Literatura y filosofía, un caso

Así como Bergson ya no puede seguir tratando el tiempo como lo ha hecho la filosofía del siglo XIX, o sea, como tiempo histórico; así Proust tampoco puede narrar obedeciendo a la continuidad exterior (no del todo real) de las cosas, como lo ha hecho el realismo de Hugo o Balzac.

Rogelio Salazar de León

julio 7, 2024 - Actualizado julio 6, 2024

El libro de Marcel Proust tiene en su título la palabra recherche, el título completo en la lengua original es A la recherche du temps perdu, que en castellano ha sido traducido como A la busca del tiempo perdido.

El caso es que la palabra francesa recherche tiene el doble significado de búsqueda y de investigación; mientras la palabra búsqueda tiene una resonancia más literaria, la palabra investigación tiene una resonancia más científica; de modo que la enorme prosa de Proust es ¿una búsqueda o una investigación, a través de las palabras, que pretende llegar a dónde, a qué…? ¿…a lo literario o a lo científico…? ¿…a lo que se enuncia más como literatura, o bien, a lo que se enuncia más como ciencia…? Creo que, a estas alturas, luego de los trazos que ha dejado la obra proustiana y del calado e influencia que ha alcanzado, hay que decir que la referida palabra francesa recherche debe ser entendida, en este caso, más de acuerdo con sus resonancias literarias.

Sin embargo, las cosas no son tan fáciles ni la respuesta debería ser tan simple, porque Proust vivió en una época y en un escenario en donde las discusiones, no sólo científicas, sino también filosóficas tuvieron un enorme protagonismo; la llamada en Francia Belle époque abarcó el final del siglo XIX y comienzos del XX en la ciudad de París que, entonces, fue lo que bien pudo llamarse la capital cultural.

Además, hay datos anecdóticos, como que el filósofo Henry Bergson, quien ganara el premio Nobel de literatura en 1927 (ya cuando Marcel Proust había muerto), estuvo casado con Louise Neuberger que, a su vez, era prima de la madre de Proust; a propósito de lo cual se sabe que Proust buscó que Bergson leyese algunos pasajes de su obra, sin mucho éxito, toda vez que no hay muestra de que el filósofo se interesase en la obra del novelista o emitiese algún comentario en torno a ella.

A cambio, sí que puede suponerse y casi hasta asegurarse, que Proust conocía la obra de Bergson, quien era once años mayor y un personaje muy presente e influyente en la vida académica parisina, por esos años.

Bergson es un filósofo fino y sensible que recibe las potentes influencias de los grandes sistemas de pensamiento del siglo XIX, dentro de los cuales la historia ha tenido una presencia clara, de tal forma, todo ello confluye en su pensamiento para el tratamiento de temas atravesados por el tiempo: asuntos como la memoria, la duración, la continuidad, entre otros, y por encima del tiempo entendido como tiempo histórico.

En fin, sería largo y tedioso tratar de explicar aquí la filosofía de Henry Bergson; pero sí puede ser útil decir que, según su pensamiento, sólo se puede llegar a percibir la naturaleza de las cosas luego de su consideración y valoración temporal, el conocimiento de las cosas no consiste sólo en saber distinguirlas y diferenciarlas, porque la consciencia que conoce supone su duración, y esto les confiere a las cosas algo que debe ser entendido como una novedosa dimensión, que equivale a una nueva extensión; esto es muy importante, porque no consiste en una forma de ser de las cosas, sino en la forma de ser de las cosas.

De modo que la duración, les otorga a las cosas su forma de ser, es decir, su sucesión, su continuidad, lo cual, a su vez, sólo encuentra lugar en la memoria, en efecto, en la memoria del pasado: el recuerdo de lo que ha pasado en el afuera del espacio implica ya la presencia de un espíritu que dura y da continuidad.

Por su parte, Marcel Proust que, como lo más probable, ha leído a Bergson, lo ha hecho con un ojo literario, con el ojo de quien busca o investiga para narrar; Proust también está marcado por lo que ha sucedido y se ha hecho en el siglo XIX, pero como narración, como la gran tradición novelística decimonónica.

Así como Bergson ya no puede seguir tratando el tiempo como lo ha hecho la filosofía del siglo XIX, o sea, como tiempo histórico; así Proust tampoco puede narrar obedeciendo a la continuidad exterior (no del todo real) de las cosas, como lo ha hecho el realismo de Hugo o Balzac, por ejemplo; sin considerar a la consciencia.

Claro que eso no significa que Bergson y Proust hayan estado de acuerdo en todo ni, mucho menos como ha querido verse a veces, que la obra de Proust sea una calcada versión literaria de la filosofía de Bergson.

La sintonía de ambas obras es hija de la atmósfera que compartieron en el París de la Belle époque, y también de la lectura libre, distraída y parcial que Proust llevó a cabo de la obra bergsoniana; de acuerdo con lo cual, ambos: el filósofo y el novelista coinciden en que la memoria es el punto en donde somos lo que somos y el mundo es lo que es, el punto en donde el pasado nos encuentra, nos alcanza y nos atraviesa, ya sea como el narrador o el protagonista, ya sea como quien enuncia o quien es enunciado.

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