“Si sirves a la naturaleza, ella te servirá a ti”. Confucio
Aristóteles consideró que la Ética es una disciplina filosófica que estudia las condiciones que deben cumplir los hombres para alcanzar el bien de la felicidad. Pues esta es el mayor bien deben lograr vivir en sus vidas; y la Ética les proporciona el saber indispensable que necesitan para alcanzarla y vivirla. Los seres humanos son felices cuando se habitúan a ser buenos y a ejecutar bien las obras que se les confían. Sin embargo, esta condición no es suficiente para serlo. Solo serán verdaderamente felices los que se dediquen a contemplar o conocer el mundo; solo si centran habitualmente en observar y conocer la realidad pueden verdaderamente ser felices. Es indudable que Aristóteles estaba pensando en sí mismo al definir la felicidad de esta manera, se estaba tomando como fuente ejemplar de esta concepción. Y aunque hoy no podemos considerar la actividad de observar o contemplar el mundo, la actividad cognoscitiva, como la única actividad que proporciona felicidad a los hombres, es sin lugar a dudas, una de las diversas existentes, que les abre esa posibilidad anhelada.
Ahora bien, en los tiempos modernos los hombres comprendieron, instruidos por los pensadores Ilustrados con Kant a la cabeza, que nadie puede ser feliz si no es previamente libre. O mejor, cada ser humano solo puede ser feliz a condición de que disfrute plenamente de la libertad de realizar las actividades que quiera, que broten de su voluntad soberana, como, por ejemplo, la actividad cognoscitiva que menciona Aristóteles, siempre y cuando esas actividades no perjudiquen, nieguen o limiten la libertad de los demás. Por esa razón el bien de la felicidad quedó subordinado al de la libertad, que se convirtió así en el bien supremo de la existencia de los seres humanos.
Sin embargo, el contenido esencial de esta Ética se ha quedado corto porque se refiere o se dirige a cada individuo por separado; es un saber normativo que ofrece las condiciones y las vías para que cada ser humano por sí mismo pueda alcanzar el bien de la felicidad porque desconoce u omite la existencia del otro o de los otros con los que cada individuo convive en un grupo social o en una sociedad. El contenido de la Ética se funda, entonces, en establecer un saber normativo que ordene las relaciones de integración y convivencia entre los individuos de una sociedad en el que todos tengan los mismos derechos y, en consecuencia, los mismos deberes. Desde los tiempos en que la Asamblea Nacional Constituyente francesa, reunida en agosto de 1789 al calor de la revolución, proclamó los derechos del hombre y del ciudadano, se inauguró un saber nuevo y fundamental en el horizonte cognoscitivo y político de la modernidad, el de que los hombres tienen derechos que los hacen iguales, o mejor, son iguales en un derecho primordial, el de la libertad. Saber que ya habían enunciado pensadores ilustrados como Rousseau. Y, por lo tanto, al reconocerlos formalmente en la carta de Constitución de su nuevo Estado, los revolucionarios franceses se lo reconocieron a todos los miembros de su sociedad. Y como cada individuo adquiere el derecho a la libertad, todos los demás adquieren por su parte el deber de respetar esa libertad.
Como se sabe, la Declaración de los derechos humanos de las Naciones Unidas en 1948 constituyó un formidable paso adelante. Además de la libertad, esta declaración reconoció como el primer derecho de todo ser humano sin excepción, el de la vida. Y después, el derecho a trabajar, y recibir educación y atención de salud, etc. El reconocimiento de estos derechos universales, convirtió esta Declaración en el fundamento de la ética moderna y actual. Ética que comenzó a sustentar las normas constitucionales de varios Estados. Y, al mismo tiempo, que debe regir las relaciones entre los miembros de sus sociedades. Y aunque este saber ético sobre los derechos de los seres humanos no ha sido incorporado todavía a la Constitución de muchos Estados, y estos derechos son desconocidos o violados por muchos Estados con sus acciones, el valor supremo de este saber ético no desaparece o se agrieta. Al contrario, continúa vigente en el horizonte cognoscitivo del mundo moderno como un saber que es imprescindible enseñar y aprender sin fin.
Ahora bien, así las cartas constitucionales de los Estados consagren y reconozcan estos derechos a sus ciudadanos, las relaciones reales que existen entre ellos no son simétricas e iguales. Sin bien, el reconocimiento formal de sus derechos es una premisa importante y necesaria en la posibilidad de reducir las desigualdades y asimetrías que existen, estas continúan existiendo en diferentes grados y proporciones. Es decir, siguen existiendo relaciones en las que una parte de esa sociedad tiene riqueza y la otra no, en el que un sector social vive en abundancia económica y el otro vive en la pobreza, en la que un grupo tiene y dispone de los medios de poder y el resto carece de ellos, en que un determinado número de sus miembros es preparado y otro es ignorante, etc.
Esta asimetría que caracteriza las relaciones entre los miembros de las sociedades, en especial las menos desarrolladas desde el punto de vista económico, significa que quienes carecen de riqueza, de poder y de saber no son iguales a los que poseen estos recursos, a pesar de la igualdad universal de derechos que formalmente se les reconoce a todos sin distinción. De ahí que este saber ético, si bien es muy valioso e importante para fundamentar la existencia de los Estados y ciudadanos modernos, no capta a fondo el sentido o significado de este hecho de la asimetría y desigualad existente entre los miembros de las sociedades.
