Ilustraciones: Amílcar Rodas
Llegan momentos en la vida en los cuales es necesario regresar a las lecturas favoritas como a un remanso conocido, a una trinchera en la que volvemos a articularnos en nuestras certidumbres, emocionarnos con los mismos versos, sonreír con las imágenes inauditas de la poesía, releer las crónicas de nuestros sueños, perdernos en nuestra imaginación, encontrar el camino de vuelta con la luz de las palabras.
Vuelvo a Leyendas de Guatemala y recuerdo que la leyenda es, por excelencia, el vehículo por medio del cual el lector se transporta a submundos en los que la fantasía subvierte realidades cotidianas. Comparte con el mito la fascinación humana por el misterio, la catarsis o la fatalidad. Ambos poseen características fundamentales como la apertura o flexibilidad de forma y contenido, que oscila alrededor de un núcleo estable y literario y su pertenencia a la vida y creencia popular. Este último elemento, sitúa a la leyenda en un pasado no muy lejano y en general, da cuenta de personajes reconocidos de la historia real.
La leyenda popular se ubica dentro del folclor narrativo junto con los mitos y los cuentos populares. Además, las leyendas en nuestro país, coexisten con otras manifestaciones folclóricas vivas en la oralidad como los mitos indígenas y supersticiones legadas desde un pasado remoto por el mismo pueblo. De aquí surge entonces, la mezcla de los conceptos maya-quichés con los elementos de las leyendas coloniales de origen español.
Si se atiende a la estructura clásica de la leyenda en la que se inicia y se termina con una advertencia concreta o abstracta o un consejo, se empieza a deslindar a las leyendas originales de las Leyendas de Guatemala de Asturias. Representan, en principio, un reconocimiento al origen, a las historias de infancia que conformaron su ideario y su mitología personal.
No obstante, los personajes en ambos textos son identificables de forma clara por estar muy bien creados y definidos. Se puede afirmar, entonces, que de una “relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos,” como define la leyenda el Diccionario de la Real Academia Española en su entrada número 4, se transforma en el concepto vertido en la número 5 que la sitúa como una “composición poética de alguna extensión en que se narra un suceso de esta clase.”
Esta diferenciación de la leyenda considerada como un mero relato utilitario y su concepción asturiana como un texto poético se hace necesaria para comprender sus elementos más sobresalientes, debido a que las Leyendas presentan elementos novedosos incorporados a los relatos originales que los moldean de acuerdo con la interpretación particular de Asturias.
Como se ha subrayado tantas veces, el elemento indispensable de esta obra es su prólogo por Paul Valery, pues ahí se advierte al lector que no va a encontrar en la obra una mera recopilación de cuentos y tradiciones del folclor guatemalteco sino una experiencia para la cual va a necesitar más que sus sentidos. Es Valery quien bautiza a las Leyendas como historias-sueños-poemas.
Los cuentos y leyendas populares eran una realidad en la Guatemala colonial, en donde se originaron muchas de estas manifestaciones folclóricas. Más tarde, a principios del siglo XX, volvieron a cobrar auge, por lo que Asturias tuvo acceso a ellas. Cabe mencionar que estos cuentos y leyendas fueron utilizados como asunto de obras literarias por otros escritores como José Milla y registrados como hechos históricos por historiadores como Ramón A. Salazar y Adrián Recinos.
Así, el entorno que Asturias representa en sus Leyendas, es la simbiosis de dos mundos con un bagaje cultural muy rico en leyendas (historias-), cuyo origen se pierde en la cosmogonía indígena (sueños-), y que se complementan con su intuición poética (poemas).
En las cinco leyendas que Asturias incluyó en sus ediciones de 1930 y 1948 más los dos relatos iniciales Guatemala y Ahora que me acuerdo y la leyenda última Los brujos de la Tormenta Primaveral, que fuera incluida por el autor en ediciones posteriores, persiste el uso de elementos simbólicos reinterpretados en otras de sus obras. El autor se acerca y se aleja de los mitos básicos para recrearlos en interpretaciones muy suyas, en las que confluyen su formación europea, su identidad americana, sus recuerdos de los cuentos de su abuela y, en especial, su sensibilidad poética.
