Madres guerrilleras

Con 'México 1986' parece que César Díaz estuviera construyendo una saga de las vidas de una niñez que vivió silencios, pérdidas, exilios, separaciones y que hoy habita un mundo donde la revolución quedó lejana y existen otras amenazas.

Ana Cofiño

noviembre 17, 2024 - Actualizado noviembre 16, 2024

La más reciente película del director César Díaz, México 1986, es otro paso adelante en su luminosa carrera como cineasta, precedida por su opera prima, Nuestras Madres, premiada en el festival de Cannes con la Cámara de Oro en 2019. Con esta nueva cinta, un thriller de época, el director presenta una obra íntegra, en el sentido de sostener su calidad estética, en coherencia con el tema político de la maternidad en tiempos de guerra.

A lo largo de la historia que conocemos, poblada de invasiones, guerras, abusos de poder y resistencias, los grupos oprimidos han encontrado formas de sobrevivencia y de continuidad en las luchas por justicia. Aplica lo que decía el joven Oliverio Castañeda en los años setenta: “Mientras haya pueblo, habrá revolución”, es decir, buscar el bienestar, organizarse para protegerse, o armarse para defender territorios, es de humanidad. Eso fue lo que llevó a miles de personas en todo el continente a incorporarse a organizaciones políticas que promovían cambios estructurales de fondo.

Esta película, cuyo núcleo narrativo gira en torno a las consecuencias que tuvo para las mujeres involucradas directa o indirectamente en organizaciones político-militares y concretamente, para el personaje central, interpretado por la actriz francesa Berenice Bejo, quien encarna a una joven guerrillera guatemalteca exiliada, militante clandestina, cuya opción revolucionaria se vio afectada por la maternidad. 

La historia sucede mayormente en casas de seguridad en la ciudad de México, donde la compañera convive con su pareja y el niño que no se acopla a la forma de vida de su madre, quien lo dejó siendo un bebé en brazos de la abuela. Las escenas transmiten la tensión que el peligro de ser atrapados genera. Hay agentes de inteligencia siguiéndoles los pasos para exterminarlos, amparados por sus pares mexicanos. El cerco se va cerrando. Los latidos aumentan su ritmo. Se oye respirar en el cuello a la fiera hambrienta.

La película incorpora en su relato experiencias que se hicieron comunes en los años de la mayor violencia ejercida contra las organizaciones y personas sospechosas de “ser comunistas”, consideradas por la política de seguridad nacional como el enemigo interno. La crueldad extrema fue un rasgo que el ejército puso en práctica hasta extremos inimaginables. Las amenazas, los asesinatos ejemplares, los mensajes anónimos fueron parte de esa estrategia de terror. De otra parte, el espíritu de entrega, de sacrificio, de convicción revolucionaria, llevó a cientos de jóvenes a abrazar la causa de la justicia social, con los efectos que son de conocimiento público.

Nos preguntamos si esta historia está basada en la realidad, y la respuesta es sí, desde luego, pero no es LA realidad, es una interpretación que tiene muchas caras. No hay un relato único, sino es la síntesis de muchas experiencias repetidas que sucedieron en el continente. Recientemente leímos la investigación Maternidades interrumpidas, realizada con ex combatientes salvadoreñas, donde encontramos dramas similares en los que la maternidad se constituye en un obstáculo que marca las vidas de abuelas, madres e hijas.

Aunque ésta sea una ficción cinematográfica, es un reflejo, un recuerdo o una elaboración artística que, en el caso del cine, está constituido por varios elementos: el guion, la actuación, las locaciones, el sonido, la fotografía, y al final, el conjunto que vemos en pantalla en un abrir y cerrar de ojos. El juicio del público es otro aspecto estrechamente vinculado: la crítica tiene la función de ampliar las interpretaciones, de agregar elementos, de nutrir la obra.

