Yo también, como tú, desterrada,/ de la plácida Bética hija,/ El destino de América fija/ mi existir de amargura y dolor.
Josefa García Granados
Carlos Wild Ospina en los años treinta lamentaba la estigmatización de los poetas en Guatemala. Y es clásica la frase de Alfonso Orantes sobre las tres alternativas para los poetas del país: encierro, destierro o entierro. Recordemos la dictadura de Ubico:14 años de ausencia de la libertad de expresión, fusilamientos sumarios y eliminación de las garantías. En el libro El dictador y yo escrito por su secretario privado Carlos Samayoa Chinchilla, se consigna de que el general odiaba a los escritores. José Castillo en unas líneas sobre Ubico se pregunta: “¿Cómo se puede añorar una época de represión? ¿Tan poco exigimos los guatemaltecos por tener calles limpias y seguras?”
Luis Eduardo Rivera en su libro Tierra Adentro resalta lo que llama con fina ironía “la tradición del exilio”. El destierro de grandes poetas de Guatemala incluye al mayor poeta latinista de América, Rafael Landívar, condenado al ostracismo en Italia donde escribió su Rusticatio mexicana, pieza máxima de la poesía en latín de la Colonia española en América.
El siglo diecinueve comienza con la expulsión del poeta y periodista Simón Bergaño y Villegas (1783-1828?), aunque nacido en Santander, España, hizo de Guatemala su segunda patria. Poco antes de su expulsión, Bergaño había entrado en abierto choque con el Capitán General de Guatemala, debido a un frustrado romance con la hija de éste. Además, sus escritos levantaban la indignación de los prelados y de las autoridades españolas. Sus poemas eróticos producen ronchas y ánimos de censura, por ejemplo las odas a La Rosa de Elvira. La rosa que lee entre líneas es el universo erógeno y genital de su amada lirica que bautiza Elvira.
¿Por qué la indiferencia de los criollos con Bergaño? ¿Por qué próceres, intelectuales e historiadores del criollismo consumada la Independencia no reivindicaron al poeta Simón Bergaño Villegas?
Una respuesta sería la osadía intelectual de Bergaño y Villegas que lo llevó a enfrentarse con las ideas y moral conservadoras de su tiempo. Artículos de Bergaño como Hermafroditas donde se resalta la igualdad biológica del clítoris y el órgano masculino fueron una bomba editorial en su tiempo. El poder colonial se valió de la judicialización perniciosa para deportarlo. Antecedente nefasto en Guatemala de utilizar las leyes para censurar y acallar la libre expresión.
Antonio José de Irisarri 1786-1868), había optado por emigrar a Chile por la misma época en que Bergaño era expulsado. Fue no solo un militar y político sino filólogo, narrador, periodista y poeta. Luis Cardoza y Aragón ha hecho un retrato escrito de Irisarri en donde resalta:
“No se dé ningún guatemalteco más guatemalteco y continental, más brillante y extraordinario que don Antonio José de Irisarri. Su vida es la de un coloso como aquellos del Renacimiento, que asume una época por su audacia, por su experiencia y sabiduría y por su genio satírico y polémico”.
Irisarri edita en 1867 su obra poética, incluyendo veintiséis fábulas en verso, un año antes de su muerte. Poesías, satíricas y burlescas, es publicada por una editorial de Nueva York, Hallet & Breen. Poesía satírica que sigue la escuela española fundada por Francisco de Quevedo y continuada Ramón de Campoamor, conocido por su aguda observación social. Irisarri se vale de la sátira como herramienta para cuestionar y desafiar las estructuras establecidas. Comienza la colección de sus poesías con una alusión crítica a los escritores y poetas de su tiempo que considera inferiores y alejados de los clásicos:
“En los tiempos obscuros de mi abuelo/ Eran pocos los hombres que escribían,/ Y aquellos estudiaban con desvelo/ Las cosas que tratar se proponían:/ Hoy escribe cualquiera su folleto/ Cuando apenas conoce el alfabeto”.
Termina con poemas donde hace constantes alusiones a la necesidad de la razón para el buen vivir, pregonando líricamente un discurso que parece haberse desprendido directamente de la Ilustración y no puede faltar el libre pensador que se auto confirma:
“Tengo yo mis opiniones/ No tengo, no, las ajenas/ Y sean malas o buenas/ Son mis propias convicciones/ Si yo opino como Opino/ Y he de opinar siempre así/ Lo contrario para mí/ Vale menos que un comino”
Ricardo Donoso, biógrafo chileno de Irisarri, lo critica por ciertos aspectos políticos, pero afirma que “los historiadores de las letras consignarán su nombre en las antologías.”
Un caso singular es el Josefa García Granados (1796-1848) nacida Cádiz, España, de madre guatemalteca y padre español. La familia se traslada definitivamente a Guatemala cuando Josefa, más conocida como Pepita, tenía quince años. Su hermano mayor Miguel llegaría a ser presidente de Guatemala con la revolución de 1871 y en sus memorias la describe como una crítica irreverente y dice de ella: “Pobre de aquel a quien le ponía la puntería!”
