Los lanzamientos de novedades literarias en el mundo son en actualidad dominados por escritoras llenas de opciones interesantes, pero donde solo algunas destacan y sorprenden de manera extraordinaria, como ya lo hacían antes, por obras especiales o por un estilo que seduce, donde lo relevante es leer cualquier cosa que cuenten.
Entre las primeras está la imprescindible Nadine Gordimer (Sudáfrica 1923 – 2014), galardonada internacionalmente de todas las maneras posibles, incluyendo con el Premio Nobel en 1991. Entre sus muchas novelas sobresale La gente de July, obra en la cual logra resumir su preocupación por la condición de blancos dominadores y negros sirvientes, en un discurso que desnuda el asunto ético y su problemática. La vida en un rancho en la comunidad negra se va volviendo imposible. Los amos blancos terminan sintiéndose presos. July cambia cuando ya tiene el control de la situación, les quita el auto. Los alimenta y los domina. Los Smales están a favor de la rebelión negra, pero en el poblado están planeando apoyar al gobierno para expulsar a los comunistas y devolverle el poder a los blancos. Lo que daña toda la relación entre el criado y sus amos, es la posesión de las pequeñas cosas, el auto, la herramienta, la escopeta, y todo el asunto inmaculado de la dignidad. Leerla es asombroso y conmovedor.
No podría faltar la francesa Marguerite Duras (1914-1996), que con El amante conquistó al mundo, y fue figura revelación de su tiempo, con una serie de novelas cortas que obligaban a leer la siguiente y otra más.
Y no se diga la belga Amélie Nothomb (1966), cuyos libros breves son una delicia, particularmente Estupor y temblores o El sabotaje amoroso o Sed, entre muchas publicaciones, porque cada año aparece una pieza nueva, hilarante, llena de ingenio y soberbia, es una autora arrogante que deslumbra.
Y entre las segundas, las de las grandes obras que ponen en aprieto a sus autoras, porque volver a lograr un golpe de ese tamaño es casi imposible. Como es el caso de El último Samurai de la norteamericana Helen DeWitt (1956), una obra intensa, compleja, de marcas mayor, de largo aliento, que narra la historia de una madre estudiando y un hijo desesperado, aprendiendo idiomas muertos mientras explora los recovecos de la condición humana. Imperdible.
Y es el caso de la novela revelación de la mexicana María Fernanda Melchor (1982) que logró con Temporada de huracanes situarse en la vanguardia de su generación, y que es posible que no vuelva a repetir porque ya está condenada a buscar otros caminos o a guardar silencio, porque con una obra así ya no hace falta otra. Gran novela, fuerte, radical y al mismo tiempo tierna, con un candor que resplandece en medio de la negrura más sórdida. Ya se produjo una película, que no me parece lógico, porque el poder de la obra no reside en lo que relata sino la crudeza del punto de vista, con una voz agradable.
Y como un antecedente a todas ellas, está la genial Marguerite Yourcenar (1903-1987), que con su Memorias de Adriano marcó un punto de inflexión.
Las mujeres siempre han tenido grandes figuras, que se cuentan con los dedos, pero ahora comparten con ellas otras muchas voces medianas y pequeñas que no alcanzan su estatura, así como sucede con los autores hombres, que ha habido muchos pero muy pocos han logrado escribir una obra perdurable o madurar un estilo único.
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