Navidad resulta ser una fiesta ambigua. Desde sus raíces más arcaicas, cuando era la celebración del dios Júpiter entre los romanos de la antigüedad hasta el actual cristianismo múltiple. En Roma se intercambiaban regalos el 25 de diciembre, se comía y se tomaba aparatosamente. Una fiesta pagana que el emperador Constantino en el siglo IV recicló a cristiana. Se consolidó la idea que Jesús nació ese día, al mismo tiempo que se conservaron los regalos y las comilonas. Con el paso de los siglos la Navidad derivó hacia el consumismo. Una fiesta para mostrar el cariño y el amor a los seres queridos con muestras materiales, es decir, regalos. Para los que pueden comprarlos.
En diciembre, la ilusión de la Nochebuena se convierte para muchos en una catarsis social para paliar la violencia y la pobreza. Por momentos se olvida la falta de certeza en el futuro que padecen muchos guatemaltecos. El alma desnutrida se alimenta del instante porque el futuro es un artículo de lujo en Guatemala. ¿Cómo compensar la nostalgia navideña con la fe en un porvenir mejor?
El aguinaldo hace que la sociedad guatemalteca pueda tener un consumo extra de fin de año. El ahorro resulta impensable. Se consume lo que se tiene y lo que no se tiene. Las deudas se pagarán en enero o no se pagan nunca, mas el aguinaldo está para gastarlo. O mal gastarlo. ¿Cómo pedirle a una sociedad deficitaria que ahorre?
Los símbolos culturales extranjeros borran el sentido cristiano de las fiestas navideñas. Cada vez más, las tradiciones navideñas en América Latina, que incluían misas de gallo, nacimientos y comidas criollas, han sido opacadas por la epifanía cultural de los Estados Unidos: “¡América para los americanos!” Se trata de la Navidad del buen gordo con su vestido rojo, su barba blanca y su trineo jalado por renos donde lleva los regalos a los niños del mundo. El pavo comenzó a desplazar a los tamales. Y dentro de la gama de regalos, un cambio total del inventario. Disminuyeron en importancia el trompo, los cincos, las matracas y tomaron lugar los juguetes importados de baterías ahora a su vez desplazados por los juegos electrónicos. ¿Y los libros?
En una calle del centro histórico de la Ciudad de Guatemala trata de vender algo un hombre disfrazado rudimentariamente de Santa Clos y de facciones indígenas que apenas esconden su postiza barba blanca. De pronto, se oye desde un almacén una marimba que interpreta Jingle Bells y yo imagino güipiles con trineos tejidos y hasta renos en lugar de quetzales.
¿En qué país estamos? Una capa pegajosa de aculturación norteamericana se ha imantado y unido a la poderosa influencia mexicana. Dentro de las clases altas y un sector amplio de la arruinada, timorata e insegura clase media urbana, la gente celebra el último jueves de noviembre el día de acción de gracias (thanksgivning) a la pura usanza norteamericana, con oración y pavo. Para no hablar del Halloween a finales de octubre. Incluso el antes discutiblemente criollo chirivisco y el Nacimiento han comenzado a ser substituidos por pinabetes importados o de plástico.
¿Existe conexión entre el sueño americano de miles de migrantes y las navidades agringadas en Guatemala? La navidad remite a una especie de utopía, aunque sea dentro de parámetros paganos. El sueño americano se está inculcando desde la cuna a los guatemaltecos. Santa Clos es parte de ese sueño para la infancia chapina. Lo bueno procede del norte, de un país con nieve y trineos, con abundancia, con la magia de la coca cola como reza la publicidad. Y la gente pobre puede soñar, quiere imaginarse que es posible una vida mejor saliendo de su país en una aventura altamente riesgosa.
La identidad nacional guatemalteca es porosa, fragmentada, una mezcla llena de santa closes y cadejos, de supercherías coloniales, de racismo y de teléfonos celulares. Guatemala es contrastes, antagonismos, divisiones. Pero nuestro pasado siempre está presente, quiero decir las estructuras de la pobreza, la discriminación y exclusión, la corrupción gubernamental, la violencia en sus formas excesivas, el infanticidio, la desnutrición, el maltrato a las mujeres y las carencias sanitarias.
La Navidad es cada vez menos una fiesta cristiana. Es trabajo ocasional para muchos y diversión para otros. Miles de niños y jóvenes pueden “trabajar”, exponiéndose entre el tráfico. Las ventas del sector informal superan probablemente las del formal. Nadie sabe la cantidad de contrabando que se está vendiendo en las calles y las formas semi esclavas de trabajo impuestas a los vendedores ambulantes.
El árbol del Obelisco será un referente obligado para los adultos del futuro, más que los nacimientos de Catedral y otros lugares tradicionales. Además el símbolo cervecero del gallo ha suplantado a la estrella de David. El consumismo incluye una exacerbación de las bebidas alcohólicas, con sus trágicas consecuencias. La navidad chapina recuerda más a la fiesta pagana de Júpiter, cuando los antiguos romanos se dedicaban el 25 de diciembre a intercambiar regalos y a emborracharse hasta ver a dios.
Mas diciembre se traga las mentes. Nos hace buscar raíces y reciclar memorias. Ojalá que nos llevara más por los caminos de la solidaridad. Y pensar en la estrella que hace dos mil años guio a unos reyes sabios a postrarse ante un recién nacido, hijo de un carpintero, en un establo donde los pobres y los seres sencillos del mundo vivieron por primera vez la Natividad.
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