Iglesia en las montañas de Sandía, Albuquerque, Nuevo México.
Corría el año 2000 y, tres veces por semana, yo pasaba por mi maestro a su casa para ir a la universidad Rafael Landívar. Él daba clases y yo las recibía en la maestría de Literatura Hispanoamericana. El trayecto era de casi una hora, pero a mí se me hacía leve. Conversar con él, comentar el contenido de los cursos que impartía y escuchar en cada viaje sus reflexiones sobre la vida fueron momentos que disfruté sobremanera y que ahora que él se ha ido, atesoro más aún. El doctor Francisco Albizúrez Palma era una enciclopedia andante. Una de tantas historias se me quedó grabada en la memoria debido al asombro que me causó. “¿Quiere escuchar cómo hablaban don Quijote y Sancho Panza, Gloria?”, me preguntó con su sonrisa de siempre, antes de empezar a contarme que en América existían reductos del castellano medieval, uno de ellos en Guatemala.
Resulta que, como muchos sabemos, los españoles llegaron a América en 1492, y a partir de ese año, una cantidad inmensa de descubridores, al inicio, y colonizadores, después, se fue desplegando en el nuevo continente en busca del oro y las riquezas que pocos encontraron. La tarea no fue fácil. Las arduas condiciones de vida, el agotamiento de los recursos y la falta de energía para emprender el viaje de regreso ocasionaron que algunos grupos de soldados y marineros no volvieran a su país de origen. Contaban con su ingenio para sobrevivir, sus escasas pertenencias, su instinto de sobrevivencia que los alentó a relacionarse con los habitantes originarios, su religión y su idioma que, por las circunstancias, correspondió con el español medieval. Algunos de los lugares a donde llegaron no fueron de mayor interés para el comercio, la política o las estrategias de expansión, por lo cual, estos asentamientos humanos se quedaron aislados del mundo, con un crecimiento demográfico limitado y limitados a cultivar una identidad particular. De esa cuenta, existen comunidades en donde esta expresión lingüística se ha desarrollado poco en virtud de la escasa relación que ha tenido con otras lenguas o con el mismo español evolucionado de la región. En Chile y en Argentina, en Paraguay y otros países, los reductos de esta riqueza lingüística viva se reconocen y algunas veces se llegan a considerar Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, como es el caso de los “palenqueros” de San Basilio, en Colombia.
San Basilio, Palenque, Colombia.
En Guatemala, me refirió mi maestro, hubo un lugar cerca de Sanarate en donde las personas mayores hablaban una variante de ese español medieval, reflejada en la construcción, la pronunciación y el vocabulario. Pronunciaban la efe en lugar de la hache, como en “fermosa” o “facer”, utilizaban el voseo y usaban vocablos considerados arcaísmos al final del siglo XX, entre otros rasgos concretos. Los españoles avanzaron tanto, tierra adentro, porque en esa época, el río Motagua era navegable en barcazas de mediano calado. Jamás llegué a saber qué había sido de ese lugar y se me quedó extraviado en la memoria como una Comala o un Macondo personal a donde quizá debiera regresar. Muchos años más tarde, recordé a mi maestro cuando conocí de la mano de la escritora zacapaneca Sammia Vargas, una variante del español del oriente de Guatemala que, si no es medieval, utiliza una serie de giros y arcaísmos, una pronunciación particular y un voseo que no había escuchado antes y que me atrevería a afirmar, está emparentado con la variante de la que hablaba el doctor Albizúrez. El gran aporte de Sammia es el de intentar llevarlo a la literatura por medio de relatos que por curioso que parezca pueden entenderse muy bien por el contexto y, en especial, cuando se leen en voz alta o se escuchan, porque corresponden más al código de la oralidad. El suyo es un rescate loable de esa habla regional que, mucho me temo, la globalización se tragará en pocos años.
