Ingresé a la biblioteca con cautela, sintiéndome que cometía un delito, sin prender las luces. Me gustaba todo. Fui sacando libro tras libro, hasta que para evitar tanto trasiego, me llevé de junto las obras completas de Julio Verne.
El pasado 21 de agosto, el Ayuntamiento de la Antigua Guatemala publicó un evento para la contratación de arrendamiento financiero de 20 buses eléctricos para la implementación de un sistema de movilidad en esa ciudad. Sin embargo, este fue declarado como desierto debido a que el único oferente incumplió con los requisitos, por lo que se autorizó una contratación directa.
Lo que más me intrigaba entonces de la historia era el poder que tienen unos pocos privilegiados para captar el aura de los demás, ese resplandor que flota alrededor de los cuerpos, para cuya identificación yo me ejercitaba y esforzaba hasta creer ver sutiles destellos.
Las matas de florifundia habían floreado, y esa noche la abuela cortaría la más fresca para ponerla debajo de su almohada y dormir profundo, siempre y cuando no anduviera libre el ratón.
Lo seguía de cerca, me le pegaba e iba copiándole el paso. Si el respiraba yo respiraba, si daba una zancada yo lo imitaba, él cruzaba la meta y un brazo atrás iba yo. Él oro, yo plata.
El Ayuntamiento de Antigua Guatemala evalúa un contrato de arrendamiento de 20 autobuses para implementar el Sistema Integral de Movilidad, un proyecto que busca mejorar el transporte público en la ciudad colonial por medio de un contrato de leasing, pero que ha generado críticas de varios sectores.
Salimos pálidos pero aliviados, y la fachada de la catedral me pareció más hermosa que nunca, con las palomas blancas y negras durmiendo en las cornisas, detrás de las copas de los árboles recortados como tambores idénticos, y entonces me pidió que la abrazara, porque aunque yo era un patojo casi tenía su estatura.
El reptil, descendiente de los dinosaurios, era de color verde musgo, como el que convirtió en prendedor de esmeraldas el Hermanito Pedro para salvar de la enfermedad a un desesperado. Los niños le raspaban la barriga con ramas arrancadas de los limonares, como para que brotara agua o luces.
Al medio de la cancha nos enfrentamos los dos hermanos. El mayor con ojos que echaban lenguas de fuego, porque le parecía una insolencia de mi parte que me atreviera a retarlo, advirtiéndome que no dudaría en lanzarme una patada violenta en las canillas.
Ya era tarde y regresé solo caminando por la Calle de los Pasos. A pesar del bullicio en Belén, afuera reinaba el silencio. La luz tenue de los postes, las piedras con el resplandor plateado de la luna llena, y mientras pensaba en la obra acabada de gozar sentí que la realidad era una maravilla.
