La maravilla contemporánea en tiempos de la fugacidad digital, es que el acervo cultural de la humanidad presente en la creación literaria se encuentra libre en la biblioteca universal, solo hay que saber buscar, navegar, preguntar, buscar. Las visitas frecuentes a librerías dan gusto, porque caminamos entre las mesas viendo lo que está expuesto, paladeando novedades o descubriendo en el fondo alguna sorpresa. Pero las estanterías físicas son limitadas, lo que no ocurre con la lectura digital, para lo que falta tiempo.
Esta semana, por ejemplo, busqué en las redes las Memorias de una prisión de Rafael Montúfar, que se publicó en 1917 en Nueva York y que entiendo fue mandada a destruir hasta las placas y quemado los ejemplares disponibles, pero algunos circularon. Una copia fue a dar a la biblioteca de Harvard. Aparentemente no se volvió a publicar, pero Google tiene un fondo no comercial donde fui a dar con la copia escaneada.
Y me dediqué a devorar la narración de lo vivido por Montúfar en prisión, desde el 20 de abril al 31 de julio de 1908, luego del atentado fallido de los cadetes que dispararon a Manuel Estrada Cabrera en el Real Palacio. La misma noche, llegaron los policías del dictador a conducirlo a la cárcel como sospechoso de ser parte de la conspiración, rompieron la puerta de calle e ingresaron a la fuerza, dirigidos por Jorge Galán y un español de nombre José Casado, a quien apodaban “Pepe, el tranquilo”, empoderado por la autoridad, que excusó sus acciones prepotentes con una explicación clara y contundente: “Yo entro al cielo y bajo al infierno si se me da la gana”.
Fue conducido a un calabozo de piedra, donde hizo uso de su pañuelo para apoyar el sombrero que le serviría de almohada, y se negó a comer al día siguiente las tortillas tiesas enmohecidas y frijoles rancios, con hambre y apenas el agua que bebió de la pila donde lo dejaron agacharse un instante de camino.
Lo trasladaron luego a dos cuadras de su casa de habitación, y pidió que le enviaran de su casa la comida, pero al principio no aceptaron, porque para los reos políticos ni ropa ni alimentos. Narra los interrogatorios, los nombres de las demás víctimas con quienes compartía experiencia, incluyendo al ex presidente de Honduras Juan Ángel Arias, así como lista a los funcionarios que se prestaban a los abusos y a los torturadores que apaleaban a los presos. Y la fuerte impresión que significó enterarse de los fusilamientos que se iban sucediendo. El listado de nombres de quienes pasaron por los interrogatorios y tortura, testimonia lo que le sucedió a los ancestros de tantos guatemaltecos que viven hoy sin saber lo que sufrieron ellos.
Más adelante, les llega la noticia de que van a empezar a regresar a sus casas a los considerados inocentes, y el mandatario les manda un mensaje: “que se vayan a trabajar por sus familias y que no se metan en lo que no les importa”.
Su entrevista con Estrada Cabrera no tiene pierde, allí relata frases memorables como: “Estoy sobre un volcán: lo sé; pero no retrocedo”, o “Aquí no hay garantías, se hace únicamente lo que yo mando”, y cuando le advierte que lo va a mandar al Gallito, expresión utilizada para referirse al cementerio.
Pero hay que leer el libro, porque es un testimonio sabroso y asombroso, que nos descubre señas de identidad.
Montúfar escribió el libro en 1911, ya viviendo en Nueva Jersey, y se publicó en 1917. En la actualidad está disponible gratuitamente en la biblioteca universal.
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