Por otro lado, y muy cerca de nuestro país, se encuentra en Chiapas la región llamada La Fraylesca. Un lugar mágico al que fui invitada hace un par de años para presentar mi libro de cuentos Susana Tormentas y mis libros para niños por el escritor Jorge Luis Zuart, a quien conocí en Zacapa en un encuentro de AZCCA, la Asociación Zacapaneca de Contadores de Cuentos y Anécdotas. La experiencia en Tuxtla Gutiérrez, en Villa de Corzo y en Villaflores fue fantástica y feliz en muchos sentidos, y voy a referirme a ella con más detalle en otra ocasión. Lo que deseo enfatizar es ese encuentro que tuve con la manera de hablar de mi abuela chiapaneca: escuchar nuevamente palabras como carrancear, somato, chiquitía, malaya, totoreco, dizque, cuarterón, armonía (como sinónimo de inquietud) y botarate, por ejemplo, tuvo el efecto de sentirme como en casa. La variante lingüística de la región se ha convertido en tema de conversación y de estudio entre los investigadores y especialistas, muchos de ellos, miembros de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. El reconocido escritor chiapaneco Eraclio Zepeda ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua Española con un discurso dedicado a la reflexión sobre el español frailescano, sus orígenes medievales, su cultivo por los frailes franciscanos ̶ dedicados a las lenguas mexicanas, al castellano y al latín ̶ , su aislamiento y su desarrollo local, alimentado de variados intercambios lingüísticos con las culturas vernáculas. Se refirió también a la fundación de la Rial Academia Frailescana, sí, con “i”, cuyo objetivo es no dejar morir dos de sus elementos esenciales de su identidad como son su manera de hablar y su inagotable sentido del humor. Para ello, lo pude comprobar, elaboraron un Diccionario de la lengua frailescana, el cual tiene por lema: “Recordamo, lo platicamo y lo mantenemo” así sin “s” al final. En su prólogo, contiene una crónica detallada y una descripción técnica diferenciada de su variante lingüística. Esta obra es un símbolo regional y cada año los escritores y personas interesadas en el tema la alimentan con nuevas observaciones y palabras, en una reunión en enero de cada año, en Villaflores, la ciudad más importante de La Fraylesca. Además, durante la semana de esta asamblea, se presentan las obras literarias que se hayan escrito en esta variante chiapaneca el año anterior. En la comunidad, según cuentan ellos mismos, prevalecen apellidos de los habitantes originarios españoles como Zebadúa, Cuevas, Corzo, Pereyra, Lugo, Fonseca, Sarmiento y Carballo, entre muchos García, González, Pérez y Hernández. Al final de un par de semanas allá, en donde, por otro lado, los postres emblemáticos son los tamalitos dulces de elote y los plátanos fritos, para qué lo voy a negar, estuve a punto de quedarme a vivir ahí. Los hombres son muy galantes y tienen su gracia con las palabras, para reforzar la idea del refranero popular que dice, “casaca mata carita”. Y es que cómo me podía resistir a la invitación a bailar más amorosa que me han hecho: “malaya su mercé me acompañara a este baile, porque ando afligido de pensar que usté asinita me vaya a desprecear…” Para qué decir que “me aboné danzando”, como dicen ellos.
Misioneros franciscanos en América.
Una última trinchera del español medieval, la más reciente que me sale al paso, es la de Nuevo México. Un estado de la Unión Americana con una historia y una cultura muy rica y antigua. Una buena parte de los neomexicanos o novomexicanos llegaron a estas tierras antes de la conquista inglesa. Algunas de las familias, que aún subsisten en haciendas y granjas que quedaron localizadas en territorios que ahora son reservas federales o parques nacionales, están en conflicto con la ley, en un limbo que de manera local se conoce como “entre la historia y la ley”. Es decir que se rehúsan a salir de sus tierras porque les fueron concedidas a sus ancestros por la corona española en el siglo XVI y no tienen sino esas garantías escritas en documentos que más corresponden a curiosidades de museo que a instrumentos legales a presentar en tribunales o en el registro de la propiedad. Al igual que en Chiapas, el orgullo patronímico se cimenta en unos pocos nombres como Jaramillo, Durán, Baca, Trujillo Mart, Luján, Archuleta, Vigil, Chávez y Gallegos. Esta comunidad también se quedó abandonada por el desarrollo político y económico en algunos valles de Colorado y Nuevo México y su variante del castellano evolucionó en retiro durante los últimos 300 años; en las últimas décadas, ha sido objeto de estudio debido a su raigambre medieval y a su vigencia, varios siglos después. El lexicógrafo Rubén Cobos tuvo a bien recoger las palabras más frecuentes de esta variante y publicar su primer Diccionario del Español de Nuevo México y el sur de Colorado, un glosario extenso y revisado, publicado en los años 90. “El español que se habla en las zonas rurales del norte de Nuevo México y del sur de Colorado es un tipo de lenguaje regional que usa las palabras del español arcaico de los siglos XVI y XVII”, indica Cobos en la introducción.
