sillón a sembrar cizaña y esperar a que los de Semilla se saquen los ojos. En todo caso, seguirán contando con una fiscal militante dispuesta a todo, a la que por cierto han llegado a adorar como a su propia diosa, al punto que algunos están dispuestos a que sea “su” primera dictadora.
La apuesta a los factores de la gobernabilidad que hace Arévalo es interesante y, hasta cierto punto, inédita en el periodo democrático. No ataca, ni a su principal adversaria (la fiscal), como lo hicieron al menos los tres gobiernos reformistas que en intervalos operaron entre 1986 y 2012. Se acerca a los empresarios variopintos y a las diversas autoridades ancestrales indígenas. Los acercamientos para el mutuo conocimiento son incipientes. Por tanto, la edificación de acuerdos llevará tiempo y su materialización estará, en buena medida, a cargo de terceros, como el Congreso.
Ese conjunto de acuerdos podría ir neutralizando a los radicales y dejando un poco sola a la fiscal en los dos años que le restan. Sola, pero no necesariamente inactiva. El Congreso es otra materia voluble que Arévalo tendrá que saber administrar. Como con los empresarios y los indígenas, hay una mezcla de propósitos para ganar empatías personales, con facilitar beneficios de impactos sociales y sectoriales a cambio de apoyo político. Todo esto regido por un código ético-político que los sujetos de la gobernabilidad más activos desconocen, son analfabetos; su escuela “democrática” ha sido meramente transaccional, clientelar y abiertamente corrupta.
Ahora bien, esas filigranas son ajenas a la mayoría de la población, anegada por ingentes necesidades. En el corto plazo el gobierno deberá ofrecer resultados y afirmar su identidad de políticas y programas sociales y de seguridad. Para lograrlo tendrá que elaborar su propio formato de negociación regido también por normas de ética pública aplicables a cada contrato de ejecución de gasto. La gente estaba fatigada de la corruptela, el cinismo y la confrontación de Jimmy Morales y Alejandro Giammattei (incluso de Consuelo Porras). Agradece el estilo dialogante del presidente, que, siendo necesario, no es suficiente. Y en ese campo hay un potencial doble beneficio: estar presente para los necesitados y el apoyo que despierta entre ellos contribuye a la gobernabilidad, pues contiene a los desestabilizadores.
Etiquetas:Bernardo Arévalo Congreso Consuelo Porras