Fue el notable filósofo Emanuel Levinas quien llamó la atención con énfasis en este hecho real, y, por lo tanto, en la insuficiencia de este saber ético de los derechos humanos para describirlo, analizarlo y comprenderlo. Así, los que carecen o han perdido los medios económicos y personales esenciales para sostener sus vidas con sentido humano auténtico, los Otros o El Otro, tienen por supuesto el derecho a vivir. Pero como carecen de los medios materiales y soportes humanos para hacerlo, este derecho pierde sentido, cae en el vacío. De ahí, entonces, que los que tienen los medios económicos y sustentos humanos para asegurar con sentido las condiciones de sus vidas, adquieren de hecho el deber ético de responder por esas existencias. Es decir, darles la ayuda económica necesaria y el apoyo humano-afectivo para que puedan vivir con sentido y dignidad hasta que logren sostenerse por sí mismos en el mundo. Y así superen, así sea en parte, el sufrimiento que los ha acompañado.
Son el huérfano, la viuda y el extranjero las personas que Levinas toma de la Biblia como claros ejemplos de El Otro, de todos aquellos que carecen o han perdido no solo los medios reales y materiales necesarios para conservar sus vidas, sino también a quienes les ayudaban de manera decisiva y natural a protegerlos y darles sustento económico y afectivo. Ellos representan a todos los seres humanos que se encuentran en una situación semejante de pobreza, vulnerabilidad, desamparo y soledad, llenos de carencias materiales y afectivas-humanas.
Ahora bien, en los últimos decenios, debido a los graves daños que los hombres están infligiendo a la naturaleza del planeta que habitan, se han comenzado a poner en evidencia los límites infranqueables de su existencia, con la cruenta realidad de la destrucción, como la contaminación venenosa del aire con gas carbónico y la disminución de la capa de ozono que impide la salida al espacio de los rayos ultravioletas del sol, que rebotan al tocar la superficie de la tierra, debido al uso que realizan en gran escala de la energía proveniente materiales fósiles; hecho que hace que estos rayos permanezcan en la atmósfera terrestre aumentado su calor; fenómeno que a su vez está generando graves trastornos físicos en el planeta como el deshielo progresivo de los polos, que está provocando el aumento del nivel del agua en los océanos, fuertes sequías, poderosos huracanes y tormentas que dejan muchos daños materiales e innumerables víctimas humanas, etc. O como la deforestación de bosques y selvas para convertirlas en tierras aptas para los cultivos agrícolas intensivos; destrucción que priva al planeta de la masa vegetal necesaria para reponer el vital oxígeno en la atmósfera y seca las fuentes de agua dulce o potable que necesitan consumir a diario.
Daños que podrán ser en poco tiempo completamente irreparables, y que por esta razón interpelan con gran fuerza a todos los seres humanos, a todos los habitantes del planeta, desde el anónimo ciudadano, a los pequeños y grandes empresarios hasta los poderes estatales y organismos internacionales para que se pongan en la tarea primordial de detener estos graves daños que le están ocasionando, tomando todas las medidas necesarias. Sobre la base de comprender o reconocer que los elementos básicos y universales de esa naturaleza en la que viven no son inagotables e infinitos, debido precisamente a que los están agotando y destruyendo con el uso masivo, continuo y gran escala de energías fósiles en las actividades productivas de las empresas, fábricas y factorías capitalistas; y con la tala indiscriminada y continua de los grandes bosques del planeta.
Esto significa que deben comenzar a tratar a la naturaleza y sus elementos básicos esenciales para sus vidas como un Otro, como si fuera un ser humano diferente y, al mismo tiempo, semejante, que les reclama con su rostro deteriorado y dañado responder por su existencia debilitada y vulnerable. Es decir, que les reclama con vigor darse un nuevo deber ético, el de protegerla y cuidarla con gran decisión y dedicación, implementando lo más rápido posible el tránsito al uso de energías limpias por parte de esas empresas, deteniendo la tala de los grandes bosques del planeta.
Pues, así como hasta ahora los seres humanos a través de la actividad de sus empresas e industrias han degradado y dañado la naturaleza exterior del planeta, en especial sus elementos universales básicos como el aire, el agua y sus fuentes, adquieren ahora la obligación ética esencial, cuando esos daños que les han hecho están amenazando sus vidas, de repararlos, cuidándolos y protegiéndolos. Pues solo si la naturaleza exterior del planeta, y, sobre todo, sus elementos básicos el agua-el aire- el oxígeno, y sus fuentes vegetales se preservan y renuevan, sus vidas naturales podrán seguir conservándose.
Los primeros filósofos griegos y occidentales, los pre-socráticos, sostuvieron que el aire y el agua son los elementos originales de toda la diversidad de entes de la naturaleza porque están presentes en todos ellos, porque son universales. Fundaron así la filosofía, al atribuirle con razón y sabiduría a estos elementos de la naturaleza la fuente o el origen de todo lo existente. Aunque, no son tan universales como pensaron en tanto no están presentes en los cuerpos o entes inorgánicos, sí lo están en todos los cuerpos vivos que habitan el planeta desde los organismos unicelulares hasta los seres humanos. Presencia que indica la necesidad absoluta que tienen de ellos para ser y existir, para preservarse vivos.
Los seres humanos, entonces, al asumir y cumplir este nuevo deber ético con estos elementos de la naturaleza que aparecen ante sí mismos como lo Otro de sí mismos, sentirán con razón que no solo le hacen un bien a esa naturaleza sino también a sí mismos. Un bien que les dará satisfacción y felicidad. Por eso la felicidad que buscan los hombres de manera natural alcanzar en sus vidas –la gran cuestión original de la Ética en la Antigüedad- pasa hoy en los tiempos actuales por el hecho de que se den este nuevo deber ético de cuidar los elementos esenciales de la naturaleza como un nuevo Otro de sí mismos, que ha emergido ante sus miradas con su rostro deteriorado y dañado por obra precisamente de la destrucción que la hacen permanentemente a la naturaleza vegetal del planeta, y por el uso continuo, y a gran escala en los dos últimos siglos de energías fósiles en todos los procesos productivos.
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