Una feria del libro en Guatemala es un milagro del Señor de Esquipulas o del Hermano Pedro, aunque en el asunto, muy bien pueden haber intervenido la Virgen de Guadalupe y Maximón. Un espacio dedicado a los libros, a la cultura, a la reflexión, a nuestros autores, a las lecturas de poesía, a la música, a los encuentros entre amigos y a la literatura infantil, entre otras actividades, por modesto que sea, es digno de aplaudir. Dedicar esta plataforma a un migrante que ha hecho de Guatemala su hogar, un intelectual acucioso que se ha dedicado a estudiar la historia y la literatura guatemaltecas, como Francisco Pérez de Antón y darle el rostro de la poeta inmensa cuya voz trasciende las fronteras sociales y se encumbra en la belleza de su palabra, como Maya Cú resulta relevante y significativo en la condensación de nuestra identidad en construcción y en evolución permanentes. Como si esto fuera poco, la dedicación y el esmero de los participantes se refleja en la curaduría de sus espacios asignados, cada vez más acicalada y propicia para invitar a los lectores a revisar tanto las obras nuevas como los libros clásicos. De tal manera que, por donde se vea, esta feria refleja esfuerzo, perseverancia y buena voluntad.
¿Y qué decir del tema escogido para este año? La migración deviene un asunto esencial para nuestra sociedad y una base fundamental de la literatura de todos los tiempos. Muchos autores han escrito sobre los exilios y las migraciones, como John Steinbeck, Isabel Allende, Julio Cortázar o Roberto Bolaño; algunos otros han enarbolado su condición de migrantes para crear su corpus narrativo como Alexander Sozhenitsyn, Joseph Conrad, Vladimir Nabokov, V. S. Naipaul y Milan Kundera, e ilustran la manera en la cual esta época que vivimos nos obliga a todos a reconsiderar la idea de patria y de hogar, la noción de pertenencia y de sentido. En nuestro caso, obras emblemáticas de la literatura nacional han surgido de escritores en el exilio y ponen en evidencia la herida de la nostalgia y el cambio en la mirada que expresa la realidad del desplazamiento, desde Landívar, Irisarri, Gómez Carrillo, María Cruz y Asturias hasta Carlos López, Arturo Arias, Dante Liano, Arturo Taracena, Luis Eduardo Rivera, Jaime Barrios Carrillo, Luis Aceituno, Eduardo Halfon, Mónica Albizúrez y María Eugenia Gallardo.
Toda migración cuenta una historia. El relato de un desplazamiento geográfico hacia un lugar que no es el propio, por razones económicas, sociales, religiosas, políticas o de búsqueda personal, en el mejor de los casos. También, casi toda familia cuenta con un migrante o varios. En mi caso, la migración de mis bisabuelos desde Chiapas, en el tiempo de la revolución mexicana, marcaron mi destino; y mi hija, otra migrante, le echa ganas al suyo desde su vocación de servicio atendiendo las necesidades de salud –en muchos casos– de otros migrantes latinoamericanos radicados en Estados Unidos.
Cada migración cuenta una historia. Desde el Éxodo y La Odisea hasta las caravanas de centroamericanos en busca de una vida mejor. De manera individual o colectiva, cada uno de estos viajes inciertos hacia la Tierra Prometida da cuenta de pérdidas, de sueños truncados, de ausencias, de olvidos y de preguntas incesantes, pero también de descubrimientos, de hallazgos, de reflexión, de encuentros, de oportunidades y de respuestas insospechadas.
En las innumerables migraciones de los dos últimos siglos se pone de manifiesto lo que yo llamo el viaje del antihéroe, una jornada sin retorno de un personaje desplazado o rechazado por su sociedad. En esta apuesta no hay un llamado inicial a la aventura, ni deseo alguno por conquistar el mundo, sino el coraje fehaciente por salvar la vida y el impulso por llegar a la otra orilla de unas aguas que intentan ahogarlo –llámese Río Grande o estrecho de Gibraltar–. No hay umbrales que atravesar, a no ser los del hambre, los del pillaje y los de la humillación. Tampoco pruebas épicas para ser cantadas después por un juglar, más que las de viajar a lomo de La Bestia, navegar en las barcazas del infierno o atravesar a pie los ocres mares de un desierto despiadado. No hay retorno triunfal, no hay premios, no hay laureles ni esplendor. Lo que quedan son historias esenciales, humanas, sobrecogedoras, intensas. Y si no hay juglares para cantarlas como heroicas, por lo menos hay escritores con la vocación para hacerles la crónica a estas jornadas infinitas y recogerlas como testimonio de un tiempo extendido que se solaza en volvernos a todos un poco forasteros, incluso de nosotros mismos.
Analizar este fenómeno y el diálogo que se establece entre la vida y el arte fue un estímulo imprescindible para que la Filgua considere obligatoria la reflexión sobre sus causas y consecuencias, sus acciones y reacciones, su contenido y su forma, entre tantas otras aristas de los movimientos migratorios históricos y actuales en nuestra región y, por supuesto, su repercusión en la literatura que inspira y produce. Desde el lente de los estudios literarios, sociológicos y psicológicos, Filgua ofrecerá la oportunidad de conocer algunas interioridades y puntos de vista sobre este fenómeno y desde la Conferencia Internacional de Literatura Centroamericana Contemporánea –CILCAC– se abordará la migración desde perspectivas diversas. De esa manera, la Feria ofrecerá conversatorios y conferencias sobre la migración irregular, los movimientos migratorios internos, los escritores centroamericanos migrantes a lo largo de la historia, las repercusiones lingüísticas y el impacto económico de las remesas en nuestros países, entre muchos otros temas.
Por otro lado, la literatura infantil provee uno de los tesoros más hermosos que ofrece la Filgua 2024: el Códice peregrino de Vivian Mansour, del Fondo de Cultura Económica, un viaje hacia la realidad de los pueblos mesoamericanos de nuestra época, esos centroamericanos y mexicanos más desfavorecidos, descendientes en su mayoría de los pueblos indígenas, cuya única herencia es la pobreza y la marginación. Una verdadera oportunidad para expandir la reflexión sobre la migración hacia la médula de la sociedad: esas mentes niñas, esas sensibilidades en formación que sabrán comprender desde el corazón el dolor de esos padres que les anuncian a sus hijos, mañana nos vamos, sin mayores señas.
Pensar la migración nos permite la conciencia de sus múltiples aspectos, nos exhorta a expandir nuestro criterio y nos invita a ampliar nuestra sensibilidad ante el destino de los otros, ese que al final, también es el nuestro. Marcharse de un lugar significa perderse los cambios que se van operando en él, salir de la familiaridad de lo propio y muchas veces amado puede suponer riesgos extremos de racismo y hostilidad. Sin embargo, desenvolverse entre dos culturas también entraña búsqueda y encuentro, riqueza, aprendizaje y descubrimiento.
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