Sobre la “muerte de Dios” y la cultura moderna occidental

Así como Dios fue concebido por los antiguos judíos como el Verbo, como el portador supremo del lenguaje verbal, la música es el lenguaje verbal armoniosamente hecho con la voz de los seres humanos o con la interpretación de los instrumentos.

Camilo García Giraldo

enero 19, 2025 - Actualizado enero 18, 2025

Ilustración: eP Investiga

Nietzsche afirmó en su gran libro Así habló Zaratustra que en el mundo socio-cultural moderno de Occidente “Dios ha muerto”. Esta afirmación constituye la expresión de un hecho real de gran trascendencia histórica. En efecto, los hombres modernos tomaron la decisión de retirar a Dios de las instituciones jurídico-políticas que fundaron a partir de la revolución francesa; de desalojarlo del contenido y la forma de sus creaciones artísticas, poéticas y literarias, y, de negarlo como fuente de sus normas y valores fundamentales de vida, y, muchos de ellos, dejaron de creer en su existencia. Y lo hicieron, porque “descubrieron” y comprendieron que son ellos mismos los sujetos y autores supremos del mundo socio-histórico en el que han vivido, viven y aspiran a vivir. De ahí, que ese Dios judeocristiano, único, supremo y creador de todo lo existente, en el que sus antepasados habían creído ya no les hace falta; son ellos los que ahora aspiran y pretenden ocupar su lugar y cumplir sus funciones.

Sin embargo, esta decisión provocó, inesperada y paradójicamente, en muchos de esos hombres modernos que la tomaron o adoptaron un vacío interior, el sentimiento de una gran pérdida, de la pérdida de ese ser que les había dado desde su nacimiento cultural el sentido supremo de sus vidas al prometerles una vida eterna feliz y plena. Pues el dios judeocristiano no solo fue considerado como el creador del mundo y de la vida de los hombres, sino también el que los ofreció un sentido profundo y duradero a sus existencias al prometerles una vida eterna armónica y feliz después de sus muertes, si le obedecían sus mandatos morales. Por eso para muchos de los que habían aceptado su muerte, esta significó la desaparición de esta fuente suprema de sentido que tradicionalmente habían tenido y disfrutado sus antepasados. De ahí, que sintieron la necesidad de buscar una nueva fuente de sentido que sustituyera y compensara esta pérdida. Y la encontraron en las obras artísticas y culturales que crean, en especial en la música, debido a que este género artístico posee cualidades universales y trascendentes que se parecen a las que tenía el viejo Dios caído.

En efecto, la música, la pueden “comprender” y disfrutar en principio todos los miembros de la especie humana más allá de las barreras idiomáticas, culturales, raciales o nacionales que los separan; su lenguaje hecho de puros sonidos armoniosamente compuestos es el arte universal por excelencia que tiene la capacidad de “hablar” a todos los seres humanos sin distinción ninguna. Así como Dios fue concebido por los antiguos judíos como el Verbo, como el portador supremo del lenguaje verbal, la música es el lenguaje verbal armoniosamente hecho con la voz de los seres humanos o con la interpretación de los instrumentos. La voz y la palabra de Dios es semejante a las piezas musicales interpretadas por los hombres porque están hechas de sonidos bien hechos, de sonidos armoniosamente compuestos. Y, en segundo lugar, porque la música tiene la excepcional capacidad de apaciguar los impulsos e instintos agresivos de los seres humanos; es un género que contribuye sustancialmente como ningún otro a elevarlos por encima de su naturaleza animal original; y así centrar sus existencias en su interior sensible y espiritual, en el lado que los acerca a lo divino tal como muchas veces se ha considerado.

Por eso muchos de los poetas modernos, huérfanos de Dios, al percibir estas cualidades de la música guiados por el pensamiento de Schopenhauer quisieron convertir sus poemas en melodías musicales completas, en hacer que los sonidos de las palabras les sirvieran para componer unos poemas como si fueran bellas y sonoras piezas musicales. Desde que Paul Verlaine a finales del siglo XIX lanzó la consigna de hacer de los poemas notables piezas musicales en su célebre y fundamental poema Arte poética en el que dice hablando del poeta que es él mismo:

De la música, ante todo,

Y por eso prefiere lo Impar

Más vacío y soluble en el aire,

Sin nada en él que pese o que pose.

