La gran novela del escritor mexicano Juan Rulfo Pedro Páramo fue considerada, no sin razón, por Jorge Luis Borges como una de las grandes novelas de la literatura universal, y a García Márquez le provocó la mayor y más honda impresión después de La metamorfosis de Kafka, como lo declaró alguna vez. Es una novela que narra el regreso de Juan Preciado a Comala por la solicitud que le hace su madre en su lecho de muerte para que le reclame a su padre Pedro Páramo, que fue un vez poderoso y despótico jefe del pueblo, lo que le pertenece. Sin embargo, cuando llega se encuentra un pueblo en ruinas y desierto en el que todos sus antiguos habitantes han muerto. Una murió por causas naturales, como Dorotea la alcahueta de Pedro Páramo, que le conseguía amantes ocasionales. Su hijo Miguel, el único que quiso, murió al caer de su caballo Colorado cuando iba de Comala hacia Contla. Susana San Juan, la única mujer que Pedro amó desde la niñez, murió en su casa después de padecer una larga enfermedad nerviosa que le provocó la muerte de su primer marido, el minero Florencio, y el abuso sexual que sufrió de su padre Bartolomé San Juan durante el tiempo en que vivió con él, después de enviudar en las minas abandonadas de La Andrómeda. Ella acepta la invitación de Pedro Páramo de ir a vivir con él en su casa, no tanto porque lo quisiera, sino con el deseo de escapar del dominio de su padre.
Bartolomé San Juan muere asesinado por órdenes de Pedro Páramo para eliminar el obstáculo que había impedido que su hija se fuera a vivir con él. Toribio Adrete, el atracador de bancos, también muere ahorcado por mandato de Páramo. Fulgor Sedano, capataz de la hacienda, muere igualmente de manera violenta al recibir un disparo por la espalda, al tratar de escapar del grupo de insurgentes. Eduviges Dyada, amiga de Dolores Preciado, y que sufrió el abuso sexual de muchos hombres de la población, se suicidó porque se sintió culpable sin serlo de haberlos sufrido. Y Damiana Cisneros, fiel sirvienta de Pedro Páramo y nodriza de su hijo Miguel, y durante breve tiempo también de Juan Preciado, murió apuñalada por Abundio Martínez, un hijo ilegítimo de Pedro Páramo que nunca reconoció, y después lo mató de la misma manera. Embriagado decidió matar a su padre por negarse a darle ayuda para sepultar a su esposa fallecida. Y porque sintió un gran resentimiento contra él por haberlo negado y desconocido como hijo.
©Juan Rulfo
Sin embargo, Pedro Páramo ya había muerto en vida después de la muerte de su amada esposa Susana San Juan. Dejó apesadumbrado y abatido el pueblo y sus propiedades al enterarse que sus habitantes celebraron por error una fiesta después de oír las campanas que anunciaban su muerte. Y con su partida, el pueblo también comenzó a morir hasta terminar en unas ruinas pobladas solamente por los espíritus de quienes habían muerto y, en el pasado, habían vivido en él.
De tal manera que cuando Juan Preciado llegó al pueblo para reclamarle a su padre lo que le pertenecía, solo encontró un lugar en ruinas habitado por las sombras y los fantasmas vivos de quienes habían muerto en los años en que Pedro Páramo había “reinado” en él. Son ellos los que continúan “vivos” y presentes en ese pueblo en el que un día nacieron, y después murieron violentamente asesinados, suicidándose o por motivos naturales. Sus espíritus fantasmagóricos son ahora los “nuevos” habitantes de este pueblo desolado y derruido al que llega el último de sus hijos vivos, Juan Preciado.
