Por rasgos de inmadurez que aún no logro controlar, acepté comentar un sesudo libro del filósofo Marco Fonseca titulado La articulación posible. Principios gramscianos para una nueva política democrática, que se presentará el viernes 12 de julio a las siete de la tarde en la FILGUA. Confieso mi debilidad al no poder desdeñar semejante reto, sobre todo cuando de una lectura se trata. Advertido el autor de mis dudas, inicié la aventura de volver a leer a Antonio Gramsci, el comunista sardo que escribió sus famosos Cuadernos y decenas de cartas en sus largos cautiverios (1926-1935) ordenados por Benito Mussolini durante los años del fascismo en Europa.
El trabajo de Marco Fonseca sin duda merece reseñas académicas en las que se debatan conceptos y se entablen discusiones de alto nivel en torno a las articulaciones políticas y la democracia que él propone. Yo hice una relectura espontánea desde mi posición feminista sobre un teórico marxista cuyos aportes a la interpretación social son fundamentales. La definición de conceptos como hegemonía, subalternidad, autonomía y articulaciones son analizados y puestos al día por el autor, quien plantea nuevas posibilidades para la convivencia democrática. No digo más, porque me parece necesario que el libro sea leído y comentado por públicos distintos.
Desde hace más de veinte años hemos coincidido con compañeras feministas en torno a la necesidad de constituir una masa crítica, una comunidad transformadora que se identifique como sujeta política, con proyecto político propio, con rutas y cartografías para encaminarla, y con fuerza suficiente para llevar a cabo las propuestas deseadas. Este concepto nos ha posibilitado construir en colectivo una serie de propuestas para el conjunto de la sociedad.
La influencia de Gramsci en estas posiciones es innegable, y su visión sobre la subalternidad podría aplicarse a las mujeres en su papel de seres sometidos al régimen patriarcal hegemónico que, con su trabajo y vidas, le dan sustentación y continuidad. Es evidente el vínculo entre la concepción gramsciana de hegemonía, con el de patriarcado como sistema, que cubre todos los ámbitos de la vida, desde lo material hasta lo espiritual, con el objetivo de prolongar su dominación.
Las lecturas e interpretaciones de Gramsci han producido textos y discusiones prolijas. Es evidente que sus planteamientos siguen teniendo vigencia, pero es importante no aplicar mecánicamente sus observaciones como si fueran recetas u orientaciones políticas. Gramsci mismo nos alerta de no caer en la trampa de creer que las cosas son iguales siempre y en todo lugar. Él es consciente de cómo la historia y los personajes que la protagonizan, viven en una constante dinámica de relaciones de poder.
Antonio Gramsci (1891-1937)
He vuelto a leer algunas de las cartas personales que el exdiputado comunista envió a sus familiares y amistades desde la isla de Ustica y otras prisiones donde estuvo arrestado y condenado. Es notorio cómo los libros constituyen para él un madero al que aferrarse en esos cautiverios y aislamientos a los que fue sometido. En varias de esas misivas relata con orgullo la conformación de su pequeña biblioteca, misma que utiliza para dar clases y escribir la notable colección de ensayos reunida en los Cuadernos de la cárcel, obra que ha iluminado a varios autores y políticos hasta el día de hoy con sus profundas digresiones y sus sensibles observaciones sobre un mundo en transformación.
Pensar a Gramsci hoy en Guatemala puede remover ideas estancadas y abrir avenidas para la interpretación de una sociedad amenazada por el fascismo fundamentalista, por una cultura de la mediocridad y la violencia que encierra en sí misma elementos para su destrucción.
Para la construcción de una democracia auténtica, con libertad y justicia es necesaria una educación que promueva la libertad, el compromiso y la acción como responsabilidades políticas. La lectura, la reflexión, las discusiones son ejercicios sin los cuales no se desarrolla la potencia intelectual colectiva capaz de llevar adelante un proyecto social como el que muchas personas deseamos, y que gira en torno al cuidado de las redes de la vida y el bienestar de la población. Seguramente Gramsci estaría de acuerdo.
La figura histórica de Antonio Gramsci, así como la de muchos revolucionarios del siglo XX, es fuente de inspiración para quienes persisten en las luchas por la justicia, aún desde el exilio o la persecución penal. Su vida es una lección de ética y un ejemplo de consistencia y dignidad. Son muchas las razones por las cuales vale la pena leer el texto de Marco Fonseca y la obra de Gramsci. Una de ellas es la búsqueda de respuestas ante un país que se resiste a hundirse en el pantano de la corrupción.
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