¡Tiempos complejos! Los participantes de la pasada contienda electoral, ganadores y perdedores, han adquirido posiciones que resaltan lo difícil que es colaborar y coordinar cambios progresivos en una sociedad con tan distintas ideologías. El resultado de esta desunión es que se pospone la búsqueda de soluciones a serios problemas económicos, políticos y sociales del desarrollo nacional, en favor de una lucha de poder que, de uno u otro modo, nos pasará factura. De hecho, ya se perciben varias consecuencias de la falta de cuidado que reciben bienes públicos: infraestructura desplomándose, índices de capital humano precarios e inseguridad rampante; todo esto impacta negativamente las condiciones de vida de la población.
Entre redes, noticias falsas y calumnias conspiranoicas, ya se escuchan y se leen los insultos: “¡Ineptos!”, “¡Cobardes!”, “¡irresponsables e incapaces!”: Peyorativos clásicos de un mal perdedor que recurre a la intimidación para racionalizar su derrota. Los críticos de la administración actual intentan forzarle a salir de una posición precavida y desconfiada, pretendiendo sacarle ventaja a través de bullying político. Esta intimidación es inútil, ya que ignora la conminación de instituciones cooptadas. No es secreto que algunos ministerios, cómplices del estatus quo, mantienen su amenaza y monitoreo perpetuando, innecesariamente, la reserva de los victoriosos. Muchas de estas instituciones, serviles a intereses obscuros, están listas para utilizar sus monstruosos tentáculos legales por la más mínima falta y así, poner una denuncia vengativa que cancele las voluntades del pueblo y sus líderes democráticamente electos.
Incesantes vuelan los prejuicios: Los críticos indican que los victoriosos no pueden transferir la culpa ni excusarse por frenar el aparato estatal, altamente disfuncional. Según ellos, la fiesta debe continuar y el actual gobierno no puede ni debe justificar su inacción. Según ellos, la política acá no debe ser como el ajedrez, con estrategias, precaución y razonamiento. Según ellos, la política debe continuar como una chamusca desordenada en un campo enlodado en donde los árbitros están comprados. Acostumbrados a una gestión pública mediocre, los críticos responsabilizan a los electos por todo el subdesarrollo histórico del país y la ausencia perenne del estado, algo que poco los escuchamos reclamar a administraciones anteriores que “pitaban” a su favor.
La mal-información y el irrespeto siempre han sido un reto en sistemas democráticos. La crítica destructiva típicamente refleja al atrincheramiento ideológico y la radicalización de posturas que carecen de soluciones prácticas. Muchos lo tenemos claro: si para que los perdedores dejen de intimidar, la administración debe ceder ante la corrupción, es racional que continúe con la inacción. Los electos saben que, en este contexto, es mejor no hacer nada a hacer las cosas mal. Si los electos tienen la responsabilidad de velar por el bien público, la misma les excluye de aceptar que la única forma de hacer política sea a través de los canales sucios y vigilados por depredadores. Por otro lado, a los críticos, lo único que les interesa es su nariz y continuar, aunque sea indirectamente, manteniendo una cuota de poder en un estado cooptado que practica una política clientelar corrupta, ineficiente e injusta.
En la actualidad, es necesario invertir en bienes públicos de alta calidad que complementen procesos de industrialización veloces y corrijan las fallas de mercados que nos asedian, si es que hemos de aprovechar cambios de regímenes para desarrollarnos. Es conveniente construir el tipo de desarrollo que instituciones y actores retrógrados jamás han logrado. La intimidación es un intento de resistencia a estos cambios; es un intento de reafianzarnos a sistemas probadamente defectuosos, ya sean democracias corruptas o autoritarismos populistas. Si bien estas formas de reprimir el cambio son abusivas, opresivas y cansinas, también, en nuestra sociedad, promueven una cultura de miedo, agresividad e intolerancia alejada del liderazgo real, los derechos y la paz. Como dice el dicho, “si la mentira viaja ocho veces más rápida que la verdad, la verdad debe trabajar nueve veces más duro”. Debemos estar claros de quiénes son los verdaderos responsables del atrincheramiento actual: no son aquellos que, amenazados, aún intentan empujarnos a hacer las cosas correctamente, practicando una cautela forzosa; más sí los que usan la crítica destructiva, la intimidación y la trampa, buscando que la corrupción se prolongue y el progreso jamás se materialice.
Etiquetas:´Bienes públicos Conspiración democracia Economía Guatemala infraestructura José Gálvez Política Portada