Es también necesario que no te vayas

Escoger tus palabras sin ningún desprecio:

Nada más querido que la canción gris

Donde lo Indeciso y lo Preciso se juntan

…..

 ¡La música, todavía y siempre!

¡Que tu verso sea la altísima cosa

Que sentimos que huye de un alma en camino

Hacia otros cielos y otros amores!


Que tu verso sea la buena aventura

Disperso en el viento tenso de la mañana

Que va floreciendo la menta y el tomillo…

Y todo lo demás es literatura.

(La traducción del francés es mía)

Algunos poetas latinoamericanos adoptaron esta preferencia musical en la poesía, que en realidad fue toda una declaración programática de un nuevo quehacer poético, con enorme entusiasmo y convicción como Rubén Darío, y la convirtieron en la guía de su excepcional labor creadora.

Lo mismo ocurrió con el poeta colombiano de raíces suecas León de Greiff que se empeñó en cumplirlo hasta el final, y vivirlo a través de un alter ego. Compuso una obra poética marcada por el propósito de hacer melodías musicales con los sonidos de las palabras viejas y nuevos, con palabras muertas por la falta de uso o con neologismos. Y también decidió a través de su alter ego Gaspar de la Noche irse a vivir durante 30 años a la pequeña población sueca de Korpilombolo situada en el círculo polar ártico para que durante las largas y completas noches oscuras de los inviernos pudiera escuchar solo y en silencio, y sin ningún obstáculo o perturbación exterior, los sonidos musicales que la naturaleza produce sin cesar, y así, poder vivir abrazado e integrado a esta fuente natural de sentido, ciertamente invisible y casi imperceptible, pero sin embargo, más real y verdadera que la que representaba Dios. 

Dice al respecto en su poema Quator elegíaco en Do sostenido mayor:

Porque nada –de sí- da tanto como nada

El prodigio insólito que logra de la nada

El milagro insólito de la sinfonía

Esta es la noche donde canta el silencio

…..

Por su parte, algunos pintores modernos también dominados por esta convicción como Kandinsky se propusieron representar en formas y colores los sonidos armoniosos de la música. Al escribir que “la música es la maestra por excelencia” Kandinsky no solo lo hizo porque sufría de sinestesia, de la “capacidad” de escuchar o sentir la presencia de sonidos en su espíritu al ver los diversos colores y sus tonalidades, sino también, y, sobre todo, porque estaba convencido que el espíritu de los hombres está hecho de vibraciones sonoras que se estimulan y activan cuando ven un conjunto de formas abstractas de puntos, líneas, planos geométricos y colores compuestos en un lienzo que expresan de manera armónica los sonidos de la música. De ahí que componer como se lo propuso en muchos de sus lienzos, en especial en sus Composiciones, con formas abstractas y colores los sonidos de la música que penetran con intensidad conmoviéndolo el espíritu de todos los seres humanos fue el sentido más importante de su gran labor creadora; y al hacerlo así, le dio, o mejor, le reconoció, a la música el papel de ser una fuente central del sentido de la vida de los hombres en la modernidad. 

La pintura de Vasili Kandinsky (1866-1944) guarda una estrecha relación con los sonidos de la poesía y la música.

O, el gran pintor judío-ucraniano Marc Chagall, consciente como pocos del vacío o falta de sentido universal que la muerte de Dios en la modernidad acarreó, se propuso mostrar con su rica, prolija y profunda obra pictórica que la fuente donde yace el sentido real de la existencia de los hombres está en el sentido que les dan y transmiten a las obras culturales que crean. El poeta crea con sus palabras un sentido determinado de la vida y el mundo, lo abre con su lenguaje creativo; en cambio, el pintor descubre ese sentido en la realidad de la vida y las cosas del mundo.

Pues la poesía lo que en verdad hace es permitir a los hombres ver de otra manera, ver sensiblemente el sentido ideal y suprasensible que se esconde tras la apariencia exterior de las cosas del mundo. La fuerza del lenguaje poético radica en que crea una mirada, una visión, sobre el mundo que traspasa sus límites sensibles. Por eso el acto de creación de sentido llevado a cabo por la poesía es en esencia un acto de ver ese sentido en el mundo mismo. Entre la pintura y la poesía concebida de esta manera no existe, ni puede existir, entonces, ninguna diferencia sustancial. El pintor es el poeta que logra ver, a través de las imágenes que crea, el sentido ideal invisible que guardan las cosas de la realidad; y por su parte, el poeta es el pintor que dibuja con palabras el sentido trascendente que su uso reflexivo instaura.

