Lo sagrado y la violencia

Camilo García Giraldo

diciembre 22, 2024 - Actualizado diciembre 19, 2024

La Tumba de los Patriarcas está considerada uno de los lugares más sagrados del judaísmo y el islam. Foto: Wikipedia

Como se sabe los seres humanos de las sociedades tradicionales pre-modernas han creído con especial fuerza que existen ciertas cosas, objetos físicos naturales y/o artificiales, que poseen un carácter sagrado, es decir, cosas que están o se sitúan aparte del resto de las cosas que usan cotidianamente porque encierran en su interior un poderoso espíritu invisible e intangible al que consideran la fuente y el origen de sus vidas. De ahí que nazca en ellos el deseo de acercarse a esa cosa sagrada, de romper la separación, para integrarse y fundirse a ese espíritu superior que encierra, de llegar a ser uno con ese poderoso espíritu que da vida.

Pero, al mismo tiempo, les surge el deseo contrario de preservar esa separación, de mantener la distancia, por el temor de que el contacto físico haga desaparecer de esa cosa sagrada el espíritu que guarda. Es este segundo deseo el que tiene un peso mayor y determinante en la conducta de los hombres cuando están en presencia de una cosa que consideran sagrada. El temor de provocar la retirada del espíritu del objeto físico en que se encuentra, y al que le deben la vida, constituye el motivo central que marca sus conductas, y que los unifica en una comunidad.

De ahí, que, este deseo se convierte para ellos, al igual que el objeto sobre el que se proyecta, en un deseo “sagrado”, es decir, en un deseo inmodificable y absoluto. Los seres humanos sienten en su interior con gran fuerza la necesidad de cumplirlo en la medida en que sienten que sus propias vidas dependen de que efectivamente lo cumplan. Por eso si alguien, negando este deseo común, se atreve a tocar, alterar o destruir ese objeto sagrado haciendo desaparecer el espíritu que contiene comete una falta gravísima contra todos y cada uno de los miembros de la comunidad al eliminar el fundamento espiritual de su existencia.

Una falta que los miembros de la comunidad castigan con violencia, inclusive en ocasiones con la muerte, a quien la cometió; pues solo así creen que podrán reparar el daño ocasionado. Al hacer desaparecer a quien hizo desaparecer el espíritu dador de vida del objeto sagrado los miembros de la comunidad creen asegurar la posibilidad de que ese espíritu regrese a su seno, que haga de nuevo acto de presencia en el objeto en el que yacía. Este fenómeno fue constatado por Emilio Durkheim uno de los fundadores de la sociología moderna en sus estudios sobre las formas elementales de vida religiosa.

Este deseo arcaico-religioso de castigar con violencia a quienes han profanado algo sagrado de sus vidas se puede observar con toda crudeza en los miembros radicales de los grupos yihadistas musulmanes que proliferaron hasta hace pocos años en diferentes países y lugares del mundo. Es un deseo que sintieron, y seguramente sienten algunos de ellos, a pesar de que estos grupos han sido reducidos y en gran medida controlados por las policías de los países occidentales y por las acciones de ejércitos enemigos, como ha ocurrido con el llamado Estado islámico. Estado que forjaron, como se sabe, antiguos miembros del ejército iraquí que se apoderaron de un gran arsenal de armas dejadas por el ejército norteamericano a la retirarse del país que en poco tiempo han logrado el control de la parte norte del país y de un parte del territorio sirio aprovechando la debilidad del régimen de Bashar al-Assad provocada por la guerra civil con el propósito de construir un nuevo gran Califato de estilo medieval, que se sostuvieron con el control de una parte de la venta de los derivados del petróleo en la región de Irak y Siria, con los dineros que recibían de acaudalados millonarios musulmanes que respaldan su “causa”, y con los “impuestos” que le cobraban a la fuerza a la población de estos territorios que controlan.

Mezquita Foto: Wikipedia

Deseo arcaico-religioso que actualizaron, reforzaron y legitimaron con algunos preceptos de la religión musulmana a la que fervientemente pertenecen. Preceptos o mandatos de la Jihad o guerra santa que están consignados en su libro sagrado El Corán, y que fueron escritos por Mahoma. Pues al actuar con violencia creen que no solo castigan con “justicia” a los que han violado o profanado lo que sienten o consideran sagrado, sino también obedecen o cumplen estos preceptos de El Corán que también son sagrados. Preceptos que dicen: “Combatid por la causa de Dios cual conviene hacerlo. Él os ha elegido. No os ha mandado nada difícil en vuestra religión, en la religión de vuestro padre Abraham; os ha llamado musulmanes (que se entregan a Dios)”. (Corán, capítulo 22, versículo, 77). “Combatid en la senda de Dios contra los que os hagan la guerra. Pero no cometáis injusticia atacándolos primero, pues Dios no ama a los injustos”. (Corán, capítulo 2, versículo 186). “Matadles donde quiera que los halléis y expulsadles de donde ellos os hayan expulsado. La tentación de la idolatría es peor que la carnicería de la guerra. No les libréis combate junto al oratorio sagrado; a no ser que ellos os ataquen. Si lo hacen matadlos. Tal es la recompensa de los infieles”. (Corán, capítulo 2, versículo 187).