Este relato sobrecogedor solo lo podía escribir un escritor mexicano, un escritor marcado en su espíritu desde su nacimiento por el significado de la gran fiesta nacional de origen indígena del día de los difuntos, que los mexicanos celebran el 2 de noviembre de cada año. La inmensa mayoría cree que ese día los espíritus de sus familiares y seres queridos fallecidos regresan a su casa o al lugar donde nacieron, crecieron y vivieron para visitarlos, para reunirse con ellos de nuevo. Y para recibirlos con todo el amor y cariño que se merecen, se disfrazan, preparan una gran variedad de dulces en forma de calaveras y sus mejores platos de comida para festejar; fiesta que hacen pensando que esos espíritus están ahí presentes y “vivos” a su lado. Por eso, ese día los mexicanos no lloran a sus muertos sino, al contrario, celebran el regreso a sus vidas; regreso efímero que, sin embargo, constituye la prueba suprema de que los vivos siempre están unidos e integrados a los muertos festejando la vida misma como bien supremo.
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Juan Rulfo en su novela invierte radicalmente este proceso; en esto radica una de las claves de su originalidad. No son ahora los espíritus de los muertos los que regresan a su casa o al sitio natural en el que transcurrieron sus vidas. Al contrario, son los vivos, en este caso Juan Preciado, los que llegan a ese lugar en el que nacieron y vivieron hasta sus muertes. Y llegar ahí, no encuentra a personas vivas sino sus espíritus, o mejor, sus imágenes fantasmagóricas con las que habla y conversa. Pero aquí los vivos no celebran con una fiesta el regreso del espíritu de sus familiares muertos a sus hogares. Al contrario, los vivos, en este caso Juan Preciado, vive una pesadilla que le resulta incomprensible y aterradora cuando se percata de la verdadera identidad de los seres muertes que aparecen como vivos. Colapso psíquico que lo conduce también a morir en ese lugar derruido de Comala. Y muere escuchando las “voces y murmullos” de esos muertos que parecían vivos.
Con este hecho Rulfo tal vez nos indica que los muertos siguen viviendo entre los vivos en la medida que recreen sus rostros o recuerden o reconstruyan sus conductas. Pero, sobre todo, en tanto recuerden y escuchen sus palabras con los mensajes que comunicaron. Pues son las palabras del lenguaje que expresaron verbalmente, con sus voces, las que mejor identificaron sus espíritus. Es la voz con la que hablaron en vida con la que pusieron en evidencia la interioridad espiritual de su ser. Por eso esta voz no se apaga o desaparece con sus muertes. Sigue sonando en los oídos de todos aquellos que los conocieron y los escucharon en vida. Y aún en quienes que no los conocieron y escucharon su voz, si supieron de sus existencias, sentimientos y pensamientos a través de otros. Pues el sonido de sus voces sigue moviéndose y circulando a través de las voces vivas de los que repiten o reviven sus palabras que una vez pronunciaron.
Pero, además, este hecho literario nos recuerda algo más importante y significativo, a saber, que los seres humanos al morir no desaparecen del todo porque quedan vivos sus espíritus que se plasman en mensajes y enseñanzas lingüísticas, en proposiciones científicas y filosóficas, en textos poéticos y literarios, en obras de artes, en acciones valiosas, etc. Cada vez que los vivos quieran escucharlos o verlos, éstos regresan rápidos y prontos para ampliarles y enriquecerles sus propios espíritus, para renovarles sus vidas espirituales, tal como regresa el espíritu inmortal de Juan Rulfo al espíritu de cada persona que lea esta fabulosa novela; y tal como los mexicanos lo indican y expresan simbólicamente en su gran fiesta anual del día de difuntos.
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Ahora bien, García Márquez, quien quedó conmovido, como ya dijimos, al leer esta novela de Rulfo, aprendió también mucho de ella, tal como se lo dijo su amigo-escritor colombiano Álvaro Mutis cuando se la regaló para que la leyera. Fueron dos ideas principales que valoró especialmente, y que hizo suyas, pero ampliando, recreando y desarrollando originalmente su significado. La primera, la encarnada en el propio Pedro Páramo de que el deseo natural de vivir el amor que da felicidad es un deseo puramente ilusorio. Es un deseo que nunca se puede realizar porque el ser amado no corresponde a ese amor, y porque, además, su muerte impide definitivamente vivirlo. Y al no poderlo vivir, muere en vida, cae en el vacío de la nada al perder el motivo central que tenía para hacer posible esa vida. Este anhelo natural que encarna el personaje de Pedro Páramo encuentra siempre su negación en la muerte.
