De joven no quise leer esta famosa novela de Herman Melville, publicada en 1851, no por su grueso volumen, sino por el tema de la cacería de ballenas que desde entonces me parecía un crimen atroz. Alguna vez la empecé, pero la dejé muy pronto, desalentada por el estilo que entonces me pareció muy rimbombante, y como digo, las aventuras de hombres aguerridos no han sido mi fuerte.
Tan comentado, citado y analizado ha sido este libro que me di a la tarea de navegar sus cientos de páginas y, en varias semanas, llegué hasta el epílogo, ese punto final en el que me quedo con una sensación de vacío, todavía apegada al ambiente de la novela, al ritmo de sus frases, al sentido del humor de Melville, a las citas de libros y autores (desde la Biblia hasta Shakespeare), a sus imágenes tan íntimas y poéticas.
Queequeng, Ahab, Tashtego, Stub, los capitanes, oficiales y marineros, el cocinero, el herrero, el carpintero, hombres de distintos orígenes, todos hechos a la mar en aquellos años de expansión capitalista, son antecedentes de la globalización que ha reunido a trabajadores/as de todo el mundo en los océanos y en tierra firme. Creo que podemos ubicar esta épica en el entorno marítimo donde se forjaron grandes capitales basados en la esclavitud y el trasiego de materias primas, esa forma de organización económica que algunos historiadores nombran como la hidrarquia.
Ismael, quien escribe en primera persona, es un personaje curioso, investigador insaciable y acucioso. Busca información en fuentes diversas, la relaciona, elabora. Es un cronista de primera línea que disfruta haciendo comparaciones eruditas. Lo percibo como un antropólogo que observa, describe y participa en los rituales de la comunidad -en este caso la de cazadores de ballenas a bordo del Pequod, el barco ballenero que zarpa de Nantucket con el propósito de dar caza a la ballena blanca-.
Los capítulos dan cuenta de las costumbres que se llevan a cabo en largas navegaciones que pueden durar hasta cuatro años: la vestimenta, las canciones, el paisaje, la comida, las emociones, los saberes. También contienen información sobre los cetáceos: el narval, la orca, las marsopas, los distintos cachalotes, la ballena de Groenlandia, el rorcual, la ballena blanca, sus atributos y características. Las descripciones sobre los mares de China, de India, del Sur, del Norte; los vientos, el sol, las tormentas son auténticas pinturas que nos permiten imaginar esos escenarios acuáticos tan extensos que parecen eternos.
Richard Basehart y Friedrich von Ledebur en la versión fílmica de Moby Dick, John Huston, 1956.
Uno de los personajes que para mí es central es Queequeg, nativo de una isla que no figura en ningún mapa, quien se nos presenta como un hombre confiable, cubierto de tatuajes, que demuestra ser un cazador valiente, experto harponero, “…contento con su propia compañía, siempre a la altura de sí mismo”. Las descripciones que el narrador hace de su relación, desde que comparten el lecho en un hostal donde se encuentran por primera vez, revelan que se sentía “misteriosamente atraído hacia él”. Describe con ternura esa amistad entrañable con el salvaje: “…yacíamos Queequeg y yo en la luna de miel de nuestros corazones, una pareja íntima y amorosa”. Más adelante dice: “hay que ver qué elásticos se vuelven nuestros prejuicios cuando el amor los pliega”. En este aspecto, Ismael se describe como un ser sensible, de amplios conocimientos, con disposición a la aventura.
Como aficionada que soy a las etimologías, a los idiomas, a las jergas populares y al saber común, disfruté el lenguaje y el estilo de Melville, los nombres de las naves, Jungfrau, Capullo de Rosa, Samuel Enderby, Bachelor, con sus respectivos rasgos. Hay capítulos dedicados a ilustrarnos sobre las partes del barco y las herramientas necesarias para su oficio: la estacha, las cofas, la cubierta, la corredera y el cordel, la cabina. Tengo mi libro todo subrayado porque son demasiadas las palabras maravillosas que quisiera conservar en mi memoria. También se agradece el glosario de términos que incluye al final.
Como hago siempre, busqué a las mujeres en este relato, y concluyo que la caza de ballenas no fue entonces un espacio donde ellas comparecieran, sólo, quizá, excepcionalmente. Cuando el autor menciona a las mujeres, se refiere a las madres, hermanas, hijas que quedaron en tierra, esperándolos durante sus largas travesías. Las escasas veces que nombra a una mujer es ¿qué creen? una anciana de muy buen corazón, y en otro escenario, muchachas de piel color oliva venidas de Polinesia, bailando con los marineros. También se vinculan las ballenas con las riquezas que su caza les reportaba a las reinas, y el uso que de sus costillas se hacía para contener las carnes de las damas europeas.
Moby Dick, la enorme ballena blanca con la frente arrugada y su gran joroba, es descrita como una pesadilla, un ser demoniaco, una bestia monstruosa, vengativa, devoradora de hombres. Leviatán. No obstante, también la reconoce como un ser mítico que “…se avistaba deslizándose a mediodía a través del mar azul oscuro, dejando una estela como la vía láctea, hecha de cremosa espuma salpicada de destellos dorados” cuyos chorros de vapor lanzados hacia el cielo se alcanzan a ver a gran distancia, gracias al desmesurado tamaño y volumen de su cuerpo que puede medir cerca de 25 metros de largo.
Una podría preguntarse por qué los hombres han intentado dominar la naturaleza, a todo lo viviente, sin importar las consecuencias. Me parece que la novela es una representación de cómo el sistema capitalista ha explotado a las personas y a la naturaleza, sin importar las consecuencias, y sin creer que el daño les pueda afectar de vuelta. La caza de ballenas, aunque vaya presentada como una serie de aventuras protagonizadas por hombres temerarios, es un crimen que a estas alturas de la historia debería estar absolutamente ausente. Asesinar con toda la crueldad a los animales más grandes que existen, parte de un sistema complejo de vida y que inspiran respeto y admiración, a cambio de obtener toneladas de aceite para lámparas, ambergris para perfumes, hueso de sus dientes y carne para los menús noruegos, es sin duda una muestra de lo absurdo que ha llegado a ser este “orden” de muerte que nos está llevando al abismo.
Las pocas veces que he visto ballenas y delfines han sido visiones impresionantes que me han conmovido para siempre. Imagino el horror de la madre ballena con su cría huyendo de estos barcos que año con año masacran a muchas de estas majestuosas hembras mamíferas del mar. Inevitablemente pienso en el trato que se les da a las mujeres humanas, a las niñas. La violencia patriarcal, en todas sus manifestaciones, sí es el Leviatán, ese monstruo destructor que es preciso eliminar.
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