Estos preceptos religiosos musulmanes encierran dos graves problemas esenciales, como es fácil constatar. El primero, es que son de manifiesto contenido anti-ético porque niegan o contradicen de plano el espíritu del resto de los preceptos de la religión musulmana como los elementales 5 pilares en los que se sostiene -el de reconocer la existencia de un solo Dios Alá y de su profeta Mahoma, el de orar 5 veces al día en dirección a La Meca, el de dar limosna a los necesitados, por lo menos una vez al año, el ayunar durante un mes en el año y el de peregrinar a La Meca, por lo menos una vez en la vida-. Y, que, además, desconocen el derecho a la vida que tienen todos los seres humanos; el primer derecho humanos establecido por la Carta de los derechos humanos de la organización de Las Naciones Unidas. Derecho que obliga a todos a respetar la vida de cada uno de los miembros del resto de la humanidad, y que constituye una obligación ética fundamental.

Y, segundo, son preceptos, como ya dijimos, que constituyen una razón poderosa con los que en la actualidad estos grupos yihadistas han justificado para sí mismos las acciones violentas terroristas que han realizado contra sus “enemigos infieles”, y, que, en principio son todos los miembros cristianos o no creyentes de las sociedades occidentales, principalmente. Es decir, todos los “infieles”, los no creyentes musulmanes, así sean simples ciudadanos, son enemigos que se pueden o se deben eliminar físicamente, como en efecto así lo han hecho en muchas ocasiones.

Hoy, paradójicamente, los países occidentales encabezados por Estados Unidos, se han aliado con algunos de esos grupos yihadistas terroristas para derrocar el régimen de Bashar al Assad dándoles dinero y apoyo y reconocimiento político. Ahora no son más para estos gobiernos occidentales y los medios de comunicación a su servicio “terroristas”, sino rebeldes que legítimamente han desbancado un régimen que consideran dictatorial. Así, los antiguos enemigos a muerte se unen ahora, para sorpresa e incredulidad de muchos, para derrocar a un gobierno aliado de Rusia y de Irán, que son considerados como los principales y más peligrosos enemigos de Occidente y de la OTAN.  

Ahora bien, estos dos preceptos de El Corán desafortunadamente no han sido debatidos y criticados en los espacios abiertos y públicos de las sociedades musulmanes, de los países en que la religión musulmana es cultural e incluso, en el algunos, también políticamente hegemónica. Son sociedades que, por lo tanto, en las que no se ha llevado a cabo la crítica ilustrada de su religión tal como la realizaron varios intelectuales, pensadores y escritores en las sociedades europeas occidentales desde el siglo XVIII con respecto a la religión cristiana. Crítica que comenzó a socavar y debilitar la hegemonía cultural que había tenido la religión cristiana desde que fue declarada la religión oficial del imperio romano por el emperador Constantino en el siglo III d.C.

El Corán. Foto: Wikipedia

Pues seguramente si se hubiera dado el debate y la crítica pública de estos preceptos de la llamada guerra santa que hacen parte de El Corán mostrando el contenido claramente anti-ético que tienen, su pretendido valor normativo hubiera quedado fuertemente en cuestión para muchos de los creyentes. En el mundo socio-cultural de sus vidas hubiera quedada expuesto y señalado el carácter antiético de estos preceptos.

Y es que vale la pena recordar que las religiones monoteístas tienen en su seno mensajes y preceptos de carácter ético y moral. No son solo relatos e imágenes sobre la creación de los hombres y del mundo, sino también un conjunto de normas éticas para ordenar la vida de sus seguidores. El monoteísmo musulmán no es una excepción. Mahoma y los fundadores de esta religión fueron conscientes de la necesidad de darle un conjunto de normas y preceptos éticos, como en efecto lo hicieron con los 5 pilares que hemos mencionado. Pero como estaban convencidos que con el uso de las armas podrían imponer con rapidez y eficacia a otras tribus y pueblos el contenido de la nueva religión que habían creado, consideraron esas guerras que libraban como guerras santas. Y esos pueblos que, en su mayoría eran politeístas, los definieron como infieles enemigos en tanto se resistían a aceptar la “verdad suprema” de la nueva religión monoteísta que pretendían imponerles.

Pero, además, estos preceptos de la Jihad o guerra santa de la religión musulmana no son totalmente ajenos al judaísmo religioso monoteísta en el que se fundamenta originariamente su existencia porque la imagen que forjaron de Yavhé su Dios fue la de un ser cruel que castigaba con violencia a su pueblo, a sus hijos que había creado, y que creían y creen en Él, cuando pecaban, es decir, cuando desobedecían sus órdenes y mandatos normativos. El hecho de oponerse o desconocer su voluntad normativa suprema le daba todo el derecho de castigarlos con violencia, inclusive de matarlos. De tal manera que ese derecho que se atribuía para sí el Dios de los judíos fue sin lugar a dudas un derecho que Mahoma, quien conocía muy bien el contenido completo de su religión, se atribuyó a sí mismo como profeta de la nueva religión que creó, como alguien privilegiado y escogido por su Dios Alá para recibir los mensajes que le enviaba a través del arcángel Gabriel, y así escribir su libro de El Corán. El derecho de combatir y castigar con violencia a quienes eran “pecadores infieles”, a quienes no creían en el único Dios existente que él postulaba. 

Derecho de combatir y castigar con violencia a los pecadores infieles que se da en nombre de su Dios Alá, y que recuerda o renueva la imagen del anterior Dios de los judíos Yahvé que tenía ese mismo derecho, y que lo practicaba con frecuencia. Estos preceptos de la guerra santa son, entonces, en gran medida herederos de la imagen de este dios de los judíos. Mahoma aprendió de ese dios que era justo y correcto castigar o combatir con violencia a los “pecadores” que él asimiló o identificó con los “infieles”, con los enemigos de la religión que había fundado.

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