Normalmente, se afirma que en la naturaleza no hay justicia, o sea, habría que decir: en la naturaleza las cosas son como son y no como deberían ser.
De acuerdo con lo anterior, buscar o anhelar la justicia es un deseo por imprimir algo que hace falta, algo que no está; de modo que sostener: así son las cosas, no hay que tratar de cambiarlas, equivale a dejar que la ley de la naturaleza predomine; como si dijéramos, lo normal es que gobierne y se imponga el más fuerte.
Cuando se trata de la ley de la selva, casi que no tenemos problemas con esta postura, los problemas comienzan, al parecer, cuando de ahí se pasa al ámbito humano.
Desde la Grecia de la antigüedad, ha habido mucha incomodidad ante la idea de que se imponga la ley del más fuerte, de que sea la fuerza la que gobierne el porvenir y el destino de todos los hombres; muestra de ello es, nada menos que, la obra de Platón y de algunas de las formas en que el filósofo ateniense nos presenta a Sócrates, quien se empeñó en buscar, casi siempre, frente a los sabios de su tiempo, frente a sus contemporáneos conocidos como los sofistas, algo que fuese capaz de definir a lo humano o, para intentar decirlo con otras palabras, Sócrates se empeñó en buscar, a través de sus disputas verbales, qué podría ser aquello capaz de hacer devenir al hombre en humano, qué puede ser eso que lo distingue, que lo hace diferente, que lo define.
¿Hasta dónde debe llegar el hecho de que la naturaleza reclame el protagonismo…? ¿…en qué punto la naturaleza debe ser puesta en suspenso, para imponer sobre ella un orden…?
Uno de los mejores ejemplos, en donde Sócrates busca ese orden ante los sofistas está en un diálogo platónico llamado Gorgias que, por lo demás, es el nombre de uno de los filósofos más famosos y con mayor prestigio de la época.
Según se sabe, Gorgias era oriundo de Sicilia, de algún lugar cercano a Siracusa y Catania, se dice que durante su madurez y apogeo intelectual hizo un viaje a Atenas, en donde lógicamente es una especie de extranjero, por ello, es alojado por un amigo ateniense en su casa; este amigo es Calicles, quien al encontrarse con Sócrates, le cuenta que tiene alojado en su casa al famoso Gorgias, que ha viajado con su amigo Polo; así es como Sócrates, en primer lugar, se entera de dónde está Gorgias y, en segundo lugar, se interesa por ir a hablar con él.
Cumpliendo el papel de anfitrión, Calicles invita a su casa a Sócrates, para que allí se dé el encuentro entre él, el sofista Gorgias, Polo, el amigo de este último y el propio Calicles, que también participará en el diálogo; cuyo tema central o, al menos, inicial es la retórica, ya que del ejercicio de la retórica era de lo que Gorgias hacía más gala y de lo que estaba más orgulloso.
Una vez en casa de Calicles y presentados los interlocutores, comienza el diálogo que, como cabía esperar, inicialmente se da entre Sócrates y Gorgias a instancias del primero, que indaga al segundo sobre cuál es su oficio, a lo que Gorgias responde que la retórica; y una vez que es analizado el contenido de esta disciplina, se concluye en que la retórica no busca ninguna verdad, sino sólo la apariencia de ella y todo aquello de lo que es capaz la persuasión.
Al ver a Gorgias en aprietos, entra en escena y en su auxilio su amigo Polo, con argumentos como que es mejor tener el poder que no tenerlo, porque tenerlo proporciona el placer de hacer lo que se quiere, de cumplir los deseos, de hacer que los demás cumplan mi voluntad; luego de algunos vaivenes surge el asunto central: ¿es preferible cometer una injusticia o ser víctima de ella…? lo que dicho y plateado así, parece tener sentido, porque, a primera vista, la peor parte se la lleva el que sufre, el que padece, y la mejor parte el que gobierna, el que goza; sin embargo, apreciando las cosas más despacio, se puede ver que la injusticia es el mal, y simplemente, por ello, nadie puede ser más ruin, inútil, dañino y perjudicial que quien la comete.
De nuevo, al ver a Polo en aprietos, entra en escena el más colérico y visceral, este es el anfitrión, Calicles, quien inicia su participación con burlas sobre Sócrates, diciéndole, más o menos, que es un viejo ridículo, porque ha llegado a una edad mayor disfrutando de malabares verbales dignos de un circo de payasos, que disfruta volteando y confundiendo las cosas al enredar a todo el mundo con palabras; cuando lo claro y verdadero es que la razón es siempre la del más fuerte, porque es él quien dispone y tiene la sartén por el mango.
Sócrates se interesa por las acusaciones de Calicles y le dice, entre otras cosas: que lo importante y de lo que se habla, en definitiva, es de enfermedades del alma, y lo invita a que, por analogía, imagine a un enfermo del cuerpo, que tiene una enfermedad y el remedio para curarla, sin embargo, decide no tomarlo, eligiendo seguir enfermo; en realidad es el mismo caso del gobernante que, al hacer el mal, sabiendo que lo ha hecho, decide no arrepentirse ni corregirse, por lo que, llega a ser tan imbécil como aquel enfermo que decide no tomar su remedio para curarse y, por ello, seguir podrido en su enfermedad.
En fin, para dejar de lado las lecciones griegas y aterrizar el tema, quizá convenga preguntar ¿es preferible cometer una injusticia a sufrirla, o todo lo contrario…? Lo cual, a estas alturas del partido, jugando en la cancha en la que jugamos, viviendo donde vivimos y siendo quienes somos, equivale a preguntar, usted lector, ¿quién preferiría ser, Alejandro Giammatei o José Rubén Zamora…?
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