Como he expresado antes, estas comunidades me han encontrado a mí y no yo a ellas. La lingüística no es mi especialidad, mas el universo de las palabras sí representa una de mis pasiones esenciales, a tono con la frase de Samuel Johnson quien afirmó que el lenguaje arropa al pensamiento, en su gran diccionario del idioma inglés. De alguna manera, de pronto coincido con estas formas tan hermosas de expresar nuestro dulce idioma y no me queda más que rendirme ante ellas. Esta vez sucedió en dos tiempos: mi hija se vino a trabajar a Nuevo México en 2019 y mi yerno encontró el diccionario en la mítica venta de usados en Albuquerque y lo compró para mí, de seguro pensando que así me mantendría entretenida, pues en algún momento le conté que de niña había leído buena parte del Diccionario Larousse Ilustrado. Como ejemplo de las maravillas contenidas en esta obra, basta citar el uso de la jota en vez de la hache o de la efe en palabras como “jumo”, por humo; “jervir” por hervir o “jui” por fui, característica propia del español medieval.
Cobos señaló en un artículo de la agencia EFE que al vocabulario de Colorado y Nuevo México “se le añadieron palabras indígenas (principalmente de la lengua náhuatl, hablada por los aztecas y otros pueblos mexicanos prehispánicos) y luego anglicismos”. Esta antiquísima ruta de comercio que se estableció desde Albuquerque hasta la ciudad de México es ahora parte del sistema de carreteras interestatales de los Estados Unidos y está llena de nombres en español para los lugares geográficos, las ciudades, las plazas, las calles, las iglesias y algunas escuelas por donde pasa. Y para muestra, estos botones: montañas Sandía, montañas La sangre de Cristo; ciudades como Santa Fe, Ratón, Las Cruces, Trinidad, Pueblo; ríos como Colorado, Río Grande, Las ánimas; pueblos como Durango, Pagosa, Salida, Chaparral, Los Lunas, Los Duranes; condados como Doña Ana, Río arriba y Socorro; barrios como Buena ventura, La cuesta, Los griegos, Pajarito, Vista encantada o Loma colorada. La lista no se acaba. Uno de los usos que me encanta de los descubiertos aquí es el de “callejero”. Se refiere a la lista de calles y avenidas de la ciudad, como en “Callejero de Nuevo México” y no a la persona que le gusta callejear, una definición poco usada en nuestro medio. En otra oportunidad, voy a referirme a la riquísima literatura de esta parte del mundo que se nutre tanto del español medieval, como de los idiomas de los Navajo, Apache, Suni y, por supuesto, del inglés. ¡La palabra en todo el ejercicio de su posibilidad!
Músicos hispanos en Nuevo México.
En la actualidad, de acuerdo con los datos del último censo de Estados Unidos disponible en la red, en los condados del norte de Nuevo México y del sur de Colorado, más del sesenta por ciento de los niños hispanos tienen el español como lengua materna y adquieren el inglés durante su escolarización primaria, por lo que es inviable que en esta parte del país se imponga un mandato tan arbitrario como el de English only, que se ha sugerido en los últimos tiempos como política en esta llamada Tierra de la Oportunidad. Y esta situación de carácter demográfico y lingüístico sucede también en algunas partes de California, según me han llegado noticias.
Mi maestro solía afirmar que para que una variante lingüística se consolide se necesita de varios requisitos, además de su uso oral: una expresión escrita, un diccionario y una literatura. Aquí, como en otras regiones a las cuales me he referido, los periódicos, la poesía y la narrativa consolidan estas maneras de expresión. Sigo leyendo y explorando. Descubriendo y suspirando. ¡Cuánto hubiéramos compartido con mi maestro si aún viviera! Aun así, mis incursiones y mis hallazgos en la literatura y en el lenguaje a menudo se los dedico a él, un portento de ser humano que no conoció el egoísmo a la hora de enseñar.
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