En los tiempos modernos, desde la obra filosófica de Giambattista Vico Ciencia Nueva, publicada en 1725, se sabe o se ha comprendido con claridad que la historia, que los sucesos y acontecimientos, son obra de la actividad de los hombres. Si bien para Vico existe una historia ideal dispuesta por la providencia, son los hombres con sus actos los que crean o producen los hechos de la historia; es decir, la realidad temporal de la historia es creada o producida por las acciones de los hombres, en especial la que denomina su tercera edad, la edad humana propiamente dicha, de carácter razonable y moderado, y que sucede a la primera, que llama edad divina, teocrática y sacerdotal, y después a la segunda, que llama edad heroica sustentada en la arbitrariedad y la violencia.
Esta tercera edad humana parece corresponder a los tiempos modernos, que se comenzaban a vislumbrar en los años en que Giambattista Vico escribió su libro, una edad en la cual se manifiesta con mayor evidencia esta propiedad de la historia que la distingue sustancialmente de la naturaleza. Y que ofrece a los hombres el privilegio de estudiarla y conocerla en su totalidad porque precisamente es obra suya. Pues Vico estaba convencido de que los hombres solo pueden conocer verdaderamente lo que producen con sus actos, verum factum.
Dice Vico: “El criterio de lo verdadero y la regla para reconocerlo es el haberlo hecho; por consiguiente, la idea clara y distinta que tenemos de nuestro espíritu no es un criterio de lo verdadero, y no es ni aun un criterio de nuestro espíritu; porque el alma, conociéndose, no se hace a sí misma; y pues que no se hace, no sabe la manera con que se conoce”.
Esta tesis de Vico se convirtió en un saber o principio básico para el estudio y la comprensión de los hechos históricos, como en el caso de Marx que la hizo suya para elaborar su concepción materialista de la historia, en especial, de su tesis de la lucha de clases como motor de esa historia. Es por esta razón que en los estudios históricos casi siempre solo se han mencionado y destacado a quienes han hecho algo en la realidad, a los que han forjado hechos, acontecimientos socio-políticos u obras científicas, técnicas y culturales, es decir, a los actores individuales y colectivos que han engendrado la realidad de la historia. Sus nombres, sus actos y sus obras quedan plasmados en los manuscritos y textos de la historia. Y así, se podrán recordar a lo largo del tiempo por las sucesivas generaciones. Son los nombres de quienes forman el conjunto del catálogo de la historia, y que perviven más allá de sus vidas.
Sin embargo, existe otro grupo importante y muy significativo de seres humanos que muchos historiadores han desconocido u olvidado de mencionar y presentar: el de los seres humanos carentes de medios de poder y de riqueza, que han sufrido las acciones injustas de quienes poseen esos medios. Es decir, el de las víctimas generalmente anónimas de la opresión política violenta, de las cruentas guerras o de la explotación económica. Son víctimas sin nombre no solo por su inmenso número, sino también porque se cree que no son actores creadores de la historia. Pero esta es una falsa comprensión de la historia. Pues en realidad estos grupos humanos también han contribuido a forjar los hechos y las obras de la historia, así sus nombres e identidades no aparezcan. Y lo han hecho a través del trabajo colectivo con el que ha creado y crean una gran variedad de obras culturales, técnicas y cognoscitivas y formas de organización social. Y también por el trabajo que realizan produciendo los bienes y la riqueza material de las sociedades, así haya sido en condiciones infrahumanas muy injustas. Son una multitud de seres humanos anónimos y sin identidad, que sin embargo han contribuido con sus labores a forjar hechos y las obras de la historia.
En los últimos tiempos ha sido el notable escritor e historiador uruguayo Eduardo Galeano quien se propuso rescatar del olvido a estos actores anónimos de la historia. Así en sus libros y narraciones históricas, como Espejos, Memorias del fuego o Los hijos de los días, Eduardo Galeano se propone no solo ofrecernos un conocimiento sobre un conjunto de sucesos y personajes significativos de la historia sino también y sobre todo hacerles justicia. Justicia que consiste en restarle el valor humano a los personajes del poder que han cometido actos injustos y en contraposición darle ese valor a quienes, ignorados y desconocidos, han forjado bienes valiosos para sí mismos y para los demás. En efecto, muchos personajes poderosos pierden valor y calidad humana, que es el único valor importante, relatándonos las acciones injustas que cometieron. Así, por ejemplo, la reina Isabel la Católica de España fundó la unidad del Estado español al apoderarse de Granada, el último bastión musulmán que quedaba en su territorio, y patrocinando el viaje de Colón a las Indias. Cometió, sin embargo, un acto profundamente injusto: el de expulsar a los judíos y musulmanes del país; privando al país de importantes médicos, científicos, comerciantes y artesanos, y sobre todo instaurando un orden de intolerancia religiosa que no había existido antes. O el de Julio César, genial estratega militar que, sin embargo, usó ese genio para conquistar las Galias y preparar así el camino para la formación del Imperio Romano, proclamándose además dictador vitalicio. Actos injustos porque contribuyeron a destruir el orden republicano y organizar de manera sistemática la opresión política de muchos otros pueblos europeos de la época.