Pepita era lectora acuciosa y comenzó a escribir desde muy joven, combinando las formas del romanticismo con la sátira lo que la condujo a un exilio en Ciudad Real, México. Su pieza El Sermón sacudió a la pacata sociedad de su época por sus formas y contenidos de emancipación sexual de la mujer. Todavía se discute si lo escribió con Pepe Batres Montúfar o si esto es el aditivo de una visión masculinista. Cito un cuarteto:
“Y tú, sexo embustero y desaseado,/ ¿en qué empleas la flor que Dios te ha dado?/ Vírgenes tontas, con vosotras hablo,/ no sois ni para Dios ni para el Diablo”.
Helena Establier Pérez, de la Universidad de Alicante, España, considera que Pepita García Granados debe tener el lugar de pionera en la literatura femenina del romanticismo tanto en España como en América. Establier considera a Josefa García Granados como española por su nacimiento en Cádiz.
En la década de los treinta del siglo diecinueve, cuando aún en la Península las poetas románticas guardaban silencio, en América una española (Josefa García Granados) se atrevía a traducir a Byron, a hacer política a través de la poesía, a escandalizar a la sociedad de su tiempo con versos jocosos de explícito contenido sexual y a trasladar los usos románticos a la recién nacida lírica poscolonial.
Juan Diéguez Olaverri es el cantor del exilio guatemalteco en el siglo XIX, como lo había sido Rafael Landívar en el dieciocho. La poesía de Diéguez está llena de nostalgia y de reiteración por lo perdido que alcanza niveles de gran intensidad emocional dentro de una perfección formal:
“¡Oh, cielo de mi Patria!/ ¡Oh caros horizontes!/ ¡Oh azules, altos montes;/ oídme desde allí!”
El siglo veinte fue peor aún para los poetas. Comencemos con el destierro voluntario de María Cruz. Le hastiaba la homofobia y el patriarcado guatemalteco. Pasó su adolescencia y juventud en Paris donde se convirtió en una gran lectora de poesía. Hizo las primeras traducciones al castellano de Baudelaire y de Mallarmé. Era poeta y lesbiana. Murió lejos de su tierra cumpliendo tareas humanitarias en la Primera Guerra Mundial. Muy repetido es su poema Crucifixión del cual cito: “agoniza mi espíritu enclavado / sobre la cruz del Tedio”. Es sobresaliente que hayan sido dos mujeres guatemaltecas las que hayan hecho las primeras traducciones al castellano de la poesía de Byron y el romanticismo inglés (Pepita García Granados) y de Mallarme y Baudelaire y el simbolismo francés (María Cruz), hecho minimizado por nuestros académicos o simplemente ignorado.
Luis Cardoza y Aragón pasó más de 50 de sus 91años en su exilio mexicano. En su exilio se pregunta en un extenso poema ¿Qué es ser guatemalteco? En este poema puede leerse una propuesta identitaria colocada en la modernidad. También un cruce epistemológico con la dimensión social e histórica de Guatemala.
Jesús Gómez de Tejada de la Universidad de Sevilla considera que el poema de Cardoza es una autoafirmación identitaria enlazada con lo universal. Cardoza concluye el poema con un verso contundente: “Soy ciudadano de la Vía Láctea”. Gómez de Tejada refiriere al caudal de toda una época que el guatemalteco Cardoza vivió intensamente como ciudadano cosmopolita sin olvidar sus orígenes.
Hay una intertextualidad peculiar que Cardoza hace al final del poema, utilizando versos de El Relox de José Batres Montúfar, compuestos en octavas reales: “¡Oh patria! ¡Cara patria! disimula si tus llagas no baño con mi llanto.” A su vez, Batres había hecho una intertextualidad de Landívar y su conocida “¡Salve, cara Parens, dulcis Guatimala, salve!” Un siglo después, vino Miguel Ángel Asturias a retomar en un poema los versos enunciativos de la Rusticatia para aplicarlos a los sucesos del 54 en una fascinante intertextualidad:
“¡Salve, Guatemala del anhelo y de las alas rubias…/ ¡No veas! Las espaldas del hombre encadenado/ oculten la visión de las cárceles llenas, los muros/ fusilados, los caminos huyendo pavoridos”.
En el 54 se exilia la plana mayor los poetas y escritores guatemaltecos: Otto Raúl González, Carlos Illescas, Raúl Leiva, Alaíde Foppa y Luis Cardoza y Aragón en México. Jaime Díaz Rozzoto en Francia, Huberto Alvarado Arellano y Mario Monteforte Toledo en Ecuador. Melvin René Barahona, Manuel Galich y Miguel Ángel Asturias en Argentina. Como una paradoja, el ya mencionado triangulo para los poetas pregonado por Alfonso Orantes afectó también a éste que tuvo un largo exilio desde el 54 en El Salvador del cual nunca retornó. Presagiando su muerte escribió: “Errante, sin moverme, en mi desierto…”
El destierro, obligado o el auto decidido, no deja de marcar al desterrado. Asturias lo expresa en sus Letanías, aunque en un notable soneto, Ulises, plantea el dilema del anhelo y el retorno:
“Su esposa lo esperaba y son felices/ en la leyenda, pero no en la vida,/ porque volvió sin regresar Ulises”.
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