Lograr un resultado óptimo en una película requiere de coordinación, eficiencia, armonía, además de recursos materiales. En este caso, es interesante saber que los equipos que trabajaron en México 1986 estuvieron integrados por personas francesas, belgas, guatemaltecas, mexicanas y de otros países. Buena parte de la película fue hecha en Guatemala, aunque eso no se visibilice claramente en los créditos. Esto es así porque, al no existir en el país una Ley de Cine, ni instituciones locales que lo promuevan, no se puede hacer coproducciones internacionales, porque el país no ofrece condiciones para ser socio inversionista. Más de 15 años llevan impulsando la creación de dicha ley, sin que hasta hoy el congreso demuestre genuino interés.

El cine, como todas las manifestaciones artísticas, es un producto cultural de su tiempo y de su espacio. Tengo la impresión de que la generación de César Díaz está viendo hacia sus orígenes, buscando respuestas y recuperando hechos determinantes que marcaron sus vidas, las de su generación. Películas como Distancia, Gasolina, Asfixia, 1991, El silencio del Topo, Roza, etcétera, son parte del acervo que ha ido tomando peso como referente de un pasado reciente cuyas huellas son imborrables.

En nuestro caso, el de la generación que vivió la época más sangrienta del siglo pasado, de las mujeres y hombres que se comprometieron y estuvieron dispuestas a dar sus vidas por la causa revolucionaria, la película nos remite a cientos de historias en las que compañeros y compañeras eran secuestradas, torturadas, desaparecidas en números cada vez mayores, como consta en el Diario Militar. No podemos menos que pensar en otras madres, como Rosario Godoy de Cuevas, asesinada con su hermanito y su bebé; en doña Emma Theissen de Molina y su hijo Marco Antonio, desaparecido por el ejército, es inevitable pensar en las miles de vidas rotas por el odio y la voracidad. 

Con México 1986 parece que el director estuviera construyendo una saga de las vidas de una niñez que vivió silencios, pérdidas, exilios, separaciones y que hoy habita un mundo donde la revolución quedó lejana y existen otras amenazas. Es evidente que los años ochenta marcaron un hito en la historia del país y en nuestras vidas. Un parteaguas que distingue entre un antes doloroso, heroico, complejo y un después de postguerra que no logra dar el salto que convierta a Guatemala en el país anhelado. 

El largometraje tiene escenas de persecución, de balazos, de terror, bastante bien logradas y absolutamente creíbles. Comparadas con las fotografías de los diarios, los documentales y las descripciones de sobrevivientes de aquellos años, pensamos que son fieles a los sucesos, a las formas en que se actuaba. El marco del mundial de fut permite algún descanso de la paranoia, sin embargo, mi corazón se mantuvo apretado, con ganas de salir corriendo, casi pidiéndole a los personajes que abandonaran la lucha.

¿Qué fue de la chava?, ¿qué pasó con su hijo? Las historias que hoy vemos en el cine guatemalteco están hablando de eso: de la migración forzosa, resultado de la violencia extrema, del amor y la esperanza que mueven montañas, de las secuelas que siguen afectando a las nuevas generaciones. 

Felicito al equipo que consiguió llevar a buen término este proyecto que no sólo reunió a cineastas europeos y latinoamericanos, sino que presenta una versión de los sucesos que sacudieron a Guatemala durante décadas, que marcaron el fin de la guerra y el inicio de un periodo posterior, donde las consecuencias todavía están frescas.

Muchas personas siguen buscando a sus familiares desaparecidos, pese a la impunidad prevaleciente, los juicios contra los militares genocidas han puesto al descubierto las atrocidades cometidas. El arte, el cine, la literatura son acercamientos que, con intenciones claras u obscuras, contribuyen a implantar imágenes en las mentalidades colectivas. En este caso, nos queda grabada una historia familiar vivida por muchas personas. Por lo mismo, una historia común que es preciso conocer para que no se vuelva a repetir.

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