Algunos aspectos estilísticos en esta obra revelan cómo Asturias modeló cada una de sus leyendas y les impuso su insuperable sello personal. Por ejemplo, es evidente la intención de velar el tiempo de las historias para darles mayor antigüedad y misterio, como se aprecia en estos ejemplos: “Al llenar la luna del Búho-Pescador (nombre de uno de los veinte meses del año de cuatrocientos días)”, “…era la hora de los gatos blancos,”, “Después de un año de cuatrocientos días…”, “como se sabrá el Día del Juicio…”, “Don Chepe y la Niña Tina, hacen la cuenta de mis años con granos de maíz, sumando de uno en uno de izquierda a derecha, como los antepasados los puntos que señalan los siglos en las piedras. El cuento de los años es triste. Mi edad les hace entristecer.”
Sin embargo, el espacio en el que se desarrollan las historias sí es identificable en algunas de las historias como se ve a continuación: “En la Ciudad de Copán…”, ¡Guatemala de la Asunción, tercera ciudad de los Conquistadores!”, “Estamos en el templo de San Francisco.”, “…en el convento de la Concepción,”. En otras, el espacio solo hace referencia a lugares de la Naturaleza, a saber: “…la Tierra de los Arboles”, “…vino ya viejo del Lugar de la Abundancia”, “en aquel apartado rincón del mundo”, “En las orillas del lago…”.
Por otra parte, se puede indicar como rasgo constante el uso de un lenguaje expresivo, apoyado en recursos retóricos inspirados en la cosmovisión indígena, como: “…sueño que facilitó la segunda llegada de Cristalino Brazo de la Cerbatana”, “untaron la cara de arcoíris de plumas amarillas, rojas, verdes y todos los colores que se mezclan para formar la blanca saliva de Saliva de Espejo.” Asimismo, figuras de lenguaje como la reiteración, la onomatopeya y la aliteración. En este sentido, la metáfora en la obra de Asturias es el elemento liberador del estilo y la individualidad de su vocación poética. En estas Leyendas, la metáfora asturiana es el signo por medio del cual el poeta revela sus circunstancias íntima y social.
A pesar de que disfruto otras obras del autor, Leyendas de Guatemala y Hombres de Maíz se mantienen entre mis favoritas por su espíritu profundo, evocador y poético. A lo mejor, porque en ellas confluyen el surrealismo que vivió Asturias en Europa en carne propia y su percepción vital, americana, heredera de una milenaria cosmovisión indígena. De esa manera, no puede pasarse por alto la profundidad del simbolismo mítico en estas narraciones. Las Leyendas reúnen mitos diversos como el del hombre árbol y el de la Tatuana, el del hombre-adormidera, el del Cuco de los Sueños y el del Cadejo, entre otros y se resuelven de manera poética por medio de la magia y el amor. Por estar basado en un mito principal, El Cuco de los Sueños va hilando las historias y va dando cuenta de algunos otros símbolos complementarios como los árboles, los nidos, los caminos o el agua que le confieren una atmósfera onírica y muy lúdica.
Releer estas leyendas representa volver a percibir la fuerza poderosa, desconocida e inspiradora de Miguel Ángel, para quien “Una hebra de humo de tabaco separa la realidad del sueño.” O regresar al testimonio de su imaginación desbordada, como se manifiesta en la Leyenda de los Brujos de la Tormenta Primaveral, o de su ternura, en las relaciones del Maestro Almendro con la Tatuana, de la Madre Elvira con el hombre-adormidera y de Juan y Juana Poyé.
Releer significa en momentos de crisis volver a las certezas. Comprender que se ha vivido en otros mundos, espléndidos y profundos por medio del arte, y que la vida ha sido diferente de esta otra, cotidiana, literal, chata y sin mayor encanto. Aceptar con humildad que la literatura siempre le ganará a la existencia y que, si se toma al símbolo como un don del corazón, Leyendas de Guatemala es la metáfora de un país visto desde el infinito por uno de sus mejores hijos. Un hijo que robó su pluma de fuego de la cola de un guacamayo, allá en las profundidades de Xibalbá.
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