Galeano se propuso, además, hacer justicia a colectivos humanos ignorados, desconocidos u olvidados que tuvieron el mérito de ser gérmenes originales de algo valioso. Por ejemplo, los africanos que crearon a ritmo de la música un conjunto de hermosas esculturas que sirvieron de inspiración para los forjadores europeos del arte moderno, como Gauguin, Picasso o Modigliani. Artistas que se apropiaron de las formas de estas esculturas sin reconocerlo en toda su dimensión. Y al hacerlo así cometieron un acto de injusticia, que Galeano pretende reparar u subsanar constatándolo en su relato.
Sin embargo, el mayor acto de justicia que Galeano llevó a cabo con sus narraciones históricas, fue el de poner de relieve, en un primer plano, las enormes injusticias que sufrieron los pueblos indígenas americanos y millones de africanos desde la conquista española en su conocido y clásico libro Las venas abiertas de América Latina. Injusticias que consistieron en el despojo que hicieron los españoles y portugueses de las tierras y riquezas naturales de esos pueblos originarios, en el despojo a la libertad que hicieron los mercaderes europeos, con la aprobación de la corona española y portuguesa, de millones de africanos al convertirlos en esclavos que vendieron como mercancías en las principales plazas del continente, y sobre todo, en el despojo que hicieron del valor de sus fuerzas de trabajo –explotación de su trabajo- durante todo el periodo colonial, los dueños europeos o de origen europeo de las minas de oro y plata y de las plantaciones de azúcar, cacao, algodón, etc. Despojo que completaron y remataron poniéndolos a trabajar en condiciones muchas veces infrahumanas que les deterioró rápidamente su salud y les redujo el tiempo de sus vidas adoloridas y deshechas. Despojo que continuaron después que estos pueblos obtuvieron su Independencia política de la Corona española a comienzos del siglo XIX, las compañías transnacionales inglesas y norteamericanas.
Estos pueblos trabajadores latinoamericanos tienen, entonces, un doble valor: el de, por un lado, haber generado con el desempeño de su fuerza de trabajo una inmensa riqueza económica, que sirvió para acelerar el proceso de acumulación originaria de capital en Europa y así financiar la constitución de muchas empresas industriales en Inglaterra y los Países Bajos, principalmente. Y, por otro lado, el de haber sido víctimas de esa sistemática explotación económica. Hecho paradójico y ciertamente no deseable, que sin embargo, es uno de los más significativos de la existencia humana: el valor de la vida de los que sufren injusticias por obra de otros crece en proporción al tamaño y la dimensión de esas injusticias; por lo contrario, los que las cometen pierden valor como seres humanos en proporción directa al tamaño y al número de esas acciones injustas que realizan. Por esta razón estos pueblos americanos poseen este doble gran valor que los convirtió en exponentes humanos superiores a los que los explotaron durante tanto tiempo.
Walter Benjamin sostuvo, influido por el mesianismo judío, que los hombres modernos tienen el deber de recordar a todos los que en el pasado lucharon contra las injusticias que sufrieron por parte de los poderosos. Luchas en las que fueron vencidos al final. Pues los historiadores convencionales no mencionan u omiten la existencia de los vencidos, de quienes se opusieron activamente a las injusticias que padecían. Por esa razón resulta imprescindible para él, escribir de nuevo la historia que ponga de presente el significado valioso y perdurable de estos hombres derrotados en el pasado. Y de esta manera poder recordarlos precisamente como seres humanos que lucharon por unos proyectos universalmente válidos que conservan siempre su actualidad. Es decir, no olvidar que, a pesar de sus muertes, los proyectos de libertad y justicia que orientaron sus acciones esenciales no murieron, siguen vivos y presentes en el presente de la historia.
Podemos decir que la obra histórica de Eduardo Galeano es un respuesta viva y real a este llamado que hizo Walter Benjamin a los historiadores modernos. Pero no se limita a cumplir su propuesta. Va más allá, al mencionar y recordar también a los que no lucharon, y que fueron, sin embargo, víctimas de tratos sistemáticos injustos por parte de los poderosos. Galeano no solo comprendió con claridad la necesidad, o mejor, el imperativo ético, de recordar a todos aquellos seres humanos anónimos, desconocidos por los historiadores convencionales, que sufrieron diversas injusticias; sino se impuso la valiosa tarea de rescatarlos, nombrarlos y recordarlos, investigando y escribiendo sobre sus vidas y sus historias. Por eso la obra literaria-histórica de Eduardo Galeano tiene este valor ético excepcional de contribuir a rescatar del olvido a muchos seres humanos anónimos que con sus acciones y labores económicas y culturales contribuyeron a forjar la historia, no obstante, las grandes injusticias que sufrieron. Y al hacerlo, ha logrado reparar en un aspecto significativo, tal como lo reclamó Benjamin, esas injusticias. Pues recordar a las víctimas de las injusticias narrando sus vidas y sus historias, y mencionado algunos de sus nombres, es un acto ético de justicia fundamental que se hace con ellos, así hayan desaparecido, así ya estén muertos.
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