En Cien Años de Soledad, como en general en toda la obra de García Márquez, esta idea-imagen la encontramos plasmada en la vida de muchos de sus personajes imaginarios, pero, como ya dijimos, enriquecida y ampliada. O mejor, hace que esta idea presida de manera constante e implacable la vida de muchos de sus personajes, como si fuere una férrea ley de la naturaleza de sus vidas. Basta mencionar algunos breves ejemplos de esta gran novela.
Amaranta, hija menor de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, y de Pietro Crespi. Primero, Amaranta se enamora perdidamente de él. Pero, él no le corresponde porque se enamora de Rebeca, la hija adoptiva de sus padres, con quien se propone casarse. Entonces, Amarante se empeña en impedir ese matrimonio, inventando la noticia de que la madre de Crespi estaba gravemente enferma en Italia. Entonces, el joven viaja presuroso a su país para atender y acompañar a su madre. Pero pasa el tiempo, y Rebeca se casa con José Arcadio I. Cuando regresa Crespi a Macondo se entera del triste suceso. Amaranta procede a consolarlo, hasta que Crespi de fija en ella y se enamora, y le propone matrimonio. Pero, ella resentida porque no fue la primera escogida por él, rechaza su propuesta. Ante el segundo fracaso de vivir el amor, Pietro Crespi decide suicidarse.
La joven Remedios la Bella, por su parte, prefiere elevarse al cielo en cuerpo entero, desaparecer para siempre para no vivir el amor y negárselo a todos los que desean vivirlo con ella. Y Meme, quien logra vivir intensa y plenamente durante un corto tiempo encerrada en el cuarto de baño de la casa con Mauricio Babilona, muere en vida después que su madre Fernanda del Carpio, que le había prohibido vivirlo, los descubre, y le encierra en la casa bajo estricta vigilancia para que nunca más vuelva verlo. Y muere en vida porque su alma quedó llena de tristeza y melancolía, hasta el punto que decidió no hablar más, guardar silencio por el resto de su vida.
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La segunda idea que García Márquez aprendió de la novela de Rulfo es la encarnada en el personaje de Juan Preciado, quien regresa al lugar en que se nació para morir. En efecto, todos los miembros de la numerosa familia Buendía nacieron y pasaron sus vidas, como los padres fundadores de la dinastía José Aureliano Buendía y Úrsula Iguarán, o gran parte ellos, en su gran casa de la población de Macondo. Y, además, todos ellos sin excepción murieron en esa casa. Inclusive José Arcadio Buendía-hijo que murió lejos de la casa, pero que, sin embargo, la sangre de su cadáver recorrió todas las calles empolvadas de la aldea para regresar a ella, y quedarse para siempre ahí como su última morada.
El recorrido mágico de la sangre de este personaje que regresa al lugar de su nacimiento para fundirse definitivamente en él junto a sus familiares después de su muerte, se parece al recorrido que realiza Juan Preciado al regresar a la población donde nació para morir en medio y en compañía de los muertos vivientes que también habían nacido y muerto en ese lugar, y así reunirse con ellos como su gran familia. Pero también, tiene una importante diferencia porque el recorrido de regreso a la casa de la aldea que hace la sangre de José Aureliano Buendía-hijo es la expresión del deseo poderoso que tuvo en vida de morir en el sitio donde había nacido. Deseo que siguió vivo y presente después de su muerte en la sangre derramada de su cuerpo. Mientras que Juan Preciado regresa a su pueblo natal solo para reclamar a su padre lo que le pertenece sin saber que va a morir allí, y menos, sin desearlo. Pero esta diferencia no borra la presencia de una de las ideas centrales de la gran novela de Rulfo en la de García Márquez. Al contrario, lo que hace es renovarla y enriquecerla, como dijimos, a través de la vida de los personajes de su también imperecedera novela.
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