Sin embargo, el sentido que crea el poeta, y que muestra el pintor es puramente ideal; es un sentido que existe más allá de la realidad viva e inmediata de la existencia de los hombres. Es el músico, en cambio, quien con los sonidos melodiosos y rítmicos que crea con su canto o interpreta con su instrumento el que consigue realizar lo que sus congéneres forjan imaginariamente con palabras o desvelan con formas y colores. En uno de sus últimos lienzos El mito de Orfeo, Chagall nos recuerda el excepcional poder que tenía Orfeo de apaciguar y pacificar a los animales, de hacer desaparecer su agresividad y violencia natural por medio de su encantadora música. Él simboliza el poder natural de los sonidos musicales de liberar a todos los seres vivos, especialmente a los hombres, de las cargas destructivas de su naturaleza interior. Y al hacerlo así, logra, así sea por unos breves instantes, lo que el arte en su conjunto ha pretendido siempre: encadenar la vida real de los hombres al orden de sus formas armónicas ideales.

Es el canto de la música, entonces, el que cierra su obra pictórica. La armonía ideal que constituye el sentido que crea el arte puede y debe ser el fundamento de la armonía real de la propia vida que los hombres siempre anhelan. La condición principal para que este paso trascendental se pueda dar es que los hombres se vean despojados de la violencia natural de su ser. Y no existe otro medio ideal más eficaz y adecuado para conseguirlo que la música. Pues ella afirma y envuelve el sentido ideal de la unidad a través de la fuerza físico-material de los sonidos que son capaces de mover y modificar la propia naturaleza. Chagall nos mostró con este lienzo esta vieja “mítica verdad” de la existencia cultural de los hombres. Y al hacerlo, nos hizo comprender que el ideal de la armonía que el arte forja sólo se puede realizar en la vida cuando nos sometemos y entregamos, sin reservas ni condiciones, a sus formas. En ese momento formamos una unidad con él que constituye el verdadero y definitivo sentido de la “eterna” unidad que el arte busca y crea con sonidos, imágenes y palabras.

Pero, además, con la aparición en los últimos decenios de los medios electrónicos de comunicación como la radio, la televisión, el cine, los videos, el internet, etc., la música ha confirmado en extenso su universalidad, y su primacía al poderse transmitir por esta vía a un público universal, a todos los habitantes del planeta sin distinción de ninguna naturaleza, y casi sin ninguna restricción. Al ocurrir esto, la música se ha convertido en el género artístico central y más importante de la llamada cultura de masas. Pues para todos los que la escuchan a diario sienten en su interior que les depara una alegría y un goce superior al que les puede deparar o les depara los demás géneros del arte. Y esta emoción de alegría incomparable que les da confirma a la música como una fuente de sentido primordial de sus vidas. Emoción de alegría, vivencia de sentido, que se intensifica y profundiza cuando la bailan en una fiesta, en una feria, en una discoteca, en un festival, etc.

Ciertamente este sentido para sus vidas que les ofrece la música no es un sentido trascendental, duradero y eterno como el que los ofrecía antes Dios, y que les ofrece aún a los que creen en su existencia; es, al contrario, un sentido puramente efímero y temporal que, sin embargo, lo renuevan una y otra vez, hasta el infinito, cada vez que escuchan o bailan una pieza musical que les encanta. Por eso muchos hombres y mujeres de las nuevas generaciones no sienten como algunos de los primero poetas y artistas modernos esa falta de Dios, no sienten su ausencia o desaparición, como una pérdida dolorosa que es necesario aliviar y compensar. Y, no la sienten, porque entre otras cosas las emociones intensas y plenas que viven en esos instantes que repiten con frecuencia es suficiente para darles un sentido durable a sus vidas.   

Etiquetas:

Todos los derechos reservados © eP Investiga 2024

Inicia Sesión con tu Usuario y Contraseña

¿Olvidó sus datos?