La Puya, una resistencia digna

La Puya se constituyó como un lugar de lucha, de rechazo a los megaproyectos, un espacio político donde se organizó la búsqueda de justicia de manera pacífica.

Ana Cofiño

julio 14, 2024 - Actualizado julio 13, 2024

A mediados de 2012, nos avisaron que había una nueva resistencia cerca de la capital, donde muchas mujeres estaban participando, y entonces fuimos con mi colega Rosalinda Hernández a La Puya, en el camino de terracería que va de San José El Golfo hacia San Pedro Ayampuc, donde hacía pocos días se había instalado un campamento con el fin de detener la explotación minera en su territorio. Sabías que habías llegado porque una manta colgada de un árbol daba la bienvenida a La Resistencia, y usualmente había alguna patrulla de la policía o carros de las visitas. 

En la talanquera de entrada a la mina había otra pancarta que decía: “La vida vale más que el oro, No a la minería”. Allí construyeron una frágil galera donde usualmente había celebraciones religiosas y reuniones. Del otro lado de la calle tenían cocina de leña y un espacio para pasar la noche. La generosidad y la solidaridad abundaban. Siempre, siempre, hubo comida para todas las personas que estuvieran o llegaran de fuera. Y efectivamente, la gente empezó a concurrir a La Resistencia para ver con sus propios ojos cómo se lucha contra los poderosos, para acompañar y apoyar a gente que tuvo el valor de alzarse.

Desde 2005, cuando la minería de metales se extendió por el país, la información empezó a fluir y la población cobró conciencia de los daños a que estaba expuesta por esas operaciones que ofrecen traer beneficios al país, pero en realidad aprovechan la corrupción institucional para instalarse y explotar a su antojo, no sólo los minerales, sino el agua, indispensable para extraer los bienes de la tierra. Desde las evaluaciones de impacto ambiental hasta la obtención de las licencias, el procedimiento estaba viciado, era ilegal.

Para entonces los procesos comunitarios de consulta se habían reproducido por todo el territorio. La gente se organizaba, a partir de ponerse de acuerdo y consensuar mecanismos, y se echaba a andar el andamiaje para la consulta donde todas las personas deciden qué quieren y qué no. Tuve la dicha de ser testiga, como comunicadora, de varias consultas y considero que fue una experiencia viva de lo que esperamos de la democracia.

En este ambiente, La Puya se constituyó como un lugar de lucha, de rechazo a los megaproyectos, un espacio político donde se organizó la búsqueda de justicia de manera pacífica. No tardaron en llegar los antimotines a querer desalojar a la gente. Jueces, delegados de la Procuraduría de Derechos Humanos, funcionarios, diplomáticos y la prensa fueron testigos de la agresión y la violencia que emplearon para quitar del camino a la gente que, con su cuerpo, estaba defendiendo la vida.

A doña Licha la conocimos desde entonces, a ella y a don Álvaro Sandoval, a Yoli Oquelí, y a tantas familias que llegaban para apoyar la causa. Recuerdo las celebraciones de aniversario donde siempre había misas de varios sacerdotes, procesiones, vigilias, cantos, bailables, discursos, talleres, carreras y un sinfín de actividades de y para la comunidad. Allí se encontraron varias comunidades en resistencia de otros puntos del planeta y del país, líderes, personajes que contribuyeron a fortalecer a La Resistencia. No faltaron, por desgracia, los traidores, los orejas, los agentes represivos, los corruptos. Sin embargo, la gente ha sabido sobrevivir y continuar su lucha por llevar a cabo una consulta en la que decidan qué desean en su territorio. Eso es tenacidad y decisión.

Con el correr de los años, supe que doña Licha había estado escribiendo un diario desde que empezaron su lucha. Conversamos y ella nos permitió editar y publicar ese tesoro invaluable que hoy finalmente sale a luz, como un documento histórico para la posteridad y como un testimonio de la actualidad. Un relato de diez años por las sendas de la esperanza, de la justicia, de la fe.

Felisa Muralles Díaz nació en la aldea El Carrizal de San Pedro Ayampuc. Se identifica como Maya Kaqchikel y afirma que le gusta hacer el bien. Es defensora del territorio y de los derechos humanos. Con los cineastas de Ladilla Films, Pepe y Ameno, la periodista Lucía Escobar, Silvia Pacheco y yo, hicimos una amena entrevista en su casa, rodeada de milpa y árboles frutales. Resultado de eso, el libro tiene como preámbulo un texto en el que relata cómo fue su niñez, su incorporación a la lucha, su experiencia ante el Estado y los sueños que alberga para su comunidad.

Debo decir que doña Licha es buena mano para escribir, no sólo por lo mucho que produce, si no, sobre todo, por la transparencia de su relato, la exactitud de sus imágenes, el ingenio y el ritmo de sus palabras. Además de hacer un recuento del diario vivir en La Resistencia, nos regala con poemas de su inspiración que le agregan ternura y belleza al texto. Es importante decir que este es un diario, no una novela, no un cuento. Digamos que es una compilación de cuadernos donde se llevó un registro del acontecer político durante varios años. Aunque es un formato poco usual, a mí me enganchó desde el principio, algo tiene que emociona. La magia de lo genuino.

Para quienes se interesan por la vida política contemporánea, por la historia de los pueblos y de las mujeres, por la vida cotidiana de las comunidades, el libro Memorias de una resistencia pacífica. La Puya 2012-2023 de Felisa Muralles, publicado por Ediciones del Pensativo, es un objeto de memoria imprescindible. Una bitácora de viaje en pos de justicia, donde lo que mueve la nave es la dignidad.

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