Del veintitrés al veinticinco de febrero de 1929, el auditorio de la Sorbona de París llamado René Descartes abre sus puertas, para que desde ahí hable, sobre el propio Descartes, el profesor Edmund Husserl, llegado de un lugar cercano del sur de Alemania, Friburgo de Brisgovia.
A Husserl le queda poco menos de una década de vida, sin duda, la parte más dura, una penosa vejez: su condición de judío puso las cosas muy difíciles para él durante sus últimos años, mientras el nazismo no dejaba de crecer al compás de un ritmo brutal, le fueron retirados los privilegios de la jubilación por la que trabajó gran parte de su vida, incluso, se le retiró el derecho de ingresar a la biblioteca de la universidad en la que laboró y a la que enalteció como nadie.
Desde la oscura y romántica Selva Negra alemana, Husserl llega a la ciudad de la luz para hablar de Descartes, el padre del racionalismo moderno, sin embargo, un hombre como Husserl se siente cerca del clásico francés por varias razones, en primer lugar, porque ambos derivaron de la matemática a la filosofía e hicieron, cada uno a su manera, de la primera su punto de partida y de la última su punto de llegada.
Pero el aire de familia entre Descartes y Husserl no queda allí, de hecho llega más lejos, porque ambos están de acuerdo con cambiar la dirección de la mirada que ve a las cosas, para dirigirla a la propia consciencia, para los dos filósofos lo más importante es tratar de determinar en qué sentido la consciencia es nuestro objeto, o sea, en qué sentido la consciencia debe convertirse en un objeto para sí misma; así, de tal modo, el gesto husserliano es el mismo gesto cartesiano: ocuparse del estudio de la consciencia antes que de las cosas.
Tanto a Descartes como a Husserl, les interesa acercarse así a la consciencia, ante todo, a fin de dar una nueva dirección a los estudios filosóficos; gracias a esta nueva orientación buscan llegar a las fuentes mismas de la propia consciencia, y estudiar desde allí el modo en que las cosas se manifiestan o, para decirlo con otras palabras, estudiar cabalmente aquello que las demás ciencias dan por supuesto y dejan sin aclarar.
Pero las cosas siguen y no paran allí, porque preguntar desde la consciencia por la propia consciencia, equivale a interrogarse a sí mismo por un sentido para la existencia de esa consciencia y, también, por un sentido para la existencia misma de las cosas.
Y es en este punto en donde, justamente, algunos temas empiezan a diferir entre Descartes y Husserl, porque, mientras que para el primero el método consiste en desconfiar de lo que el mundo le muestra, es decir, aquello que se reconoce como dudar o, tratándose de Descartes, la llamada “duda metódica”; para Husserl el método consiste en “poner al mundo entre paréntesis”.
Esa diferencia entre ambos se puede entender mejor al considerar el desarrollo enorme y exponencial de la ciencia desarrollada del siglo XVII al siglo XX, en la medida en que dudar de las verdades científicas modernas no parece tener mucho sentido; sin embargo, sí que lo tiene suspender estas verdades, ponerlas en suspenso, y eso es exactamente lo que Husserl quiere decir cuando dice “poner entre paréntesis”; así es como Husserl llega a la consciencia a través de la posición en que lo coloca la operación de la époche, la operación reductiva de “poner entre paréntesis”.
Aunque decir esto es sólo colocarse sobre sus marcas, o bien, en la marca de salida, colocarse en el inicio, porque es a partir de allí que Husserl diseña su proyecto: bajo la etiqueta de la consciencia, Husserl coloca o, mejor será decir, cobija todo cuanto es posible a la esfera del pensar o del cogito, como lo hubiera dicho su predecesor: yo pienso, yo quiero, yo no quiero, yo imagino, yo descifro, yo significo, etc.
La consciencia siempre es consciencia de algo, ya sea de forma actual o presente, o bien, de forma potencial o de actos posibles; toda y cualquier puesta en marcha de la consciencia tiene un contenido: en la percepción hay un algo percibido, en la imaginación hay un algo imaginado, en el deseo hay un algo deseado; eso mismo, esa forma de ser de la consciencia es lo que Husserl llama consciencia intencional, lo que quiere decir y, lo mejor de todo sería, que esto quede bien claro: es que no se trata de que sujeto y objeto sean dos estados de cosas separados, tampoco se trata de un vínculo entre la consciencia, por un lado, y el objeto o la cosa, por el otro.
Por eso, en definitiva, el mensaje de Husserl es original: su originalidad consiste en haber visto que la relación con el objeto no es algo sobrepuesto, no es un montaje, más bien, la relación con el objeto es la propia consciencia o la consciencia misma.
Así es como la fenomenología de Husserl es el estudio de esa consciencia siempre cargada, equipada e indiferenciada de su contenido; y, por eso, el verdadero estudio del pensamiento husserliano es cartesiano, a la vez que lo supera y llega más allá que el propio Descartes; es así como, desde las entrañas de la Sorbona de París, Husserl revive el espíritu de René Descartes.
Etiquetas:Ciencia Edmund Husserl Fenomenología Filosofía Literatura Método Portada René Descartes Rogelio Salazar de León Selva Negra Universidad de La Soborna