Uno de mis oficios favoritos es remover libros, sea para buscar uno que no encuentro o para intentar poner algún orden en los estantes. Esta costumbre de hurgar libros me viene de mi madre, una gran lectora. Todos los años por esta época, sacaba todos sus libros al patio, se abrían, sacudían y oreaban para mantenerlos limpios, libres de humedad y polilla, según esto. La imagen de los libros asoleándose, extendidos, apenas movidos por el viento, sigue siendo un buen recuerdo, de bienestar y estabilidad.
Siempre que entro a alguna casa donde hay libreras, echo una ojeadita y curioseo. Disfruto ver los títulos, las ediciones, los contenidos. Una pared forrada de libros me parece acogedora e incitante: atrae a explorarla, a navegar por sus preferencias, por la belleza de sus páginas. Tengo relaciones sólidamente cimentadas sobre las lecturas compartidas, placer que me hace sentir dichosa. Y como digo, la fortuna de haber tenido abuelas, tías y parientas lectoras que sembraron la semilla.
Un parteaguas en mi vida librera fue cuando conocí la biblioteca del Maestro Carlos Navarrete, arqueólogo, escritor, poeta, librófilo y hombre de gran sabiduría a quien siempre honro y agradezco por haberme iniciado en el viaje interminable de los libros. En su casa del D.F. tenía cientos de libros, perfectamente organizados, de los que sabía todo, las fechas de edición, los autores, y podía entretenerte horas y horas en esas excursiones por la historia de Guatemala y México. El sí es un coleccionista ilustrado, un buscador de tesoros que sabe el valor de los libros impresos.
Esta mañana estuve revisando, eligiendo, encajando libros para llevar a La Biblioteca del Pensativo, donde hemos reunido algunas colecciones especiales y nuestra biblioteca familiar, con el fin de ponerla a disposición pública en una fecha todavía incierta. Confieso que ha sido difícil este desprendimiento, romper con el apego. Los sesudos argumentos y la dulce persuasión de mis colegas han valido para convencerme de emprender la tarea de sacar varias cajas de libros de antropología, feminismo, literatura, Guatemala, Centroamérica, etcétera, y dejar vacíos de libros que sé que voy a echar de menos. Aunque allá van a estar a muy buen resguardo, siento que se me van, que “ya no van a ser míos”. Y allí es donde el perverso sentido de la propiedad entra en acción. Por eso también es importante este acto de abrir la biblioteca. Cada libro es parte de mi vida, lleva una marca, un comentario, la fecha, un sello, a veces nada más que un deseo de leer. Pero los libros son para leerlos y por ello es necesario compartirlos.
La Biblioteca del Pensativo, Antigua Guatemala
Entre los libros que no pude soltar y que se quedan conmigo otra temporada, guardo los que uso para mis investigaciones, los que considero clásicos o entrañables y otro montón de títulos recientes que no he alcanzado a leer. Hace días que andaba buscando Modernidad cruel, de Jean Franco, que se me había perdido. Lo buscaba en la librera de mujeres, entre los de sentimientos y los de guerra fría, vuelta y vuelta y nada. Pero así son los libros, te ven y se hacen invisibles, y hasta que andás buscando otra cosa, aparece el que buscaste y rebuscaste. Me interesaba volver a leer algunos de los ensayos que escribió esta crítica literaria tan aguda y sólida. Como ella trata sobre la crueldad, inevitablemente habla de Guatemala y Centroamérica, de los horrores cometidos durante las guerras y que han dejado secuelas hasta el presente. La violencia contra las mujeres, vista a través de las atrocidades permitidas, examinada a la luz de la cultura.
Otro querido tesoro que apareció fue La separación de los amantes de Igor Caruso que, en su momento, allá por los ochenta, fue un referente para quienes cuestionaban las relaciones de pareja o vivían la crisis existencial del truene. De lectura compleja, relaciona la líbido y la muerte en el sentido de la separación de quienes se dejan. Hay que decir que las amistades y relaciones profesionales fueron determinantes en algunas lecturas. Una querida amiga, aficionada al psicoanálisis, al esoterismo y al naturalismo me introdujo en el mundo de la antipsiquiatría, de allí la lectura de Cooper y Laing, por ejemplo.
La Biblioteca del Pensativo es un proyecto en construcción que forma parte de un pequeño centro cultural frente a la ruina de La Concepción en Antigua Guatemala. Allí ha funcionado por más de diez años Ediciones del Pensativo, donde hicimos festivales, conferencias, fiestas, actividades artísticas y reuniones de diversa índole, con el fin de ofrecer un espacio de pensamiento transformador donde se brinden condiciones para la creatividad y la expansión de los conocimientos. Quizá en 2025, ojalá, podamos abrir las puertas.
En una sociedad donde el saber ha sido despojado, donde la búsqueda de respuestas es considerada peligrosa, es necesario ampliar las posibilidades, abrir ventanas y puertas, derribar prejuicios y acabar con las opresiones.
Con un gobierno encabezado por un presidente intelectual y ministras y ministros profesionales, es de esperar que las bibliotecas florezcan en nuestro país. Un deseo muy anhelado ha sido siempre que la niñez pueda ir a las bibliotecas en sus propias comunidades, que sean espacios seguros, sanos, alegres donde puedan desarrollar sus talentos y el gusto por saber. Más libros, más libertad.
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